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lunes, 9 de noviembre de 2015

Cuando el verbo no sea recuperar, sino crear

Julio Martínez Molina

Las circunstancias históricas, los escenarios económicos y modas marcadas por innumerables condicionantes se apropian u originan constructos lexicales que entronizan variantes verbales de cabecera, cuyo uso y abuso epocal suelen marcar el discurso visible de conglomerados humanos en su lenguaje cotidiano; pero además determinan —o intervienen de forma directa— en la jerga habitual de reuniones, encuentros, asambleas del panorama cubano de las décadas más recientes y especialmente de la actualidad…
Así, hoy día son comodines de turno del diálogo coloquial cubano giros como “dale”, “ve” u otros que, por saturación, llegan a convertirse en corruptelas gramaticales (dado su inserción en contextos dialogísticos inapropiados) erigidas en verdaderas morcillas conversacionales dentro de la puesta en escena de la vida cotidiana.

En el universo “reunionil”, el cual se prefigura como un submundo alternativo donde las expresiones de la manifestación oratoria guardan gran distancia de las retóricas ordinarias asociadas a un antitético asfalto diario con sus leyes particulares, aparecen términos propios de una decalogía signada por la necesidad de procurar respuestas a determinadas encomiendas encargadas a mediano o largo plazo. De suerte que el participante en las plateas de foros tales se encontrará, por regla, en una suerte de ojo avizor o posición defensiva configurada en última instancia por su recurrencia al hecho de deber explicar el resultado de su obra en función del requerimiento orientado.
Lo de menos en contexto tal es que se trate de un territorio donde, en tanto parte de la construcción de un nuevo yo-orador reconstituido de cara a la ocasión, surjan curiosas dinámicas “creativas” autolegimitizadas en su descarnada singularidad y, extensión misma de lo anterior, no escampen los infinitivos mal empleados (“decir que” resulta una introducción harto común), los verbos inventados (“aperturar” por inaugurar se oye de cinco a seis veces en cualquiera reunión asociada a una efeméride, digamos por ejemplo), las confusiones (presumo que el significado real de “dar al traste” le resulta ignoto al 99 por ciento de quienes intervienen en una asamblea, aunque sigan diciéndolo sin que nadie les señale el error)…
En cambio, lo de mayor peso sería, según puede apreciarlo quien ha asistido a estos encuentros a través de un cuarto de siglo no solo en calidad reporteril, también de observador sociológico, es todo el arsenal gramatical bastardo, pero funcional —y a la larga es cuanto más cuenta en un espacio donde adquiere notable relieve la inteligencia emocional vinculada a la respuesta efectiva en consonancia con el tono y los requerimientos del momento—, tras el cual se parapetan los directivos o cualesquiera fuere precisados a ofrecer la explicación solicitada.
A la hoy casi demodé aunque nunca marchitada del todo oratoria positivista, anecdótica y pro-consignista, desarticulada en gran medida por dirigentes reacios a seguir escuchando más teques en vez de soluciones efectivas, se ha sumado tras el parteaguas del Período Especial una especie de retórica de supervivencia-voluntarista de vocación redentora.
Por consecuencia, los verbos rescatar, recuperar y salvar son repetidos no menos de cien veces en cada asamblea; no importa su género. Su justificación vendría, de querer localizar causales de su empoderamiento, de la incidencia desastrosa del Período Especial y fenómenos meteorológicos posteriores sobre una economía cuyo Producto Interno Bruto descendió estrepitosamente a partir de 1991 y solo pudo ponerse de pie otra vez varios años después.
Crecimos un 4 por ciento en el primer semestre de 2015 y hay motivos para el optimismo en un plazo cercano, a pesar de las conocidas dificultades persistentes. Las construcciones lexicales aparejadas a un progresivo despertar deben aparearse, entonces, a verbos más pro-asertivos: de la guisa de crear, surgir, armar, construir, hacer. Ya debemos ir pensando en dejar un poco de lado ese lenguaje cansino de paisaje después de la batalla, de vida tras el Apocalipsis, por otro que muestre más ya y prometa menos a futuro.

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