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miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿Qué número tiraron anoche?

Julio Martínez Molina

Luego que el hombre concibió el fuego, entendió la idea del sexo vaginal, pintó su arte rupestre en las cuevas, escondió el miedo a la noche mediante el líquido extraído de la fruta macerada, habló y pensó, raudo comenzaría a pronosticar, adivinar, conjeturar, profetizar y confiar en un golpe de suerte que lo sacase de la ordinaria rutina de sus días.
Muchos de los grandes negocios de la historia (el alcohol, la prostitución, el juego…) se basan en alimentar su esencia y dinámicas de desarrollo de las pulsiones más primigenias del ser humano.  Las estadísticas indican que el consumo de alcohol incide en la ocurrencia de casi 200 patologías. Para mantener el negocio de la prostitución solo en Asia, Europa y Estados Unidos son mantenidas en condiciones de esclavitud a cerca de 130 millones de adolescentes y jóvenes.

A través de El jugador, de las obras menores del escritor ruso, pero pieza grande al fin siendo firmada por Dostoievski, el lector comprende de forma muy gráfica el estado ruinoso al que pueden reducir al ser humano las tentaciones de las artes del azar. Cada año se registran numerosos suicidios en el planeta debido a las pérdidas ocasionadas por dicha afición.
Empero, al margen de cuanto sea divulgado todo lo anterior, no existe mecanismo capaz de frenar tales expresiones, en manos hoy día de megaoligopolios transnacionales, bandas mundiales conectadas a las estructuras de poder y hasta los propios estados.
Las loterías nacionales, blanco de escandalosos fraudes (la Cuba prerrevolucionaria fue repugnante muestrario), intentan conferir un matiz serio a su actividad por la vía de su contribución económica a diferentes proyectos. La inglesa, por ejemplo, propina anual respaldo a la cinematografía local.
La criolla, constituida en 1812, resultó buen ejemplo de camuflar las ganancias sórdidas de los camajanes decimonónicos y los robos administrativos mediante algunas obras sociales. El pensamiento intelectual la impugnó con vehemencia y evidenció su engañifa, en arco histórico abarcador de José Antonio Saco en 1858 a Manuel Morúa, quien la calificó de “gangrena social” en 1891.
Las autoridades norteamericanas dominantes de la Isla la clausuraron a punto de advenir el nuevo siglo, en actitud seguida por el presidente Tomás Estrada Palma, quien vetó varias propuestas de reactivación. Sin embargo, no duraría mucho la cancelación. Reabrió en 1909, bajo la égida del presidente José Miguel Gómez.
No contento con nombrar al primo y al hijo como su director y subdirector de forma respectiva, el nepotista y ladrón Alfredo Zayas se regaló un premio gordo. Así ocurría en Cuba durante aquella república de mentiritas.
Aunque hubo infinidad de engaños y fue censurada por políticos progresistas e intelectuales de diverso signo, las masas populares, por regla general, la respaldaron, amparadas en la idílica creencia de que algún día saldrían de su miseria como consecuencia de cualquier beso de la charada. Unos pocos salieron, sí; la mayoría, en verdad, cuanto solo ganó fue perder los escasos centavos disponibles para supervivir. El banco, sabemos, siempre se ríe.
Si bien apoyó a la materialización de proyectos habitacionales a cargo del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda presidido por Pastorita Núñez y el fraude fue eliminado una vez iniciado el nuevo proceso social, no era consecuente con el decálogo ético revolucionario la prosecución de la actividad, finalizada en 1966.
Mas, el negocio nunca murió en el país. De la mano no oficial, la Lotería Nacional transmutó en la Bolita Nacional, a la diaria nota nocturna de sorteos foráneos y a cuyo socaire vivieron/viven numerosas personas. “¿Qué número tiraron anoche?” es una interrogante de mucha más fácil respuesta en la mañana insular que si “¿vino el soyur?”.
De los apuntadores causa curiosidad su alto grado de autoestima en la cábala. Si ven un gato ronroneándole entre el tobillo, apostarán por el cuatro. Ese ser humano debe pensar que él es único en la Tierra y que un sorteo extranjero tendrá en cuenta la preferencia del felino consigo.
La ley de las probabilidades, el sentido común, la razón, el instinto o un atisbo de conocimiento (el conocimiento es dolor, creía Erasmo de Rótterdam; pero también brújula) impedirían a otros no ya apostar al minino, sino incluso hacerlo hasta de ver a un tigre dientes de sable resucitado dando brincos en la calle 23. Pero “el mundo es ansí”, bien lo dijo Pío Baroja, y a muchos cuesta demasiado desaferrarse de las rentables primigenias pulsiones.

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