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martes, 16 de septiembre de 2014

¿La caída de los dioses?

La deprimente Guardianes de la galaxia fue una de las pocas películas con buenos ingresos taquilleros de mayo a septiembre en EUA
Julio Martínez Molina
 
La más reciente ha sido la peor temporada veraniega para la industria fílmica estadounidense desde 2006 (incluso desde 1997, de tenerse en cuenta la inflación), al registrarse una disminución del quince por ciento de la boletería vendida y, en consecuencia, ser calificada por la Asociación Nacional de Salas Cinematográficas como una de las menos rentables del último cuarto de siglo.
Durante el período, que en Norteamérica comprende del 1 de mayo al 1 de septiembre, se verificó un ingreso de 4 mil 50 millones de dólares, lo cual supone 700 millones menos que en similar lapso del año precedente. Ninguno de los grandes tanques logró sobrepasar la barrera de los 300 millones -indicadora allí de un gran éxito-, hecho sin parangón desde hace trece años.

De mayo a septiembre los estudios estrenan las películas más populares, los animados más esperados, películas para toda la familia, superproducciones y secuelas cuyo éxito en taquilla es casi seguro debido a que se trabaja con la norma del mínimo esfuerzo/cambio para complacer el mismo gusto. Pero ni aún así pudieron hacer lo esperado a través de la decisiva recta estival (no obstante situar seis secuelas y dos remakes entre las más taquilleras).
Si se aporta el elemento de que dos odas a la estupidez como Guardianes de la galaxia y la nueva versión de las Tortugas ninjas contribuyeron con el mayor peso a la generación de ingresos -al erigirse en las reinas absolutas del box office, bastante por arriba de los Transformers, Spider Man y el X Men de turno de 2014-, podrá tenerse una idea de cuán calamitoso es el estado de cosas. También de la capacidad de apreciación del público norteño, acótese.
Si en sus escuelas les enseñan que son la nación del Destino Manifiesto, el pueblo elegido para liderar y salvar al mundo -cual muy bien recuerda Oliver Stone en esa extraordinaria teleserie documental titulada La historia no contada de los Estados Unidos-, desde bien temprano al norteamericano promedio lo adiestran en la visión de un cine elefantiásico y escapista, acorde con un consciente trabajo mercantil y publicitario de la industria. No puede pedírseles otra cosa. El cine del Sundance, Tribeca, sellos independientes, las divisiones de arte de los estudios u otra raíz (de donde cada año emergen formidables exponentes muy poco vistos en su país) es apreciado solo por el sector cultural, personas cultivadas, críticos, en fin. Pasto ajeno al consumo de las grandes masas, lo tildan de “europeísta, aburrido, lento”. 
Algunos analistas atribuyen las causas de la retracción a la baja demanda para pases en 3D -el formato atraviesa su peor momento-, al precio de los tickets entre los 10 y 15 dólares, a la expansión de los “cines” hogareños (filmes visionados en los grandes home cinemas o pantallas desde 65 hasta las 200 pulgadas), o incluso al Mundial de Fútbol en la nación del rugby.
Podría ser, aunque igual operan otras razones. Pese al gusto condicionado del espectador medio nacional, cuanto estrenaron en EUA de mayo a septiembre fue deprimente, salvo excepciones; de modo que quizá sea ¿un indicio de hartazgo? de tanta clonación indiscriminada. Por otro lado, los norteamericanos comienzan a salir de la crisis, y es una ley inextricable que cuando peor se encuentran es cuando más acuden al cine, dado el carácter evasor de su pantalla comercial (así funcionó siempre hasta el último crack de 2008). Probablemente la maquinaria de promoción no mantuvo el empuje característico, si bien lo dudo. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucedió.
En realidad el asunto no es para rasgarse las vestiduras. No resulta la primera vez ni será la última en ocurrir tal “bajón” puntual en la extendida prolongación veraniega. Pero, tras el año malo, llega por regla uno extraordinario donde revientan las taquillas, porque todos en la industria, desde el más alto CEO hasta el último guionista o distribuidor, luchan a brazo partido por ello.
Sin ser pesimista, no creo que, al menos durante las próximas décadas, se registren variaciones a notar en la hegemonía de la pantalla norteamericana: ni dentro del mercado natural ni en el extranjero. Aun no existen las condiciones para la ocurrencia de esa transformación. Ellos siguen detentando el poder de la cadena promoción-distribución-exhibición. Además, la narrativa comercial estadounidense sentó en el imaginario mundial una noción consensuada de que “es lo que atrae a las mayorías”, algo difícil de subvertir en largos años.
Pese a los lamentos en California y Nueva York, la temporada negra de 2014 no supone, ni por asomo, la caída de los dioses. Solo un pequeño puñado de cinematografías del planeta ha sido capaz hasta el momento de configurar entramados industriales en posición de, si no hacerle frente, sí situar a los productos nacionales de tú a tú en la cartelera con las producciones yanquis. Corea del Sur, Francia e India representan los ejemplos más representativos -al margen de lo folclorista y mediocre de la filmografía del último pabellón.
Se requiere volumen de producción, considerable respaldo financiero, incidencia proteccionista de los estados a sus entes en lo relativo a la cuota en pantalla, infraestructura, una comunidad creadora tan amplia como diversa en signos e intereses estéticos. Escuela e industria. La hegemonía audiovisual de la tierra de Superman no tiene todavía contrarrespuesta posible en términos de difusión/empoderamiento por parte de las cinematografías nacionales.

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