Augusto Zamora R.*
Hace 53 años, en pleno fragor de la Guerra Fría, EEUU rompía relaciones diplomáticas con Cuba y declaraba la guerra política, económica y militar a la revolución cubana. En los meses y años siguientes, Washington pondría en marcha centenares de operaciones secretas dirigidas tanto a sabotear el proceso revolucionario, como a asesinar a Fidel Castro. Todos y cada uno de los planes estadounidenses fracasaron sin excepción. Desde el desembarco en Playa Girón (o Bahía de Cochinos), en 1961, hasta el implacable bloqueo económico, que llegaba a castigar con cárcel a quien enviara un dólar a Cuba. Diez presidentes estadounidenses pasaron por la Casa Blanca mientras en Cuba –como admite el comunicado difundido ayer por la oficina de Obama– seguía gobernando Fidel y, luego, Raúl Castro, así como el Partido Comunista Cubano.
El mantenimiento del bloqueo y las hostilidades contra Cuba constituían las políticas más obsoletas y absurdas de las muchas que ha coleccionado EEUU. El aislamiento continental impuesto a la isla por presiones norteamericanas desde 1961, había desaparecido a tal punto que, de todos los países americanos, sólo EEUU se negaba a restablecer relaciones diplomáticas con Cuba. La presión continental contra esta política fracasada no había cesado de aumentar en la última década. En 2009, la Asamblea General de la OEA votaba la readmisión de la isla. En junio de 2014, casi todos los gobiernos latinoamericanos advirtieron que no asistirían a la Cumbre de las Américas, a celebrarse en Panamá, en 2015, si se excluía a Cuba. En medio siglo, EEUU había pasado de aislador a aislado, viendo impotente cómo se reducía a mínimos su anterior omnipotente influencia en lo que ha gustado llamar “hemisferio occidental”.
Nada de esto resta méritos a la decisión del presidente Obama, que, de modo general, ha sido calificada de valiente. Ninguno de sus antecesores en el cargo, aunque se diera cuenta del fracaso de la política anticubana, osó mover un dedo para modificarla. El temor al –ya no tan– poderoso lobby cubano y al ciertamente poderoso bloque ultraconservador existente tanto en republicanos como en demócratas, paralizaba a todos. Era más fácil dejarse llevar por la inercia, aunque la URSS hubiera desaparecido y la Guerra Fría fuera una referencia histórica. Obama, haciendo gala de realismo político, ha decidido asumir el fracaso político de EEUU y dar un giro que es, ciertamente, histórico a sus relaciones con Cuba y también con Latinoamérica.
Porque Cuba fue, desde el triunfo revolucionario de 1959, el espejo en el que, de una u otra forma, se veían los pueblos latinoamericanos. Podían los gobiernos romper relaciones, pero Cuba seguía siendo una esperanza de libertad, igualdad y fraternidad que los tercos barbudos había abierto en el corazón de los pueblos oprimidos de la región. Cuba fue ejemplo, refugio, campo de entrenamiento, foco de ideas, faro de resistencia, sobre todo cuando las dictaduras ahogaban en sangre Latinoamérica.
Para entender la posición de tantos y tantos en Latinoamérica es preciso estar familiarizado con la trágica historia de intervenciones armadas y políticas, los sangrientos golpes de Estado patrocinados por EEUU, el saqueo inmisericorde de las riquezas y recursos de los países y el asesinato, cárcel, torturas y destierros de millones de latinoamericanos. Frente a las hecatombes provocadas por EEUU, Cuba era esa luz que no se apagaba y ejemplo vivo de que resistir era posible y que valía la pena.
El proceso de normalización entre Cuba y EEUU se inicia, según palabras de Raúl Castro, sin que Cuba haya renunciado “a uno sólo de sus ideales”. Tal afirmación da fe de la tozudez y la entereza con que Cuba y los cubanos supieron resistir incluso los periodos más duros de su historia reciente. El llamado “periodo especial”, eufemismo acuñado para referirse al colapso económico y miseria que siguió al suicidio de la Unión Soviética, fue la prueba de fuego para los isleños. Viajé a la isla varias veces esos años y pude ser testigo del inmenso espíritu de sacrificio de la población. En otros lares, la explosión social hubiera sido inmediata. En Cuba, el patriotismo y la conciencia revolucionaria fueron los pilares que sostuvieron al quebrantado país.
El mensaje de Obama contiene una frase a destacar: “Hemos aprendido tras una dura experiencia, que es mejor fomentar y respaldar las reformas que implementar políticas que convierten a los países en Estados fallidos”. Es de suponer que Obama miraba los desastres provocados por las intervenciones militares en Afganistán, Irak y Libia. Miraba, quizás, al fracaso total que fueron las dictaduras militares promovidas por EEUU. Ojalá signifique la renuncia de EEUU a todo tipo de intervencionismo, aunque, con este país, es difícil construir futuros optimistas. Baste recordar que al gobierno de James Carter –quien devolvió a Panamá su Canal y condenó las violaciones de los derechos humanos en la región–, le siguió el gobierno de Ronald Reagan, de signo absolutamente contrario. Obama puede ser relevado por Hillary Clinton, partidaria hasta ahora del bloqueo a Cuba y defensora de políticas intervencionistas.
La derecha cubana y la mundial se han quedado mudas con la decisión de Obama. Ahora que EEUU se ha rendido a la evidencia y realidad de Cuba ¿qué discurso les quedará? ¿Acusar a Obama de izquierdista y defensor de dictadores? ¿Denunciar que la Casa Blanca se ha pasado al enemigo y los ha dejado con los cuartos al aire? ¿O tendrán la prudencia de callarse y, como buenos discípulos, seguir los pasos del Gran Jefe y aceptar que hay algo que se llama independencia y dignidad nacional?
Con todo y ser un paso espectacular y meritorio, queda un largo camino por recorrer. El bloqueo económico es una telaraña espesa que debe deshacerse en el Congreso, donde la extrema derecha batallará ley por ley. Pero el principal paso está dado y, considerando el peso que tiene el presidente en EEUU, es de esperar que el bloqueo sea disuelto poco a poco. Hace años, en un artículo sobre Cuba, recordaba que no era preciso ser superpotencia para resistir el asedio de un imperio. Que para ello bastan dignidad y coraje pues, como anotaba Karl Deutsch, un país pequeño con un gobierno de inusitada fortaleza y una población motivada podía mantener su independencia, aunque sólo sea por los elevados costos que su conquista puede acarrear. Cuba lo ha conseguido. Y Fidel ha vivido para verlo. Una alegría para Cuba y para Latinoamérica también. (Tomado de Rebelión)
* Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue abogado de Nicaragua en el caso contra EEUU ante la Corte Internacional de Justicia. Es miembro de número y directivo de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua y autor de varios libros. Colabora con un sinnúmero de diarios y medios digitales y es columnista de El Nuevo Diario de Nicaragua.
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