Eugenio Suárez Pérez
y Acela Caner Román
El primer día de enero de 1959 es derrocada la tiranía de Fulgencio Batista, dos años y trece días después de que Fidel Castro Ruz, con solo siete fusiles, reiniciara la lucha armada en la Sierra Maestra. Las maniobras de última hora del imperialismo estadounidense para frustrar el triunfo revolucionario, entre las que descuella un golpe militar, no pueden impedir que el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde entre ese día en Santiago de Cuba.
Han transcurrido cinco años, cinco meses y cinco días del asalto al cuartel Moncada, cuando Fidel Castro ratifica ante el pueblo de la heroica ciudad su promesa de que esta vez no se frustrará la Revolución.
Cuba comienza una etapa enteramente nueva. Tras casi cuatrocientos años de dominación española y sesenta en la condición de neocolonia norteamericana –los últimos siete bajo los horrores de una sangrienta dictadura militar– emprende el camino de su verdadera liberación. Ha llegado el momento de cumplir el programa del Moncada y hacer realidad las ideas y los sueños de la Generación del Centenario, expresados por Fidel Castro en su histórica autodefensa La historia me absolverá.
El Año de la Liberación se vive en plena euforia revolucionaria. Sin embargo, los primeros pasos en el poder resultan muy difíciles. Los fondos de la nación fueron saqueados durante la tiranía, el precio del azúcar está deprimido y el imperialismo cuenta con poderosos recursos que pone en marcha para obstaculizar el avance de la Cuba nueva.
El gobierno de los Estados Unidos –al tiempo que da asilo y protección a decenas de ladrones y criminales que llevan en sus maletas los dineros de la república y sobre sus conciencias las muertes de miles de cubanos– desata una feroz campaña de prensa en contra de la medida revolucionaria de juzgar y castigar a los criminales de guerra que no lograron escapar, y moviliza las fuerzas más reaccionarias en su intento por frenar el desarrollo de la nueva vida.
Por su parte, Cuba procede a la inmediata confiscación de los bienes mal habidos por los funcionarios del antiguo régimen; el saneamiento de la administración pública de elementos que fueron cómplices de la dictadura, malversaron fondos públicos o disfrutaban de “botellas” –como llaman los cubanos a la funesta práctica de cobrar sueldos sin trabajar–; al tiempo que restablece los derechos de los trabajadores; barre a los representantes de la corrompida dirección sindical; reintegra en sus cargos a los obreros despedidos durante la dictadura y ordena el cese total de los desalojos campesinos.
La aprobación y aplicación de la Ley de Reforma Agraria, que liquida los grandes latifundios y entrega gratuitamente a los campesinos la propiedad de buena parte de esas tierras, provoca una reacción violenta de la oligarquía criolla. Similar postura asume el gobierno de los Estados Unidos, pues muchas empresas norteamericanas poseen en Cuba considerables extensiones de tierras fértiles, casi todas dedicadas a plantaciones de caña de azúcar.
Fidel Castro –quien desde su época de estudiante universitario había conocido y asimilado la esencia del pensamiento marxista-leninista–, por razones tácticas, aplica un programa nacional-liberador, democrático y popular. Sabe que en esta etapa no es posible aspirar a más. Decenas de años de feroz propaganda anticomunista han hecho que a la mayoría de las personas, las palabras socialismo y comunismo les infundan pavor. Cuba, con apenas seis millones de habitantes, tiene cerca de un millón de analfabetos y el promedio de escolaridad es de solo tercer grado.
No obstante, con el propósito de confundir al pueblo y restarle apoyo al proceso que se inicia en Cuba, la reacción emplea con fuerza el fantasma del anticomunismo durante todo el año 1959. La justicia de las leyes que se promulgan, la confianza del pueblo en su líder y en los comandantes del Ejército Rebelde, ayudan a derrotar esta maniobra.
Al valorar esta etapa, Fidel Castro ha expresado: “El pueblo en realidad adquirió conciencia socialista con el desarrollo de la Revolución y la violenta lucha de clases desatada, tanto en el plano nacional como internacional. La pugna de intereses del pueblo con sus opresores engendró la Revolución y la Revolución elevó esta pugna de intereses a su grado más alto. Esta lucha desarrolló extraordinariamente la conciencia de las masas. Les hizo ver, en el transcurso de unos meses, lo que en decenas de años de explotación despiadada y de dominio burgués imperialista solo una minoría había podido comprender”[1].
(Tomado del No. 33-1 del Boletín Revolución, de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado)
[1] Fidel Castro Ruz: Informe central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, p. 34, La Habana.
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