Julio Martínez Molina
La historia de Cuba se sustenta en la dignidad, porque desprovistos de esta no hubiésemos poseído historia ni hubiésemos tenido Cuba: al menos esa Patria independiente tal cual la entendemos -la inmensa mayoría, por fortuna- quienes no nos plegamos a la lacayuna moral pro-anexionista de los infieles de ayer, hoy y siempre, ni sucumbimos a tambaleantes visiones marcadas por la ingenuidad política.
Sin la dignidad, ese don tan característico del ser nacional, no hubiese habido Guamá, libertad de los esclavos, Grito de Yara, Baraguá, rescate de Sanguily, Dos Ríos, Revolución del '30, Morrillo, lucha clandestina, un Moncada, un Granma, la Sierra Maestra, el 1 de Enero de 1959, Angola, el encabezamiento de la lucha internacional contra el ébola y la resistencia heroica contra la hostilidad permanente de los sucesivos gobiernos norteamericanos desde el inicio mismo de la Revolución y ante su criminal e inhumano bloqueo.
Ese cerco que tanto daño nos ha provocado en todos los aspectos de la vida cotidiana, al constituirse en el principal handicap, la causa fundamental de entorpecimiento del desarrollo económico insular a través de más de medio siglo y en vector de generación de la mayoría de los problemas aquí.
Por dignidad, valentía, numantina capacidad de resistir y consecuencia para lo que somos y cuanto representamos desde el plano ideológico para la humanidad, es que tuvimos la victoria popular, política, diplomática, estratégica propalada al mundo el pasado 17 de diciembre de 2014. Nunca por una dádiva de nadie. Los imperios, jamás, regalaron nada.
El reconocimiento oficial del presidente Barack Obama del fracaso de la política de asfixia económica contra nuestro pueblo, el anuncio de la decisión del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y su orden de revisar la injustificable inclusión de la Isla en la Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo Internacional, constituyen, en primer caso, “el resultado de casi siglo y medio de heroica lucha y fidelidad a los principios del pueblo cubano”, como expresó certeramente el presidente cubano, Raúl Castro Ruz, el 28 de enero, durante el discurso pronunciado en la III Cumbre de CELAC.
Dos días antes de tales pronunciamientos, Fidel, el líder histórico de la Revolución, escribió en su mensaje a los jóvenes universitarios: “No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de guerra. Defender la paz es un deber de todos”.
Se tienden los puentes, ahora, de los procedimientos iniciales para el inicio de un proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales, con la confianza de que un futuro de convivencia civilizada basado en el respeto a las diferencias entre ambos gobiernos resulta posible, bajo la inalienable premisa del respeto de los principios de soberanía y la no injerencia en los asuntos internos.
A lo largo de la reciente ronda de conversaciones binacionales, la parte cubana enfatizó que los futuros nexos y las misiones diplomáticas deben basarse en los principios del derecho internacional refrendados en la Carta de las Naciones Unidas y las Convenciones de Viena sobre Relaciones Diplomáticas y Consulares.
Resta un camino largo y no exento de dificultades o aviesos escollos que sectores reacios al cambio interpondrán en los Estados Unidos, pero se dan los primeros pasos de un acercamiento posible, el cual puede rendir valiosos frutos para ambos países.
Como es sabido, el bloqueo solo puede eliminarse en el Congreso, pero el presidente Obama posee prerrogativas que, de aplicarlas, lo pondrían en virtual posición anulatoria. Así, el inquilino de la Casa Blanca está en capacidad legal de autorizar el uso del dólar en las transacciones financieras y el otorgamiento de créditos para adquirir bienes y servicios en el terreno agrícola; los vuelos comerciales directos entre los dos países; la libre transportación marítima; las inversiones en Cuba en sectores distintos al de las telecomunicaciones; la adquisición por nuestra parte de productos con componentes norteamericanos y la importación a Estados Unidos de productos contentivos de materias primas criollas, entre otras facultades.
La historia le premiará, verdaderamente, si se atreve a tomar tales decisiones.
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