Ernesto Vera Mellado
Desde finales del siglo XIX y hasta su muerte, en 1910, el famoso escritor norteamericano Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain, denunció la corrupción del sistema político de su país y desnudó la podredumbre permisiva de que los asientos parlamentarios fueran comprados tal cual objetos en subasta.
El autor de Las aventuras de Tom Sawyer, de Huckleberry Finn y Un yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo, entre otros textos trascendentes, lamentó en varios escritos que la “invención curiosa e interesante” que es el ser humano, fuera tan propensa a legitimar, por la fuerza de la costumbre, los más abominables engendros políticos.
Pero es precisamente desde Estados Unidos que se ataca al sistema electoral cubano: “Las elecciones en Cuba son una farsa”, o “en Cuba no hay elecciones”, se contradicen los representantes de la extrema derecha de Miami, tan supuestamente ducha en “asuntos democráticos”.
Cuando la partidocracia “hace aguas” en muchos lugares del mundo, proponen que sean los partidos -y no el pueblo- quienes postulen y elijan a los candidatos y promuevan sus “virtudes” mediante carnavalescas campañas electorales en las cuales, invariablemente, vence quien logró conseguir mayor recaudación, y no el de mayores méritos y más capacitado.
Pretenden abolir el derecho que tienen todos los ciudadanos cubanos, al arribar a la edad de 16 años, a la inscripción gratuita y automática en el registro electoral sin importar sexo, religión, raza o ideología política, así como aademás la transparencia que garantiza el escrutinio abierto de los votos.
La derecha más recalcitrante de Miami tiene como voceros a políticos norteamericanos de origen cubano que desde la época de la administración republicana de Ronald Reagan, y gracias a su apoyo, ocuparon puestos -que han llegado a ser incluso relevantes- en el Congreso de Estados Unidos.
Con ese soporte se montaron en la cresta de la ola reaccionaria la cual ellos levantan y pretenden hacer romper sobre Cuba, o por lo menos, arrastrar con ella a todo lo que no esté fuertemente aferrado a sus raíces.
Es célebre la respuesta de Mark Twain a una bella e insinuadora dama que en cierta ocasión le susurró esta indirecta: “un hijo nuestro sería perfecto, pues sacaría mi belleza y su talento; el sarcástico escritor -con quien la naturaleza no fue particularmente generosa en el aspecto físico- filoso respondió: ¿Ha pensado usted, señorita, en la posibilidad de que el vástago herede esas cualidades nuestras, pero trocadas?”.
No sería difícil anticipar el aspecto que tendría el resultado del maridaje entre el poco agraciado y nada participativo sistema electoral norteamericano y las “virtudes” humanistas y el “sentido de justicia” de quienes defendieron con histérica vehemencia el secuestro en Miami del niño cubano Elián González, y reclaman para sí el protagonismo de cuanto se fragua en ese país contra Cuba.
Engendro de tal naturaleza tendría, sin lugar a dudas, aspecto tan monstruoso que haría rabiar de envidia al mismísimo Frankestein.
De espaldas a manipulaciones y campañas, y frente al pueblo, el sistema electoral cubano realiza este domingo su décimo tercer proceso desde 1976, con la activa participación de todos sus ciudadanos en edad de elegir.
Este 21 de octubre, y una semana después en aquellos sitios donde fuera necesaria la segunda vuelta electoral, se efectúan los comicios parciales de los cuales saldrán los representantes de la base ante las 168 asambleas municipales del Poder Popular. En fecha posterior, los cubanos elegirán a sus diputados nacionales y a los integrantes de las asambleas provinciales.
Será oportunidad también para la autodenominada disidencia interna; basta que un miembro de su comunidad los proponga, o se postulen ellos, como ya ha sucedido.
Es probable que ninguno alcance la cantidad de votos necesarios -como ya ocurrió- pero al menos comprobarán el apoyo real que tienen entre la masa de votantes de su localidad.
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