Héctor R. Castillo Toledo
En época de la Guerra Fría (y lo de la baja temperatura es puro eufemismo) se hacían bromas con algo tan serio como aquella de la posibilidad de que el planeta saltara un día en pedazos, si a la hora de oprimir el interruptor de comunicarse con su secretaria el presidente de cualquiera de las dos partes que equilibraban la balanza entre las llamadas potencias equivocaba el dedo y presionaba el de ordenar un ataque contra su adversario.
Pura jarana, habida cuenta los complejos y meditados mecanismos para acceder a la famosa "maletica" donde se alojaba el botón (¿rojo?) capaz de desatar una debacle capaz de devolvernos a los tiempos de las cavernas, si en definitivas la especie humana lograba salvarse dando pruebas de una capacidad de sobrevivencia tan alta como la de las cucarachas.
Dicen por ahí que aquella etapa pasó. En lo que respecta a Cuba, lo dudo. Porque a pesar de no ser potencia en nada que pudiera involucrarnos en asuntos de índole militar -salvo que el ejemplo y la estatura moral de un pueblo sean vistos con el mismo recelo que un arma atómica-, la Mayor de las Antillas sigue siendo blanco de una guerra no declarada en el afán de hacer desaparecer su gobierno y el sistema que más de 11 millones de cubanos nos dimos en escoger libremente.
En el caso cubano, entiéndase como guerra que se nos libra, sin disparar siquiera una escopeta, aquella para la cual nuestro enemigo jurado a lo largo de estos casi 54 años de Revolución destina decenas y decenas de millones de dólares en las áreas mediática, de cerco económico, comercial y financiero.
Pero volvamos al asunto inicial, el de la posibilidad de un día volar por los aires y la mayoría quedarnos con la duda de qué ocurrió en realidad.
Perdonen la insistencia, pero a pesar del machacante discurso de los políticos en dar por superada la dichosa Guerra Fría, con todo y el largo listado de zonas de conflicto y peligros mil veces más altos de provocar un invierno nuclear que aquellos de los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe, como los definiera el Che en su carta de despedida al pueblo de Cuba para marchar a otras tierras, hoy la amenaza no proviene sólo de un eventual enfrentamiento entre dos contrincantes, sean cuales fueren: Irán e Israel, Turquía y la OTAN contra Siria, Estados Unidos vs. Rusia o China...
El ejemplo de tal posibilidad lo tuvimos este domingo, cuando por conducto del Departamento de Defensa de Estados Unidos el mundo supo de la colisión entre un submarino nuclear de la Armada y el crucero de misiles Aegis, mientras ambos medios navales hacían operaciones de rutina en la costa oriental de aquel país.
Según el despacho, no hubo víctimas ni daños en la planta de propulsión nuclear del sumergible, pero un equipo de expertos revisa ambas naves para determinar si sufrieron alguna avería como consecuencia de la colisión.
El Pentágono también investiga el incidente, aunque declinó dar detalles sobre el lugar exacto del choque entre las dos embarcaciones, basificadas en Norfolk, estado de Virginia, como parte de un grupo de ataque liderado por el portaaviones USS Harry S. Truman.
Este es el segundo accidente de 2012 que involucra a un submarino nuclear de la Armada estadounidense. El 23 de mayo ardió en llamas, anclado en el puerto de Maine, estado de New Hampshire, el USS Miami SSN 755 mientras estaba a la espera de reparaciones y la modernización de sus sistemas.
En ambos casos todo quedó en familia..., pero la comunidad internacional recuerda aún con los pelos de punta, los sucesos del fatídico 12 de agosto de 2000, cuando durante un ejercicio de entrenamiento de la flota naval rusa del Norte, una tragedia no del todo clara en cuanto a causales, sumergió en el mar de Barents con su tripulación completa al flamante K-141 Kursk, un submarino nuclear de la clase Oscar-II, considerado "insumergible" (si esta palabra tiene aplicación en un submarino), diseñado y aprobado en tiempos de la extinta Unión Soviética.
Con sus 155 metros de largo, cuatro pisos de alto y casco externo construído de acero al cromoníquel de 8,5 milímetros de espesor con una excepcional resistencia a la corrosión, estabaclasificado como uno de los medios de ataque de su tipo más grande jamás construido.
La información oficial, la que consta en medios públicos, hace alusión como causante del desastre a una explosión derivada de una filtración de peróxido de prueba (HTP), material usado como propelente para torpedos, a través de la herrumbre en la carcasa del proyectil. Según esa tesis, el HTP reaccionó con cobre y latón en el tubo de lanzamiento, causando una reacción en cadena que ocasionó una explosión primera, seguida dos minutos y quince segundos más tarde de otra más terrible aún equivalente al estallido de entre 5 y 7 toneladas de TNT, o alrededor de media docena de cabezas de torpedos. Fue tal su potencia que los sismógrafos del norte de Europa la registraron como un movimiento de magnitud 3,5 en la escala Richter.
A pesar de que la onda expansiva fue suficiente para casi destruir los reactores, las barras de control del combustible de fisión se mantuvieron en su lugar al tiempo que funcionaban los mecanismos de desconexión automática, lo cual evitó un desastre nuclear. Al referirse a ello, expertos occidentales han expresado su admiración por el nivel de la ingeniería rusa al crear un submarino que soportó tal conmoción.
Esa segunda explosión abrió un agujero de dos metros cuadrados en el casco del navío, diseñado para soportar las presiones enormes en profundidades de hasta un kilómetro. Con ella quedaron abiertos el tercer y cuarto compartimentos (antes habían colapsado la primera y segunda salas estancos), donde el agua entró a razón de 90 mil litros por segundo. Nadie pudo sobrevivir la avalancha. Un grupo de marinos guarnecidos en el quinto habitáculo, el de los reactores, sobrevivió hasta morir sin oxígeno a causa de la imposibilidad de un rescate viable. Esa es, en síntesis apretada, la versión oficial de los hechos, refrendada por el sitio Rusia Hoy con el artículo titulado Los secretos que se hundieron con el Kurks.
Sin embargo, otra tesis convertida en laureado documental establece la hipotesis de que el hundimiento del sumergible ruso fue provocado por los submarinos norteamericanos USS Memphis (que habría rozado al Kurks) y el USS Toledo (autor de un disparo), durante labores de patrullaje y seguimiento de las maniobras de la Flota del Norte para evitar que un nuevo torpedo ultrasecreto, el Granit, fuese probado y vendido por las autoridades de Moscú a China.
Según esta última versión, ese 12 de agosto de 2000 despegó de un aeródromo militar una patrulla de aviones artillados con misiles nucleares, a la espera no más de la orden de atacar uno o varios objetivos en territorio norteamericano. Ese día, tal como cuenta el documental, la suerte del mundo pendió de un hilo. Afortunadamente primó la cordura sobre la paranoia guerrerista y se echó un manto de silencio sobre el drama que costó la vida de los 118 marinos del Kurks.
Ajenos al asunto, se habría "armado la gorda", enormes hongos cubrirían el sol y acá debajo hubiese comenzado un largo invierno nuclear del que, con seguridad, nadie escaparía con vida.
Tengamos entonces presente que tales incidentes pueden conducir también a la extinción de la especie humana. ¿Cómo solucionarlos? Pues con la necesidad de menos medios militares, disminución del número de maniobras bélicas y bajando la temperatura de por sí ya caldeada a límites extremos en no pocos puntos del planeta. No hay necesidad siquiera de un título de bachiller para sacar cuentas y concluir que habría más recursos para el desarrollo y hasta podría desaparecer el hambre en un planeta entonces menos amenazado de saltar por los aires hecho pedazos.
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