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jueves, 18 de septiembre de 2014

Viaje (de un Pedro Pan) a la semilla

El protagonista de la historia en el malecón habanero.
Albor Ruiz

“Marcial tuvo la sensación extraña de que
los relojes de la casa daban las cinco, luego
las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media”…

(Alejo Carpentier,
Viaje a la semilla)

Ausente de Cuba desde 1961, Roberto Rodríguez Díaz, un cubano-americano hasta hace poco itinerante y desarraigado que ha vivido en Miami, Nueva York y San Juan, se reencontró con su patria —y consigo mismo— medio siglo después en un conmovedor “viaje a la semilla”.

“Fue como regresar a la niñez, todo estaba ahí, mi casa, mi colegio, mi barrio”, dice este habanero de 64 años que, sin pensarlo, utiliza el posesivo al hablar de cosas que parecían haber quedado atrás hace 50, cuando sus padres lo enviaron a EE.UU. como parte de la Operación Peter Pan. “No es como aquí (EE.UU.), donde lo más probable es que en lugar de mi casa me hubiera encontrado un shopping center y en vez de mi colegio, un condominio de 50 pisos”.
Fue tal el impacto del viaje, que Rodríguez Díaz, de profesión vendedor, se transformó en Rodríguez Díaz, escritor y cineasta, autor del libro Coro de silencio (a la venta en Amazon) y director del documental del mismo nombre porque, según afirma, sentía la necesidad de dar a conocer un mensaje tan importante como desgarrador.
La película se presentó con gran acogida del público en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana 2013: primera vez que un director cubano residente en el extranjero participa en ese prestigioso evento. Se exhibió además en el Havana Film Festival de Nueva York 2014 y en el Festival de Cine de San Juan. En ambos la audiencia reaccionó con enorme emoción.
Muy pronto el público de Miami también podrá ver Coro de silencio. Al igual que el libro, el documental pone al descubierto con gran valentía la historia oculta de la Operación Peter Pan a través de las experiencias vividas por Rodríguez Díaz entre los 11 años, edad a la que salió de Cuba, y los 16, cuando al fin llegaron a EE.UU. su madre y su hermana.
Cartel promocional del documental.
“Se llama Coro de silencio porque nadie ha querido hablar de esto, aunque después del libro y la película han salido otros a contar sus historias, muchas de las cuales son peores que la mía”, dice. “Lo voy a presentar en el teatro Tower, en la Calle 8, en la Pequeña Habana, a finales de noviembre. Mi objetivo es que lo vea la mayor cantidad de público posible, que se hable de esto, para que más nunca vuelva a suceder algo así”.
La Operación Peter Pan, orquestada por el Departamento de Estado norteamericano, explotó el temor de que la Revolución eliminaría los derechos de los padres sobre sus hijos. Terminó siendo uno de los mayores éxodos de niños sin compañía de la historia: entre 1961 y 1964 se enviaron más de 14,000 menores a EE.UU. Rodríguez Díaz fue uno de ellos.
Pero todo no era más que una patraña a la que se le dio credibilidad mediante la distribución clandestina en Cuba de una falsa “ley” que eliminaba la patria potestad. Se trataba de una desalmada conspiración con fines propagandísticos para atemorizar a los padres y convencerlos de que enviaran a sus hijos solos al extranjero en un viaje sin regreso.
Con la complicidad de la Iglesia Católica en Miami, Washington situó a los niños en campamentos, hogares sustitutos, orfelinatos y reformatorios. En muchos de esos lugares los maltrataban o les administraban electro-shocks y fármacos sedantes.
“A mí me mandaron a cuatro lugares: un campamento en Florida City, un hogar sustituto en Pompano Beach, otro campamento en Opa Locka, todos en la Florida, y por último a un reformatorio en Victoria, Texas”, relata Rodríguez Díaz. “En Opa Locka me violó el principal del lugar. Lo quise denunciar y me enviaron al reformatorio de Texas donde había otros cuatro niños cubanos. Allí nos drogaban cuatro veces al día para mantenernos controlados.”
“La gente tiene que saber que hubo abuso sexual, físico y mental”, agrega. “Los curas nos amenazaban con mandarnos para Cuba si hablábamos y nos decían que eso sería una gran vergüenza para nuestros padres”.
Los padres también fueron víctimas de la crueldad y el engaño. Muchos de ellos se dieron cuenta ya demasiado tarde de la magnitud del error que, con la mejor intención, habían cometido.
“Mis padres y mi hermana no se enteraron de lo que me había pasado hasta hace 10 años mirando una entrevista televisiva en la que por primera vez denuncié estas cosas,” dice Rodríguez Díaz. “Nunca se los había dicho para evitarles sufrimiento y ahí todo salió a la luz. Aquello fue un mar de llanto”.
Cada vez que va a Cuba —algo que ha hecho seis veces en tres años— Rodríguez Díaz siente crecer su identificación con su pueblo.
“Lo que más me impresiona es la gente. Sin tener por qué te reciben con amor, es una experiencia para la que no tengo palabras”, señala. “No hay odio ni rencor hacia los cubanos de Miami y me pregunto por qué no puede pasar lo mismo en Miami”.
Y con una voz cargada de nueva juventud agrega: “Quiero regresar a Cuba a hacer lo que pueda, ayudar a los cambios, quiero vivir esa nueva Cuba, contribuir”.
Un auténtico y conmovedor viaje a la semilla. (Tomado de Progreso Semanal)

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