Amigos de Cuba asistentes a la reapertura de la embajada cubana en Washington exigieron el fin del bloqueo contra la Isla. Foto: Jorge Legañoa |
Dudo que ocurriera durante la pasada semana un hecho de mayor relevancia que la apertura de la Embajada de Cuba en Estados Unidos, lo cual marcó el reestablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, rotas desde 1961, dos años después del triunfo de la Revolución. Para los cubanos, por lo menos, nada tendrá igual connotación.
Cuando el pasado lunes 20 de julio se izó la bandera de la Mayor de las Antillas en Washington, se produjo el primer resultado firme del proceso de conversaciones que se dio a conocer al mundo el 17 de diciembre de 2014, apenas unos siete meses atrás. Mucho resta, se ha dicho, para alcanzar la normalización. Pero esto ya es algo.
Los habitantes de la Isla, sin embargo, no perciben aún ningún cambio real en su vida cotidiana, si bien las expectativas resultan inconmensurables. Una las englobaría todas: mejor situación económica para el país en general y para sus ciudadanos en particular.
Ello podría darse a través de la derogación del conjunto de leyes que dan cuerpo al bloqueo económico y financiero que Estados Unidos mantiene contra Cuba y que, digan lo que digan, está ahí, existe, no constituye una mentira ni siquiera a medias, aunque el argumento tenga reputación de servir de justificación para malas decisiones internas.
Se espera, de igual manera, que un comercio normal entre ambas naciones aumente la cantidad y variedad de bienes de consumo disponibles.
Hasta el momento, las acciones han tenido lugar, sobre todo, en el terreno político. No obstante, a la larga, eso debería proveer mayor libertad de movimiento al Gobierno cubano y desbrozar el camino para futuras determinaciones. En resumen, si no se vive el hoy, no se verá el mañana, y de ahí la importancia del entendimiento que se está produciendo.
Una prueba está en la muy reciente aprobación, por parte del Comité de Apropiaciones del Senado, de una iniciativa para levantar definitivamente la prohibición de viajes a la Isla e inhabilitar la orden de que una embarcación que haya tocado puerto en el país caribeño no puede atracar en Estados Unidos, aun a la espera del voto del Congreso.
Las consecuencias directas de una concreción de tal intento implicarían, quizás, el arribo de un gran número de turistas estadounidenses –los especialistas estiman unos dos millones- a la geografía cubana, por distintas vías, con los consiguientes beneficios directos al bolsillo de la gente, para nada reñido con un, también posible, incremento en los indicadores macroeconómicos, entre otras.
Así, esperanzados pero al ritmo de un día tras otro, como lo han hecho siempre, vive la mayor parte de los de esta tierra el tiempo de cambio, sin enamoramientos adolescentes, sin flechazos por el presidente Obama, como quisieron hacerle creer al mundo algunos medios estadounidenses interesados en “hornear” una oposición en Cuba. En abril pasado le concedieron al mandatario, en virtud de sondeos clandestinos y de dudosa moral, una popularidad desmesurada en el archipiélago. Acá se le respeta, mientras nos respete. Y punto.
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