La pequeña Noemí Bernárdez junto a su abuela Marlén, también operada de un cáncer de mama. /Foto: AFP. |
“Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado.
Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella.
Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas...
Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
Antoine de Saint Exupéry
Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella.
Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas...
Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
Antoine de Saint Exupéry
Dagmara Barbieri López*
La pequeña Noemí Bernardez es mi vecinita. La conocí desde bebé y hace poco supe en el barrio de las malas nuevas sobre su salud, una de esas noticias que llueven como sollozos del corazón; ahora un trabajo anterior publicado en este propio blog me afianza el recuerdo de sus largas trenzas de antaño, junto al brillo intenso de sus ojos verdes.
Mi colega editor de Fanal Cubano, la Agencia France Press (AFP) y medios del mundo entero divulgaron la historia de Noemí, citada por el embajador de Bolivia ante la Asamblea General de la ONU, antes de la reciente votación, para mostrar el enorme daño que provoca el bloqueo estadounidense contra Cuba, el relato es un canto del alma, un grito de la vida contra la muerte.
Pronto la niña de siete años necesitará temozolomida, medicamento producido por laboratorios estadounidenses y nuestro sistema tiene que usar artilugios para burlar el bloqueo de Washington a esta isla, con el fin de obtenerlo a través de terceros países, cuando el tiempo apremia y hasta los costos se alzan.
Hay golpes muy duros y las controversias actuales convierten la imagen de Noemí, en un imperativo: la conciencia internacional no puede convivir con tales afrentas, el responsable de tan terrible exteriorización de este tiempo es el mundo.
Su abuela Marlén, también paciente oncológica; la mamá Elizabeth, la tía Rosa y toda la familia, hallan luz en los senderos más oscuros incluso en medio de esta delicada situación, pues confían en la profesionalidad de las personas en la larga lista de los reparadores de sueños de su Noemí.
Mientras la pequeña se debate entre los exámenes y las atenciones en una instalación hospitalaria de la capital del país, sus cuidadores médicos y enfermeras, como ángeles de la guarda la alejan de las sombras y entonces ella descubre caminos donde siempre encontrará fuerzas.
Noemí ahora no puede pedir flores de mi jardín, pero en su sala, gracias a esos esos duendes del milagro, alterna gestos de infante con juegos y esperanzas que en su diminuto espacio son flores y estrellas cultoras de una vitalidad mágica, tesoros suficientes para ser feliz, a pesar de los pinchazos y la cabecita rapada.
Cada uno de los protagonistas de esta historia tiene dentro un genieciello que no deja morir el ensueño, ni la fidelidad a lo que amamos.
Han sabido descifrar el lenguaje universal de la ternura, olvidar espinas y aspirar perfumes para ser, ante cada lecho como el de Noemí, un farolero de luz eterna, mediante la entrega, sin pensar en sumas, nada más con el lenguaje que solo el corazón sabe.
* Periodista del semanario 5 de Septiembre
No hay comentarios:
Publicar un comentario