Julio Martínez Molina
¡Quién pudiera haber recorrido los bosques, sabanas, playas, vergeles de Cuba 520 años atrás! Por supuesto que, a ojos de “descubridores” provenientes de climas templados, tierras de lobos, paisajes nebulosos y vestimenta superpoblada de orlas, esta isla llena de tocororos, carpinteros reales, manatíes, manjuaríes, cielos esplendorosos, costas de ensueño y gente sin trajes (de cuerpo y alma) debía parecerle “la más fermosa”.
Vivían felices aquí, de un modo organizado, colectivo, los grupos recolectores-cazadores-pescadores y los agricultores-ceramistas. Mucho antes de la llegada de Colón, ya durante la larval etapa aborigen, Cuba había arribado a estado parecido al comunismo: nuestros ancestros lejanos trabajaban en común y el producto de su labor era repartido entre todos a partes iguales, a cada cual según su necesidad y no según su picardía, como parodiara Buena Fe.
Los instrumentos eran propiedad grupal. No existía entre los integrantes de las comunidades marcadas diferencias sociales. Yaíma no había conocido todavía a un italiano, Taíno no dirigía empresas mixtas, ni Maroya desviaba recursos.
Los mares estaban repletos de pargos y bonitos, los ríos dejaban ver hasta las pepitas de oro gracias a su transparencia azul. Anones, nísperos, mangos bizcochuelos se desgajaban, maduros, de los árboles. Jugaban al batos, sin 17 equipos, y practicaban el areíto y ritos de recolección. En la noche, tomaban el aliviador líquido de la fruta fermentada. Caían rendidos, hombres y mujeres, entre los brazos del amado. Cantar de los Cantares de Salomón.
Era agradable la vida del “indio”, hasta que llegó Colón, el marino pilluelo quien, dice Abel Posse, bebió hasta el último líquido del cuerpo de Beatriz de Bobadilla y enamoró a sus graciosas majestades (en realidad los dos tenían estampas horrorosas) Fernando e Isabel con la expedición allende el océano. Sus naos hallaron América el 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana, encaramado sobre el palo mayor de La Pinta, dio el esperadísimo grito de ¡Tierra! El 28 desembarcaron en Cuba, por el puerto de Bariay, tal cual lo reconoce la historia pese a las dudillas eventuales de admirada historiadora. Era domingo, fecha de todos los males, según Carlos Saura en El séptimo día.
Ojalá Rodrigo se hubiese quedado dormido con el vino y la suya, La Niña y la Santa María, aquellas tres partidas de Palos de Moguer con 120 a bordo, hubiesen continuado dando trastabillazos por el océano hasta volver, en círculo, a España. Es increíble cómo la historia puede ser cambiada por un simple grito. De seguir camino, seguramente hubiéramos sido colonizados más adelante por otra potencia militar, pero no pasa de la conjetura. Quizá no.
Lo cierto es que lo advenido tras la llegada de los colonizadores, Velázquez, el sangriento de Narváez de la Matanza de Caonao o el clásico prototipo prehitleriano Weyler fue un tiempo de exterminio bestial que aniquiló casi todo vestigio de las razas fundacionales, sin hacer caso a los lamentos de Fray Bartolomé. Nada más bastaron 61 años para pasar por la espada a 297 000 nativos (de sacarse cuentas, considerando la tecnología empleada ahora, puede afirmarse que nuestros conquistadores fueron incluso más mortíferos que los asesinos de Washington en sus carnicerías planetarias).
Hacia 1 553 solo quedaba viva el 3 % de la población indígena. Cuando ya no tenían indio para matar, en Castilla ordenan traer negros de África. Dos años después, trabajaban aquí 700 de ellos. La metrópoli también se convertía así en la protagonista del doloroso episodio histórico de la esclavitud. Por culpa de España, no solo murieron miles de ellos, sino que sufrieron una vida llena de vejaciones, lejos de su patria y en condiciones infrahumanas de subsistencia. ¡Oh, Juan Carlos, y todavía matas elefantes allí!
Dio inicio con la conquista un período cruento de saqueo de los recursos naturales y humanos del archipiélago por parte de los europeos. El cubano debió empezar su lucha, su constante combate. La de Hatuey, quemado por el imperio español, fue la primera rebelión, el gesto precursor de resistencia del hijo de estas tierras. De 1522 a 1533 Guamá puso en jaque al extranjero. Más tarde, cimarrones, palenques. Y luego el 10 de Octubre de 1868. El Grito de la Libertad. Mambises. Machete. Negros, indios, chinos, rubios y albinos aunados a favor de una causa en forma de caimán ¡A degüello! ¡Viva Cuba Libre!
Treinta años de batalla, dos guerras y la victoria irrebatible de los cubanos contra los españoles se vio escamoteada por la injerencia norteamericana. Un imperio floreciente le propinaba astuta verónica política a un imperio moribundo, se repartía el pastel de varias islas y pasábamos de pelota de Madrid a pushing bag de Washington. Un barco explotado fue el pretexto. Siempre los hay, en forma de naves o torres gemelas. Mella hablaba de nuestra suerte en su texto Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre. Lo mató el tirano asalariado de turno, como a tanta voz disidente ahogada en las aguas de cualquier bahía u oscuros callejones. Los embajadores de la nueva metrópoli no deseaban problemas internos, para que sus compañías continuasen su negocio explotador. El amo ordenaba a su sirviente ultimar al rebelde. Los peones cubanos, ávidos de sangre e ignorantes, cumplían a placer.
1959 fue la respuesta digna de la historia y los hombres a 1492, 1898 y 1902. Constituyó la continuidad de 1868. Cuba recuperó soberanía e integridad.
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