El gobierno que en mil días había revolucionado el país, que transformaba de manera paulatina los pilares sobre los cuales debía fundamentarse un nuevo régimen de producción y una nueva entidad sociopolítica, querido por el pueblo trabajador a despecho de la burguesía alta más interesada en otros aires de menos cambio y más capital, se fue a pique por el sedicioso golpe de Estado encabezado por el traidor Augusto Pinochet.
Tras los momentos iniciales, de desconcierto, al comprender Salvador Allende con claridad la situación real, su claridad visionaria -esa que acompaña a los grandes hasta en los últimos momentos-, le permitió en tan difíciles instantes adelantarse a su tiempo, otear en el horizonte político futuro de Latinoamérica y asegurar: "Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor".
En las elecciones de 1958, en la que venció el derechista Jorge Alessandri, se quedó a apenas 33 mil votos de La Moneda. En 1964, con una gigantesca campaña del terror financiada por la CIA y el apoyo de la derecha, el democratacristiano Eduardo Frei le derrotó, pero en 1970 la Unidad Popular alcanzó la victoria y logró derrotar las maniobras de Washington y de la derecha para impedir su elección como Presidente por el Congreso Nacional tras su apretado triunfo del 4 de septiembre.
Allende fue expresión de una perspectiva y un pensamiento político de avanzada; y uno de los primeros impulsores regionales del concepto de solidaridad, pues de manera continuada la preconizó en relación con las causas de Cuba y de Vietnam. Su talante humanista y su concepción revolucionaria en cuanto ente transformador de la realidad social y política del continente, lo convirtieron en una figura no solo respetada sino además muy querida por su pueblo y las personas progresistas del planeta, pese a ser tan enlodada su memoria por las visiones reaccionarias que en el mundo son.
Admirador de la Revolución, simpatizante del postulado revolucionario de Fidel Castro, mantuvo estrechos lazos con Cuba. En uno de sus últimos discursos, en 1972, lo refrenda para la historia: "(…) Soy amigo de Cuba, soy amigo, hace diez años, de Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Me regaló el segundo ejemplar de su libro Guerra de guerrillas; el primero se lo dio a Fidel. Yo estaba en Cuba cuando salió, y en la dedicatoria que me puso dice lo siguiente: ‘A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo’. Si Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera, es porque era un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad, que no hay recetas para hacer revoluciones. Y por lo demás, los teóricos del marxismo -y yo declaro que soy aprendiz tan solo; pero no niego que soy marxista- también trazan con claridad los caminos que pueden recorrerse frente a lo que es cada sociedad, cada país."
Danilo Bartulín, amigo y médico personal, confidente político y miembro de la dirección del Grupo de Amigos Personales (GAP), quien viviera los últimos instantes de Allende, reconstruyó en una entrevista el asalto golpista. Describió así la valentía y los actos del Presidente antes del epílogo definitivo: "Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado. Los edecanes militares de La Moneda le dijeron: ‘Mire, todas las Fuerzas Armadas están en el golpe, así que renuncie’. Él les responde: ‘Ustedes pónganse a disposición de sus mandos, que yo me quedaré aquí como Presidente’. Poco antes transmitiría por Radio Magallanes el discurso de la despedida; el pliego de cargos contra la deslealtad castrense, las ambiciones de la oligarquía nacional y su sometimiento a Washington: ‘¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo’ (...)".
Palabra cumplida. Con su muerte y la disolución del gobierno de la Unidad Popular, se quebraba uno de los sueños más hermosos de la América Latina del siglo XX. Fue triste para el futuro ver la caída del ángel del Sur. Aun se llora la bárbara liquidación de su proyecto, preparada desde Washington y concebida en Santiago. Supuso lamentable retroceso histórico; pero es sabido que la historia no marcha en línea recta y tiene sus vueltas momentáneas atrás que luego se superan. El giro a la izquierda de segmento considerable del mapa regional, la vocación integracionista y solidaria que acompaña a sus líderes, el deseo de justicia social que se expresa en tan bellos y trascendentes como cotidianos actos de humanidad, constituyen la mejor respuesta, la consecuencia exacta para con el legado de un hombre que ayudó a pensar.
Allende fue un símbolo de la libertad, cuya memoria no pudo hollar jamás la ensangrentada bota de aquellas bestias vestidas de verde que indujeron su muerte.
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