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lunes, 8 de octubre de 2012

Apuntes de una descarga en El Nicho, por los Cinco y contra el terrorismo (+ Galería)

Héctor R. Castillo Toledo

Que cómo empezó esta historia, pues como comienzan todas cuando detrás está la inspiración de mujeres de bello talante y sobre todo bien emprendedoras: Karina Marrón, Dianet Doimeadiós, Aracelys Avilés y Luidmila Peña son cuatro periodistas holguineras, y entre ellas se "cocinó" la iniciativa de organizar una descarga de twitteros y blogueros cubanos para exigir la liberación de nuestros cinco compatriotas detenidos en los Estados Unidos por haber prevenido a Cuba de los planes terroristas urdidos desde los grupos y organizaciones contrarrevolucionarias asentados en la Florida.
Una vez decidido el "dónde hacerlo", involucraron a una quinta dama en los preparativos de la expedición: Melissa Cordero, corresponsal de Juventud Rebelde en Cienfuegos y periodista del semanario CINCO de Septiembre, quien se encargaría de tantear y hacer los primeros "amarres" para subir el 5 de octubre hasta El Nicho, en el corazón del macizo de Guamuhaya, y desde allí cumplir, como cada quinto día de mes, con una nueva iniciativa por la noble causa de reclamar libertad para Gerardo Hernández, Fernando González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y René González.
Ninguno de los finalmente diez hombres enrolados en la expedición nos atreveríamos a restarle protagonismo ni méritos a nuestras muchachas. Entonces damos por descontado el funcionamiento casi de relojería que luego demostraron los asuntos relacionados con traslado hasta Cienfuegos de compañeros desde distintas provincias, hospedaje en la ciudad, logística de transporte hasta la montaña (la parte más compleja) y finalmente estancia, acampada y socialización del proyecto entre los pobladores del lugar escogido.
¿Por qué en este lugar y no en otro? Las razones las expuse en un post anterior titulado Descarga por los Cinco en El Nicho: Una escalada para hermanar.
Junto a Chely, Karina, Dianet y Liudmila, viajeras en el tren de Cacocum, arribaron el miércoles a Santa Clara los colegas Abdiel Bermúdez, Carlos Melián, Héctor Cruz y Yasel Toledo, también holguineros, además del tunero István Ojeda. Allí se les sumarían el villaclareño Julio César González y el matancero Arnaldo Mirabal. Ellos conformarían la avanzada del grupo que llegó a Cienfuegos en la tarde del día 3, completo para el jueves con el arribo de dos habaneros: Rodolfo Romero y Camilo Santiesteban.
Luego de una noche de disfrute en el Malecón, aderezada con zambullidas tras las huellas de unas sandalias adictas al mar, partimos temprano el viernes en la mañana en un viejo ómnibus Girón V rumbo a Cumanayagua, cabecera municipal en cuyos límites se registra la parte cienfueguera de Guamuhaya, por extensión y sobreuso erroneamente denominada Escambray, término acuñado a todo el lomerío tras varios años de intenso batallar contra las bandas de alzados financiadas por la contrarrevolución y la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, durante la épica conocida como la Limpia del Escambray o Lucha Contra Bandidos en el macizo montañoso central de Cuba.
Un único contratiempo demoró el traslado que normalmente demora unos 45 minutos. La pavimentación del tramo Lajitas-Guabairo, justo en el entronque con la fábrica de cemento Karl Marx, obligó hacer el recorrido por la carretera vieja de Rancho Luna hasta incorporarnos a la sinuosa Cienfuegos-Cumanayagua.
Ya en la tierra del bardo Luis Gómez, un camión Zil-130 de tracción múltiple aguardaba por nosotros. Quedaban aún 16 kilómetros hasta el punto final de destino, pero con los consabidos columpios del vial norte en el anillo que bordea toda la parte cienfueguera comprendida en el llamado Plan Turquino, el viaje demoraría aún una hora más, a pesar del excelente estado del camino montañés.
Con idéntica ruta, varios vehículos ligeros, incluidos jeeps y autos rentados al turismo se dieron cruce con nuestro transporte, cuyo paso invariable sólo puso en alerta a la tropa cuando, de cara a la Loma de los Blancos, célebre por el largo tramo de su empinado trayecto hasta coronarla, el potente seis ruedas de fabricación rusa debió colocar la marcha en las primeras velocidades, las de fuerza, para vencer la cuesta.
Intercambiamos comentarios sobre la similitud de paisajes entre el que ahora atravesamos y el de Pinares de Mayarí. La temperatura cambia de golpe, el aire es puro y está invadido por el penetrante olor de la pinocha sobre el suelo rojo. Crucesitas está cerca. Advierto a quienes van armados de cámaras que a su derecha tendrán una vista de privilegio desde esta suerte de balcón sobre el valle de los ríos Arimao y Caunao; a lo lejos se divisan la ciudad, la bahía, la "Karl Marx", semejando manchones de gris y azul cuyo contraste resalta sobre el fondo verde, muy verde de la llanura.
Los serranos de esta zona, habituados al paisaje y al tránsito vehicular hacia El Nicho, ni se dan por enterados del asombro que embarga a mis colegas de aventura, admirados ahora con la vista también por sobre la baranda derecha de un punto del cual están cansados de oir pero nunca han visto: el radar de Pico San Juan, dibujado como un punto pequeñito sobre la silueta del lomerío en el que sobresale la cima del Centro y Occidente de la Isla.
Pinos a uno y otro lado: así transcurre el viaje hasta bajar al cauce del río Negro, de aguas siempre bravas mientras desciende eterno en su diaria faena que dura ya decenas de miles de años labrando cárcavas, despeñaderos y remansos.
Cumplidos los trámites de rigor -léase presentaciones, abono de la cuota para desandar el área de senderos ecoturísticos y acceso al punto de acampada, todo en moneda nacional- se inicia el ajetreo de montar campamento.
Los muchachos van armados de pequeñas casas de campaña personales en las cuales intentarán hacer cabida dos, mas el anfitrión de Palmares avisa de la posibilidad de préstamo de hasta nueve confortables habitáculos biplazas, noticia con la cual varios ven los cielos abiertos. Armada la primera de las cabañas alguien comenta: ¡Coño, si aquí dentro caben cuatro! Y no deja de tener razón. Finalmente se deciden por usar siete, todas dotadas con par de edredones de espuma cada una. No hay problemas, el descanso estará garantizado..., si los mosquitos dan tregua. El lugareño advierte que la incomodidad de los insectos desaparece con la noche. Menos mal.
Pronto emerge en medio de la fronda una especie de "aldea" uniformemente bien dispuesta: tres casitas a un lado, cuatro al otro, todas verdes y rematadas en uno de los extremos, el del oeste, por la disposición transversal de la casamata de lona de Camarero (el villaclareño Julio César), tendida con sogas de algodón tirantes entre dos gruesos tocones. Del otro extremo una construcción de madera y tejas aloja los baños.
Sugiero poner nombre al sitio y propongo el de Los Curujeyes, dada la proliferación de estas bellas plantas parásitas cuyo manto literalmente cubre troncos y ramas del arbolado. La sugerencia es aceptada por unanimidad y acompañada de reclamos para pasar a la parte culinaria, asunto que nadie discute: por esta vez la dieta será a base de galletas villaclareñas con queso y jamón, otras de factura cienfueguera entre las que sobresale una gruesa lasca de jalea de guayaba, y como líquido acompañante refresco preparado con sirope de cola. En los envases aún queda hielo pero no hace falta: a todos nos asombra la temperatura del agua natural de los grifos, cuyos conductos rezuman humedad.
Satisfechos los estómagos, Karina propone ganar tiermpo para realizar una primera incursión en los alrededores antes de cumplir con la visita prevista a la escuelita de El Nicho.
Parte el grupo. Nada me asombra ya por conocido, pero a mis acompañantes se le escapan las exclamaciones por la belleza del entorno que desandan. Carlos, Itsván, Arnaldo y Yasel hacen planes para al regreso en la tarde zambullirse de cabeza en la Poceta de los Enamorados, cuyos cinco metros de hondura invitan al chapuzón; minutos más tarde, con la de Cristal a la vista, cambian de parecer y se deciden por esta, de agua más mansa. Ya antes se han extasiado con el tronar de Los Desparramados. Es tal el torrente despeñado desde aproximadamente diez metros de altura que a medio centenar de metros de la cascada una fina llovizna lo moja todo: árboles, ropas, equipos... Bello panorama ante cuya singular cinética se extasía hasta el más inconmovible de los seres humanos, empequeñecido por la fuerza natural de los elementos.
La tropa escala hasta el Mirador. A nuestros pies el curso del arroyo bravío, casi siempre oculto bajo el manto verde de la arboleda. Colmado el espíritu, decidimos regresar y emprender camino hasta el pobladito que tomó su nombre prestado de este sitio paradisíaco. ¿O sería al revés?
La duda se queda en el tintero. Carretera abajo caminamos el casi un kilómetro que nos separa del lugar en cuyo entorno de muchas casitas dispares se alzan el moderno Consultorio del Médico de la Familia, la planta de beneficio de café con su habitual secadero, la panadería, una tienda de víveres y el restaurante donde ya las muchachas hicieron los "amarres" para asegurar la comida de dos noches y tal vez un almuerzo a módico precio.
Al doblar el camino, en la primera bifurcación a la izquierda, la escuelita. A mi lado alguien advierte: ¡Ehhh, con parabólica y todo! Y caigo en cuenta. La primaria Onelio Carballo Artola está equipada con una antena satelital para la recepción de la señal de TV, un medio indispensable allí por hallarse en un valle donde las ondas usualmente o no se captan o se logra con muy mala calidad. Parece, y de hecho lo es, un anacronismo tecnológico en medio del agreste panorama rural.
De inmediato el encuentro con los niños y sus maestros. A esa hora, pasadas las dos de la tarde, funcionan cuatro aulas entre las cuales nos distribuimos. Idania Reyes, nacida y criada en El Nicho es maestra jefa de ciclo. Nos explica  sobre la matrícula: 34 entre niñas y niños, con cinco aulas desde preescolar hasta sexto, dos de ellas multígrados, una de 1ro y 2do, la otra de 3ro y 4to grados.
Entro a la de los más pequeños que reciben clases a esa hora. La maestra, Yudith, insiste con el tema de las vocales. Me acompañan István, Aracelys, Yasel, Carlos, Camarero y Dianet. Intentamos el diálogo. Los niños se sienten "cortados" por estos visitantes que no conocen, pero la gracia de Chely de un lado y la anécdota de Gerardo y el cardenal contada por István rompen el hielo. Ahora todos quieren hablar a la vez, explican a su modo lo sucedido a estos cinco cubanos, no alcanzan a comprender cuán lejos están esos hombres de sus familias, uno a uno mencionan los nombres de los héroes cubanos ayudados por nosotros, porque, "¡caramba! no me acuerdo ahora del nombre que falta", apunta uno de las chiquillas que minutos antes, cuando pregunté la edad de uno de ellos y les hablé de que a los siete "empezaban a faltar alumnos a clases", en referencia a la mudada de los dientes de leche, me enseñó con una sonrisa de oreja a oreja que ya a ella le faltaba uno...
Sin darnos cuenta el tiempo vuela. Llega la hora de regresar, pues Melissa y yo tenemos compromisos que cumplir en Cienfuegos, pero antes Karina pregunta sobre el nombre de la escuela. "¿Quién fue Onelio Carballo? ¿Era de por aquí?".
La maestra Idania nos saca de la duda: "Sí, vivía en esta zona, dice, y apunta hacia el lomerío al sur de donde nos hallamos. Murió en 1958, unos meses antes del triunfo de la Revolución. Era mensajero rebelde y debía llevar una nota del Comandante Víctor Bordón a las tropas del Che que operaban un poco más lejos de aquí. Cuando llegó al río la corriente venía crecida y sin pensarlo dos veces se lanzó para cumplir la encomienda, pero el agua lo arrastró y murió ahogado. Era apenas un adolescente, tenía 18 años...".
Contada la historia, la despedida. Debemos recorrer un kilómetro de vuelta hasta el sitio de acampada, pero a pesar de la premura enviamos nuestro jeep por delante con las cinco muchachas que nos acompañan en esta cruzada. Entre jarana y jarana el camino no se siente apenas. Los muchachos nos anotan sus direcciones de correo, cuentas en Twitter, las direcciones de sus blogs. Nos prometemos intercambiar las fotos de esta jornada y también los post que cada cual escriba.
Luego el abrazo y la certidumbre de que pronto volveremos a vernos en otra andadura. Quizás por los Cinco, en algún evento teórico, tal vez para el aniversario 50 del periódico Ahora de Holguín. Tengo esa certeza. A estos buenos y nuevos amigos los estaré viendo muy pronto.  

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