Julio Martínez Molina
Cubadebate reproduce por estos días dos estupendos artículos, uno de Leonardo Padura, Premio Nacional de Literatura, el otro de Oni Acosta, crítico musical, titulados Fin de año a golpe de reguetón y Empresas, Lucas y otros demonios… Como 76 líneas son nada y Fidel, nuestro primer periodista, mostró que no es pecado citar, les dejo con elementos claves de ambos. Dice Padura: “Alrededor del reguetón y de la diversión buscada a toda costa se han producido al menos dos acontecimientos significativos en las últimas semanas.
Uno terminó con sangre, cuando un grupo de jóvenes adictos a ese género musical, al parecer descontentos con la música que se le ofrecía por parte de unos trasnochados trovadores, exigieron de tal modo el cambio de melodía que las cosas escaparon de control y hubo peleas y heridos que terminaron siendo atendidos en un hospital. El otro (…) es un video que circula por el país con la actuación de dos reguetoneros famosos, de los más seguidos y escuchados en Cuba, que como parte de su multitudinaria actuación, suben al escenario a una joven discapacitada y practican con ella un juego erótico en pleno escenario (…)”.
Señala más adelante el periodista y escritor: “(…) el reguetón cubano es el hijo menor de la crisis económica y social, que se convertiría en una crisis de valores, que explota en la Cuba de la década de 1990 y por varios años redujo las expectativas del país y de la gente a la más dramática y elemental lucha por la supervivencia. La generación que nace y crece en esos años, tiene una primera comprensión del mundo en ese ambiente oscuro, caluroso, empobrecido, del que nunca hemos vuelto a salir del todo. Son los años en que se disparan las ansias migratorias de cubanos y cubanas- luego del período de calma que siguió a la tempestad de El Mariel, 1980-, que se concretan por las más diversas vías y que engloban a todas las generaciones; los años en que se rompe el equilibrio entre salario y economía doméstica; en que se quiebra la pretendida estructura monolítica e igualitaria de una sociedad y comienza a producirse un distanciamiento de posibilidades, con personas que, no solo por su trabajo -o casi nunca por su trabajo- consiguen tener otras satisfacciones para sus necesidades; en la que los discursos y la realidad también se distancian; los años en que resurge la prostitución como empeño económico y en los que, por cierto, algunos timberos imprimieron sabor a sus actuaciones prometiendo recompensas en metálico… y unos jóvenes, hijos de todos esos y otros muchos traumas, comienzan a manifestarse de manera natural y propia. Una manera que, en lo económico y lo social, se mueve hacia la fatuidad y lo visible -formas de vestirse, de agredir el cuerpo con piercings, tatuajes y el consumo de drogas, con el uso de celulares cuyo funcionamiento supera las posibilidades reales (que no sé a estas alturas cuáles son) de casi todos los cubanos, con la exhibición de símbolos religiosos durante años estigmatizados y, por tanto, ocultados, etc.- y en lo espiritual y lo cultural hacia lo agresivo, lo discordante, lo que niega algo: y en ese territorio vino a caer, como semilla propicia, el ritmo del reguetón (…). Lo que encarna y se manifiesta (…) constituye (…) síntoma de descomposición”.
Y Oni plantea: “En los grandes y pequeños shows turísticos de la mayoría de los países sudamericanos, con honda tradición folklórica, se consume merengue, plena, bomba, vallenato, cumbia, calipso, rancheras, reggae, salsa, joropo, bolero, danzón… (…) ¿Entonces qué pasa en Cuba? ¿Por qué esta total indiferencia cultural y mediática? Creo que habría que analizar, en primer lugar, el hecho de la pirámide social cubana, la cual está invertida -desafortunadamente- desde hace unos pocos años, y que más allá de dañar el bolsillo del cubano profesional y trabajador, repercute de forma retrógrada en la formación de verdaderos valores artísticos. ¿Quiénes frecuentan los centros nocturnos cubanos? ¿Acaso médicos, periodistas, poetas, ingenieros, profesores, ejecutivos? Sabemos que no. ¿Hacia quiénes van dirigidos los chistes de sub-mal gusto de muchos de estos lugares? No hay que dedicar cinco o seis largos años de carrera para darse cuenta del fenómeno en cuestión, como tampoco de una lamentable regla entre la oferta y la demanda: el que paga, manda. Y aquí radica uno de los puntos neurálgicos del problema, pues desde esos malos chistes, la decoración y hasta la mala música ofertada en disímiles lugares, estos están diseñados para satisfacer a aquel cliente de bajo nivel, que quiere verse reflejado en cada una de esas propuestas y, donde, por desgracia, es mayoría la que asiste (…)”.
Expresa luego: “Alguien dijo que la mayoría de los clips cubanos reflejan cubanía… y discrepo. La mayoría de estos alude a escenarios y realidades nada cubanos: el uso exacerbado de la violencia visual como código bien arraigado en culturas ajenas son parte del cliché que martiriza al clip en Cuba, como escenas de mafiosos con guardaespaldas, ¿o debía mejor decir que son copias idénticas del trabajo de músicos como Don Omar o Wisin y Yandel? No creo que el uso de sobretodos, gabardinas, chaquetas de cuero, armas, el crudo invierno, la calefacción, escaleras de incendios y demás, definan nuestra insularidad y nuestro ardiente verano y potencien al clip cubano como una verdadera reafirmación cultural. (…)”. Ambos textos deben ver la letra impresa.
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