M. Relti
El ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, como casi todos los miembros del gabinete de Mariano Rajoy, posee una larga y distinguida genealogía familiar, históricamente vinculada a la defensa de los sacrosantos intereses de la clase a la que pertenece. Pero en el caso de García-Margallo el asunto va aún mucho más lejos. La genealogía familiar del actual jefe de la diplomacia hispana hunde sus raíces en las gloriosas gestas de la defensa del Imperio español donde jamás terminaba de ponerse el sol.
En efecto, García-Margallo es nieto de Juan García-Margallo y Cuadrado, aguerrido capitán del Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara 10, que perdió la vida luchando contra los guerrilleros rifeños del noroeste africano, que capitaneados por el legendario Abd el Krim combatían contra la ocupación colonial española de Marruecos.
El titular de la cartera de Exteriores es, además, bisnieto del insigne general Juan García Margallo, gobernador militar de la plaza de Melilla, muerto también en combate contra las hordas independentistas en una batalla que lleva su nombre: “la guerra de Margallo”. El que se otorgara a esta degollina el apellido de los García Margallo no es una casualidad. Se debe a que fue su belicoso bisabuelo, un militar africanista de tomo y lomo, el que la provocó con su actitud soberbia y prepotente. Dícese que el ancestro del actual titular de Exteriores se empeñó en construir una fortificación sobre la tumba de un personaje que los rifeños consideraban santo. Comoquiera que el militar colonial perseverara en sus propósitos, unos 6.000 guerreros marroquíes descendieron entonces desde las montañas y sitiaron la ciudad de Melilla. El error del bisabuelo del Sr. Ministro de Asuntos Exteriores (de España) tuvo la mágica virtud de unir a todas las tribus marroquíes en una auténtica yihad que terminaría en un sangriento baño de sangre y, también, con la vida del propio general García Margallo
Seguramente, si continuáramos explorando en la genealogía familiar del ministro del Ejecutivo Rajoy descubriríamos que algún otro generalote con su mismo apellido participó en las sucesivas guerras que libraron los colonialistas españoles contra los patriotas cubanos que luchaban por la independencia de su Isla.
Vienen todas estas referencias históricas a colación porque quizás sirvan para explicar la actitud arrogante con la que el ministro de Exteriores se despacha todos aquellos asuntos que se relacionan con la República de Cuba. Sin ir más lejos, el pasado lunes 12 el jefe ultraconservador de la diplomacia española se refirió a la permanencia del dirigente de la organización juvenil de su partido, Ángel Carromero, en una prisión cubana como un “secuestro”.
Como se recordará, el tal Carromero, que hoy cumple una sentencia a cuatro años en Cuba, se trasladó a la isla caribeña en una “misión especial”, consistente en el suministro de ayuda económica a grupos contrarrevolucionarios cubanos que operan dentro de la Isla caribeña. Ignoramos si el joven Carromero -afín políticamente a la corriente más ultraderechista que dentro del PP lidera José María Aznar- pudo o no cumplir con el objetivo de su conspirativo viaje. Pero lo que ha quedado jurídicamente demostrado es que su irresponsabilidad como conductor -de la que había dado abundantísimos ejemplos en España- acabó con la vida de dos de los conspiradores que lo acompañaban. Por el grave delito de imprudencia homicida, Ángel Carromero fue juzgado y condenado por los tribunales de la Isla con todas las garantías jurídicas, según tuvo que reconocer el propio embajador de España en La Habana. Ahora, sin embargo, la dirigencia del PP está tratando de presionar al Gobierno cubano para que el correligionario “secuestrado” sea puesto en libertad y no cumpla la pena impuesta por la Justicia de ese país.
Unas horas después de la insólita declaración del ministro en la que calificó de “secuestro” la prisión de Carromero, un portavoz de Asuntos Exteriores alegó que Margallo había cometido “un lapsus”. Pero vayan con ese hueso a otro perro. Desde principios del pasado siglo, ya Sigmund Freud nos había advertido que este tipo de “lapsus linguae” son transparentes reflejos de nuestro indiscreto subconsciente. Y lo que al ministro se le escapó por esa boca no fue sino la voz de sus “demonios coloniales”, a los que rinde, sin duda, una lealtad atávica.
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