Héctor R. Castillo Toledo
Desde sus seis metros sobre el enlosado del piso, ella contraría a Newton hace ya algunos meses. Brotó un día ignoto entre par de ladrillos centenarios y la amalgama de tercio degradado por los tiempos. La hez donde cayó envuelta la pequeña semilla fue todo el sustrato que alimentó su tenacidad, singular duelo entre cómo ganar altura para buscar el Sol a riesgo de despeñarse bajo el axioma inexorable de una ley física.
La descubrí por sobre el oleaje de verdes pencas, un mediodía de meditaciones posprandiales. Y admirado por la porfía le pedí al amigo Igorra hacerle un close-up con su cámara para dedicarle unas líneas a aquella singular muestra de firmeza.
Como su foto circuló antes que la crónica prometida, no faltaron los comentarios. A María Isabel, bloguera y mediambientalista pinareña, le llamó la atención la lucha por la vida de este, para ella, pequeño flamboyán, mientras Ruben, otra de las personas que se detuvo a ponderar la instantánea compartida en Facebook, acotaba "así tenemos que ser nosotros: aferrarnos a la vida y crecer, aunque solo tengamos una grieta en el muro... Sabia lección".
Quienes conocemos bien este espacio interior, suerte de cajón de resonancia en un vecindario bullanguero y ruidoso, sabemos de qué (quién) se trata. Nadie ha podido darnos una explicación plausible del porqué, pero allí en nuestro añejo patio, bien distante del sitio donde nació la leyenda que le da nombre, brotan sin cesar estas singulares plantas de verde follaje, y florecen todo el año hasta en el alero del vetusto inmueble.
Madrugador consuetudinario, busco a la equilibrista cuando llego al trabajo. Y lo hago en medio de una mezcla de sensaciones difíciles de explicar. Una de esperanza, la de encontrarme el premio de cinco pétalos amarillos coronando la verticalidad de su desafiante y casi mágico acto malabar; la otra bien distinta, el temor de tropezarme un día el vacío vegetal allí en el socavón donde se yergue, hidalga y con donaire, la Marilope de esta historia por encargo.
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