Dazra Novak
Vamos a reconocerlo de una vez: el paquete semanal está de moda. Mi cuñado nos visita y al ver la película que están proyectando nos dice: “ah, esa está buena, la vi en el paquete de la semana pasada”. Días atrás leí esta entrevista: El paquete por dentro, según el transportador. Dos domingos atrás llego a la FAC y están los del programa El triángulo de la confianza. ¿A que no adivinan cuál era el tema?: el paquete semanal.
(Entre nos: parece que el transportador le agarró el gustico a esto de las entrevistas y la publicidad, claro, que de ellas se deriva.)
En Cuba, a veces, van de la mano la necesidad y el gusto por andar a la moda –dice este lunes mi letra de molde con un guiño pícaro–… porque, a fin de cuentas, ¿alguien puede decirme qué trae de tan diferente, de tan especial como para pagarle a alguien todas las semanas por un contenido que no tendré tiempo para ver o veré atropelladamente?
Si apenas se escucha en la radio y en la televisión, ¿cómo entonces le llega el reguetón a la gente?, se preguntaba mi letra hace algún tiempo, mientras rumiaba ideas para Eres la música que tengo que cantar. Exacto, iba por ahí la cosa, en una memoria de unos cuantos gigas que alguien(es) descubrió(eron) como una efectiva red sociocomercial y terminó siendo –ni ellos mismos se imaginaron esto– un negocio redondo.
“Es más lucrativo de lo que imaginé”, dijo uno de los asistentes al encuentro en la FAC, cuando el transportador explicó que él solo cobraba 5 CUC por ser primera mano. Y cuando un profesor de Filosofía de la Universidad expresó su preocupación por lo que vendría a ser –quizás seamos ya– más tarde o más temprano “un público empaquetado” bajo cuestionables códigos, el aludido argumentó: “pero, profesor, ¿qué no es un negocio en Cuba?”.
¿Qué es lo que más se consume del paquete?, creo que es esta una muy buena pregunta para entender por qué la fama y lo que vendrá después: dime qué consumes y te diré quién eres. Cada vez que escucho a algún consumidor que me habla de series, shows (casos cerrados y Lauras), a veces, copian la misma novela que ya están transmitiendo en el televisor “para ver los capítulos por adelantado”. La mayoría de las veces hacen énfasis en el hecho de que “en el paquete también viene muchísima basura pero, al menos, puedo elegir”.
¿Hasta qué punto será entonces realmente la mala factura de nuestros programas televisivos, la falta de internet, esta entendible necesidad de “elegir” los contenidos o nuestra propia decisión de qué hacer con nuestro tiempo libre? Todavía recuerdo la respuesta de mi vecina cuando le insistí en que fuera al cine Chaplin a ver la película Conducta. “¿Ir al cine? Ay, no, mi´ja, no, mejor-espero-a-que-salga-en-el-paquete-y-ya”.
Lo cierto es que hoy cada vez hay menos oportunidades para la radio, la televisión, el cine o el teatro (por no hablar de la lectura), y la gente se va privando del espacio público ante la posibilidad no tanto de elegir lo que se ve como de pulsar play a cualquier hora del día, gracias, entre otros motivos (que no causas), al paquete redentor. “Pero eso será para los que tienen tiempo para estas cosas, porque yo me paso la vida trabajando”, expresó uno de los asistentes a la discusión.
(¿A estas alturas no debo explicarles cómo funciona el tiempo en nuestra isla, verdad que no?).
Por su lado el transportador, con cierta ingenuidad y desconocimiento ante la responsabilidad social que pesa sobre sus selecciones, traía sus propias preguntas: “¿Por qué la televisión cubana no me da contenidos para poner en el paquete, por ejemplo, los programas de Pánfilo? ¿Qué pasa si uno quiere volverlos a ver, va al ICRT y los pide?” (risas). Claro que el muchacho no debe de haber leído el comentario de Anónimo en su entrevista: “¿paga usted algún derecho de autor por esos contenidos que le rinden tan jugosos dividendos?”.
No nos engañemos, con solo cuidarse de no colocar temas políticos “para no buscarse problemas” no basta para salvar todas las responsabilidades. Así le preguntaron: “¿Qué pasa con los contenidos como las letras de reguetón que dan rienda suelta a esta imagen sexista y pornográfica de la mujer cada vez más extendida?”. “¿En qué se basan los filtros para decidir qué va en el paquete y qué no?”. “¿Cómo sabes lo que la gente quiere ver?”.
Como tapando con un dedo la función del distribuidor, el transportador se justifica comparándolo con el efecto de una memoria flash socializada entre amigos, pero sabemos que no es tan sencillo y está muy lejos de ser tan limitado. Todos sabemos –hasta los que no lo consumimos– que el paquete semanal es hoy una red nacional reconocida hasta por los negocios privados que, dado su alcance, montan en ella su publicidad. Y funciona.
Ni desechable ni aplaudible, el paquete semanal es solo una herramienta-accidente, una solución emergente a una carencia (vista desde todos los ángulos posibles), apenas un nuevo ensayo social al que ubicamos en la inocente categoría de entretenimiento (¿para cerrarle los ojos a la verdad?). De nada nos sirve esta pregunta con que le apuntaron al final: ¿qué pasa si mañana todos tenemos acceso a internet? Yo les preguntaría más bien a todos: ¿qué Cuba nos espera tras ese consumidor empaquetado bajo estos códigos culturales? (Tomado de Cuba Contemporánea)
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