Ígor R. Iglesias*
He sido invitado a participar en la Feria del Libro de Huelva. Presentaré una reimpresión de un reciente libro de poemas, cuya autoría comparto con un amigo y compañero de letras (J. F. Caballero). Fui invitado por otro compañero de letras (y ondas de radio), que tuvo a bien hacerme (hacernos) partícipe(s) de tan ilustre e importante evento en la ciudad. Sin embargo, ha sido todo un infortunio conocer que a la misma cita, en fecha diferente, también comparecerá un político metido ahora a escritor, un exconvicto encumbrado a héroe en su partido por cumplir su misión al otro lado del océano y llevar a cabo una nueva empresa apoyada por grandes grupos editoriales y empresariales.
Saber que figuro en el mismo programa de actividades que Ángel Carromero no sólo me incomoda y me disgusta, sino que me produce náuseas. No porque ambos nos encontremos en las antípodas respecto del otro en cuanto a pensamiento político, visión del mundo y acción en él. Uno puede discrepar, discutir, debatir, siempre que la razón sea el auxilio único, la poderosa arma que un hombre (ser humano: esto es, mujeres y hombres) ha de blandir.
Sin embargo, este muchacho crecido, alimentado por la ubre de la calle Génova de Madrid, bramador de los toscos, burgueses e imperialistas discursos del PP, se sentará en la misma silla que nosotros, seguramente con más público, más expectación y más aplausos –orejas de burro–, y reproducirá cada una de las mentiras, viles embustes, que su insano mundo de corrupción política asquerosamente ha urdido para dar luz a una estruendosa obra bibliográfica que, con forma de libro, en realidad pertenece a la misma naturaleza de las páginas de periódico gaceteras y razoneras: la del vómito político que a todos mancha, menos al dueño de sus jugos gástricos.
Tengo una opinión sobre las acciones de Ángel Carromero y su compañero sueco en Cuba, donde entraron con un visado de turistas para emprender acciones políticas. No la oculto, no oculto mis cartas, eso se lo dejo a otros. Sus acciones me parecen repugnantes, a la luz de la historia, la política, la sociedad y todos y cada uno de los logros revolucionarios cubanos y las vilezas imperialistas soportadas por ese sufrido pueblo caribeño, al que conozco bien, pues he vivido entre ellos y como ellos durante un año y medio de mi vida. Sin embargo, no son estas las acciones por las que expreso mi profundo malestar ante la organización de un acto tan noble, la Feria del Libro de Huelva.
Lo que me lleva a esta náusea, esta fatiga, como se dice aquí en mi tierra, es la mentira emprendida desde el PP para con los sucesos que ocasionaron la muerte de dos ciudadanos cubanos. Los verdaderos hechos se corresponden a un accidente de tráfico en el que desgraciadamente perdieron la vida aquellas dos personas y del que salieron ilesos los otros dos ciudadanos europeos, copiloto y conductor del vehículo siniestrado, este último el español militante y dirigente del PP, el ahora también escritor. Ambos incumplieron su condición de turistas, perpetrando actos contra las leyes de aquel país que el pueblo cubano se ha otorgado para sí (muy contrarias a los intereses de los grandes grupos de poder que joden y manchan este precioso planeta y a la humanidad y el resto de seres que lo habitan). Ninguno de ellos fue acusado de ningún delito o falta al respecto. El ciudadano nórdico fue dejado en libertad y viajó a su país. El ciudadano español fue encarcelado por homicidio por imprudencia, porque, reitero, era el conductor del vehículo donde perdieron la vida otras dos personas, dándose la circunstancia de que Carromero había perdido su carné literalmente, y dicho en los términos más coloquiales posibles, por chulo: otro politiquillo, de esos que pertenecen al politiqueo, no a la política con mayúsculas, que se cree que está por encima de todo (exceso de velocidad y hablar por el móvil al volante fueron las causas de la retirada en España de su carné).
El “diabólico”, “malvado”, “maligno” Estado cubano condenó a Carromero a cuatro años de prisión por muerte por imprudencia y en su “crueldad” dejó que aquí el muchacho del PP cumpliera el resto de la condena en España.
El resto de la historia ya la saben: dice esta gente del PP (Esperanza Aguirre fue la primera) que fue un asesinato cometido por el mismísimo Gobierno cubano, al que se le concede la capacidad de urdir toda clase de actos cruentos. Entre ellos, el de tener la habilidad tan grande de estampar contra un árbol a gran velocidad sólo la parte trasera del vehículo, haciendo posible que los ciudadanos europeos salieran ilesos. Es tan “cruel” el Gobierno cubano que para perpetrar un crimen no se le ocurre sutilezas, sólo proezas de películas tipo Bruce Willis o Van Damme. Un estado tan cruel que dota a su población de la más alta educación para que piensen por sí mismos y luego matarlos.
He vivido un año y medio en aquel país, lo conozco bien, muy bien. Y también conozco bien a este tipo de personajillos de este lado del Atlántico.
Tengo muchas opiniones con respecto a Carromero, como la de que hace un dueño de gimnasio de asesor político en el Ayuntamiento de Madrid y no precisamente en el área de Deportes, pero ninguna de esas me hubieran llevado tener náuseas para sentarme en la misma mesa y compartir este mantel con este personaje. Que se le haya invitado a vomitar embustes en algo que llaman un libro, me parece horrendo e insulta mi inteligencia, esta que, si bien quizá no sea capaz de escribir buenos versos (no voy por la vida de poeta) sí se tiene en la estima suficiente como para ser un ciudadano de un mundo en el que gente como Carromero son lo que son: simplemente carroñeros.
(*) El autor es investigador de lingüística en la Universidad de Huelva, España.
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