Gloria Analco
Un día 13 -cabalístico- tendría lugar un encuentro histórico. Bajo un sol implacable, que reflejaba multitud de matices de colores, descendió Hugo Chávez del avión que por primera vez lo depositaba en Cuba, en calidad de máximo dirigente del “Movimiento Bolivariano Revolucionario-200”. Nada hubiera sido inusual de no haber sido porque Fidel Castro lo estaba recibiendo con honores de Jefe de Estado, algo que nos dejó perplejos a los representantes de la prensa extranjera acreditada en La Habana, reunidos ese luminoso día en el Aeropuerto José Martí.
Acababa de tener lugar -dos días atrás- la Primera Cumbre de las Américas, celebrada con “bombos y platillos” -del 9 al 11 de diciembre de 1994- en la ciudad de Miami, donde 34 Jefes de Estado y de Gobierno de la totalidad de los países del Continente Americano con excepción de Cuba, se habían reunido para establecer la agenda del futuro. Los mandatarios se sentían, sin excepción, algo más que presidentes. Y William Clinton, emperador.
En aquella atmósfera de Primer Mundo, con un despliegue apabullante de alta seguridad, helicópteros rondando sobre sus cabezas y una multitud impresionante de fotógrafos y camarógrafos, a los mandatarios los embargaba la sensación de ser “magnates” de la política.
Suponían que estaban asistiendo a la cumbre de sus propias vidas, sin percatarse de que detrás de ese despliegue propicio de cónclave estaba el propósito, por parte de Estados Unidos, de crear las condiciones para poner “punto final” a la Revolución Cubana, a la vez que comenzar un proceso de negociación encaminado a la creación, en 2005, de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), con su “discreto” toque de inequidad.
Apenas 4 meses atrás, en agosto de 1994, se había producido por primera vez una revuelta social en contra del régimen cubano, que derivaría en la llamada “crisis de los balseros”.
El mundo entero suponía, una vez más, que los días del régimen de Fidel Castro estaban contados, pero Estados Unidos necesitaba el consenso de América Latina para darle “la última estocada”.
El primer punto de la agenda planteada por Washington a los países del área latinoamericana y del Caribe, curiosamente era, en primer lugar, “la consolidación de la democracia”, cuando Cuba era el único país donde no se había elegido a su Presidente por medio de elecciones, sino por una vía mucho más compleja.
El segundo tema era la protección de los derechos humanos, duramente cuestionados a Cuba por parte de Estados Unidos dentro de su tradicional política de asedio contra ese país.
En un lugar posterior de la agenda estaba “el libre comercio en las Américas”, según enunciado hecho en ese orden por el Departamento de Estado norteamericano, en sus boletines con tendencia a ser más propagandísticos que informativos, referidos a la Primera Cumbre de las Américas.
En La Habana, apenas terminado el impresionante cónclave americano, Hugo y Fidel se estrecharían en un abrazo aquel 13 de diciembre de 1994, sin que los presentes nos percatáramos, en aquellos momentos, de que estaba estableciéndose un acuerdo sutil, que a fin de cuentas derivaría en que aquel solitario Presidente -el gran ausente de la Cumbre de las Américas-, conjuntamente con Hugo Chávez, terminaría por imponer, finalmente, la agenda dominante en estos momentos en el área latinoamericana y del Caribe.
En el centro del debate están los temas de un sistema de libre comercio más equitativo, y algo todavía más decisivo para el futuro de la región: el cuestionamiento, en el propio seno de las campañas electorales, sobre la viabilidad de las teorías neoliberales, lo cual ha comenzado a llevar al poder a líderes que favorecen otras vías políticas de desarrollo económico.
En la actualidad, no está en el poder ninguno de los 34 mandatarios que participaron en la Primera Cumbre de las Américas. Sus sueños de creer que estaban haciendo historia se esfumaron frente a una realidad aplastante. No supieron hacer alta política y acabaron por contribuir a hundir, económicamente, aún más a sus pueblos.
Pasado algo más de 12 años de las Primera Cumbre de las Américas, convocada por el Presidente de Estados Unidos, los propósitos de la misma son hoy “letra muerta”. Los puntos relevantes han pasado a ser historia.
Los 34 Jefes de Estado y de Gobierno de aquel entonces pactaron propiciar el desarrollo y prosperidad de sus “pueblos”, no de sus élites, a través de satisfacer las necesidades de la población, especialmente de los grupos vulnerables, incluidas las poblaciones indígenas, discapacitados, niños y ancianos.
Otro de los compromisos fue erradicar la pobreza y la discriminación con el objetivo de lograr una mayor justicia social para todos los pueblos, elevando la calidad de la educación y la salud, mejorando los salarios y las condiciones de trabajo de todos “nuestros pueblos”, y fortalecer el papel de la mujer en todos los aspectos de la vida política, social y económica como condición fundamental para reducir la pobreza y las desigualdades sociales, así como promover la democracia y el desarrollo sostenible, entre otras muchas cosas. El resultado final ha sido que ninguna de estas tareas se concretó, sino que por lo contrario, transcurrida poco más de una década, se ahondaron aún más las desigualdades sociales, los salarios siguieron siendo muy bajos, y la calidad de la educación y los servicios de salud no fueron elevados.
Fidel Castro, en cambio, siguió la estrategia de ganar tiempo en espera de que una nueva era revolucionaria apareciera y Cuba lograra sumar adeptos a una lucha en la cual parecía andar en solitario.
Entre la Primera Cumbre de las Américas, en 1994, y la Cuarta, celebrada en Mar de Plata, Argentina, en 2005, las cosas para Cuba han cambiado notablemente y va en camino de concretar su inserción en el contexto latinoamericano.
La Cumbre de Presidentes de Mar de Plata terminó en fracaso para Estados Unidos, que no consiguió que entrara en vigor el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), por la objeción del Mercosur, integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, que presionó para dar ese paso sólo en condiciones de equidad, aunque los aliados de Washington, entre los que se encontraba México, forzaron la discusión del tema, que no obstante quedó postergado.
En el transcurso de la última década, se generaron y fortalecieron movimientos políticos y sociales en América Latina y el Caribe, que están empujando un cambio y el abandono de las políticas neoliberales, en concordancia con los principios enarbolados por la Revolución Cubana de Fidel Castro, y más recientemente por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Aquello que tanto temía Estados Unidos, de que el ejemplo cubano contaminara el área latinoamericana y del Caribe, se está concretando, no por la influencia cubana solamente, sino por la inequidad en el reparto de la riqueza, que es el más alto registrado en el mundo, según datos de la CEPAL.
El pensamiento hegemónico estadounidense está encontrando, por primera vez, una resistencia que rápidamente está prendiendo en varios países latinoamericanos, y que amenaza con hacerse más extensiva en los próximos años.
Hay dos fuerzas poderosas que se oponen mutuamente: una favorable al ALCA, y otra, en contracorriente, que está con el ALBA, alternativa bolivariana que plantea una integración económica latinoamericana solidaria para abandonar la esfera del dominio estadounidense. Esta última inspirada en aquel histórico encuentro en La Habana, que ha definido la diferencia entre hacer “alta política” y “politiquería barata”. (Tomado de Terc3ra Información)
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