Julio Martínez Molina
La estrategia de dominación mundial contemplada en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano lo deja claro: una vez puesto todo el Cercano y Medio Oriente bajo tutelaje yanki, asfixiar luego a Irán, la única verdadera potencia económica y militar de la región en contra del voraz plan geopolítico estadounidense (Israel, Arabia Saudita y Qatar, las otras, lo apoyan) y estar a las puertas de Rusia y China, las principales naciones en capacidad de suponer preocupación militar para Washington en un plano mediato.
Claro que, de pretenderlo a lograrlo ronda extenso trecho, y antes de tal pretensión delirante, el fin o la posible mutación de la civilización imperial podrían desmantelar estas u otras ambiciones.
Pese a que a las guerras se debe en buena medida el desarrollo económico histórico de los Estados Unidos, en algún momento el pueblo de esa nación deberá poner coto a tanto exterminio, sangre y ultraje, no importa la lejanía geográfica de los conflictos.
De momento le toca el turno a Siria, con el fin, primero, de debilitar el manto de Moscú en la zona y acabar de entronizar a Israel en toda el área, algo elucubrado por mucho tiempo. No creo que a esta altura del calendario nada logre impedir la invasión a la ancestral Damasco y el resto de las ciudades patrimoniales del país asiático; aunque ojalá me equivoque, por el futuro de millones de personas que morirán o perderán a sus hogares y familiares. De nuevo el mismo plan: el montaje de un supuesto escenario de armas químicas gubernamentales, en tanto pretexto para la agresión. Sin pruebas; absurdo en el actual contexto; tan repetitivo que, de no ser por la ingente batería universal de desinformación de los medios corporativos repitiendo la misma perorata, nadie se lo creería incluso ni en el mismo Estados Unidos; infantil casi, mas tristemente tomado como punta de lanza para las acciones por venir en presunción después de la entrada de funciones del Congreso, el próximo lunes.
Nadie que en el mundo haya seguido de cerca el asunto del “gaseado” del 21 de agosto en el distrito de Ghuta le confiere un ápice de credibilidad al nuevo engaño imperialista. El politólogo argentino Atilio Borón lo calificó bien el domingo 1 en su artículo de Página 12 titulado Esa obsesión por mentir: “Lo que ocurrió es un clásico sabotaje en el cual los agentes de la CIA son expertos”.
El ahora mesiánico protector mundial, que bombardeó a Hiroshima y Nagasaki e inundó con armas químicas a Viet-Nam, debe cuidar a las víctimas de un conflicto que financió. Es la ironía en estado macabro. ¿Por qué justo ahora el paripé del ataque químico “gubernamental” como excusa del ataque? Robert Fisk da la respuesta en The Independent: “Bueno, sospecho que conozco el motivo. Creo que el ejército de al Assad puede haber estado ganándoles a los rebeldes a los que secretamente armamos. Con la asistencia del Hezbolá libanés -el aliado de Irán en el Líbano- el régimen de Damasco quebró a los rebeldes en Qusayr y puede estar en el proceso de quebrarlos nuevamente al norte de Homs. Irán está profundamente involucrado en proteger al gobierno sirio. Por lo tanto una victoria para Bashar es una victoria para Irán. Y las victorias iraníes no pueden ser toleradas por Occidente.
“Si vamos a creer el disparate que llega de Washington, Londres, París y del resto del mundo 'civilizado', es sólo cuestión de tiempo antes de que nuestra rápida y vengadora espada golpee a los damasquinos. Observar al liderazgo del resto del mundo árabe aplaudiendo esta destrucción es quizá la experiencia histórica más penosa que soporte la región. Y la más vergonzosa”, concluía el avezado periodista político en el medio británico.
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