Francisco G. Navarro
Mucho antes de dividirse en industrialistas y antindustrialistas, los cubanos debatieron sus pasiones entre el azul del Almendares y el rojo del Habana, por no decir liberales y conservadores. De un tiempito para acá, medios masivos mediante, la cosa trascendió la Mar Océana y el rollo, con categoría de manzana de la discordia, achucha a barcelonistas contra madridistas. Mire usted. Y por extensión messianos versus cristianistas.
La anécdota que le quitó la espoleta a la granada de este comentario sucedió a media mañana del domingo, cuando buena parte de Cuba estaba más pendiente de la final de la Eurocopa que de la temporada ciclónica en marcha y el precio de la carne porcina y su vocación de papalote.Llego ante un grupo de tres personas, dos amigos y un desconocido. Había tremendo calor a esa hora, pero en vez del clima caí en el terreno minado de otro lugar común, esa fiesta del tango doce, que pronto tiraría sus fuegos de artificios, ganara quien ganara, curiosamente el rojo o el azul, en la noche lejana de Kiev. Uno de mis afectos vestía un pullover futbolero de Portugal, escuadra de mis desvelos cuando el balón rueda en torneos de la Europa azotada ahora por los vaivenes de esa moneda que apocopa el nombre del continente anciano. Que cuando la cosa es a nivel de globo cambio de pasión, aunque siga hablando la lengua de Pessoa, pero al otro lado de la línea sobre olas trazada por el Tratado de Tordecillas en 1493. Brasil para quien no haya entendido todavía.
El otro camarada hincha por Die Mannschaft, término que significa equipo en la lengua de Goethe, Mann y Grass. Es decir Alemania. De manera que los tres ya habíamos hecho nuestros bártulos en el campeonato de los gemelos Slavek y Slavko, rojiblanco y oriazul, fecundado uno en ovario polaco y en ucraniano el otro. Ahora que ganara el mejor, como nos enseñó hace más de un siglo Pierre de Freddy, barón de Coubertin.
Diálogo apurado con toda la pinta para caer en el saco de la intrascendencia si el hombre a quien veía por vez primera no hubiera dicho que él le iba hasta los Matarratas de Reina, barrio ultraoccidental y superfutbolístico de Cienfuegos para los no entendidos en geografía y deporte local, siempre y cuando en su nómina de jugadores no apareciera un tal Cristiano Ronaldo.
Me privé de la charla con mis dos cofrades y seguí a lo que iba antes de encontrarlos. Un par de minutos después, ya en función de trío de afectos, les dije que no soportaba ningún tipo de fundamentalismo, ni siquiera en el deporte. Una cosa es el carácter del cubano, pura guasa y desenfado a la enésima potencia, y otras las barbaridades que prodigan algunos de nuestros compatriotas en las esquinas de la gritería (también llamadas calientes) y los foros de ¿debate? en Internet, cuando las pasiones deportivas sueltan amarras y levan anclas. Y eso es pan de cada día. No importa que la Serie Nacional diga adiós, la Euro se despida o Londres sea una promesa incierta entre las brumas del Támesis. Hasta el campeonato municipal de quimbumbia será buena hogaza para la (in)digestión de los improperios.
¿Será que nos hemos acostumbrado tanto a la descalificación del otro, que ya la hemos incorporado al torrente sanguíneo de la nación? Como un hematíe imprescindible del ser cubano.
Cristiano Ronaldo, CR7 en el numerónimo de la mercadotecnia omnipresente, pasará como número dos, 15 o Uno a la historia del fútbol. Al final poco importa el escalón al elegido. Seguro que los comités de sabios- ancianos encargados del plebiscito balompédico, como si fueran ponentes en la cátedra callejera de San Carlos y Prado, nunca llegarán a consenso para elegir al Dios del balón sobre la yerba.
Muchos de los pobres que parecen expeler sulfuro por las narices ante la sola mención del nombre del nacido en Quinta do Falcao, un barrio obrero de Funchal, en la isla portuguesa de Madeira, empapado por los aguaceros de la humildad, tal vez regresen al polvo de donde todos vinimos sin haber visto su nombre impreso en tinta de periódico o generador de caracteres una solita vez. No acabo de entender por qué tanta mala leche con el gambeteador lusitano que camina sobre dos lanzamisiles. Que si no se despeina en 90 minutos, que si las poses de actor, que si no le gusta perder ni a la bamba (¿a ellos sí?), que si es bonito y la novia una top model rusa. Bueno y qué, malo que se fuera a la cama con una matriuska. ¿Acaso miles de hijos de vecinos no se paran ante el espejo y le hacen cada día la misma pregunta que la madrastra de la Bella Durmiente?
La familia de Nuhazet Guardia Guillén, un niño de nueve años residente en Las Palmas de Gran Canaria, y desde sus 21 meses paciente de salas oncológicas, de seguro que tienen otra opinión sobre un hombre llamado Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro.
Todos los fundamentalismos son, iba a decir malos, pero me tengo casi prohibido el uso de adjetivos.
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