Juan Manuel Karg*
El discurso de la presidenta suspendida Dilma Rousseff ante el Senado de Brasil irá directo a los libros de historia, independientemente de la resolución a la que llegue este parlamento abiertamente conservador. En una especie de “la historia me absolverá” -parafraseando a Fidel Castro- versión Brasilia 2016, Dilma habló como una estadista de fuste, con la solidez que solo pueden dar décadas de hacer política, tanto en escenarios favorables como adversos.
Hizo una recuperación de esa trayectoria militante de punta a punta. “Entre mis defectos no está la deslealtad y la cobardía” anunció al comienzo, describiendo su lucha contra la dictadura.
“De eso tengo orgullo” siguió, para luego decir que no sería ahora, casi a sus setenta años, cuando cambiaría esta conducta ética que fue precisamente la que la hizo ingresar en la política.
“Lo que está en juego en el proceso de impeachment no es solamente mi mandato. Lo que está en juego es el respeto a las urnas, a la voluntad soberana del pueblo brasileño y a la constitución” fue una de sus frases más certeras, al punto de quedar rebotando por horas en los titulares que cubrieron la jornada desde los medios de comunicación de todo el mundo. Tras ello fue directo al grano nuevamente, al decir que “estamos a un paso de la consumación de una grave ruptura institucional. Estamos a un paso de que se concrete un verdadero golpe de Estado”. Antes había reconocido errores de gobierno, aunque siempre haciendo hincapié en la “injusticia” de la situación.
El final estuvo a la altura del desarrollo previo. “Solo temo a la muerte de la democracia, por la cual muchos de nosotros luchamos con el mejor de nuestros esfuerzos” afirmó la oriunda de Belo Horizonte. Luego, con mayor espontaneidad, respondió preguntas de los senadores allí presentes. Dejó trascender que después de la votación podrá recurrir al Supremo Tribunal Federal, en caso de un -previsible- resultado adverso.
En las gradas la escuchaban Luiz Inácio Lula da Silva, Chico Buarque y dirigentes del Movimiento Sin Tierra (MST) y Sin Techo (MTST), todos concientes de estar viviendo un acontecimiento histórico. De esos “históricos” no agradables, de los cuales los pueblos de América Latina bien conocen sus consecuencias. De esos “históricos” que dejan marcas, pero que asimismo clarifican de que lado de la historia está cada uno.
Más temprano que tarde, la historia de Brasil y América Latina absolverá a Dilma, tal como sucedió con João Goulart, quien sufriera el golpe de 1964, también avalado por los mismos medios de comunicación. A Temer, Cunha y la banda de forajidos que tomó el poder sin un voto, y que además pretende atrincherarse hasta 2018 aún cuando gran parte de los brasileños pide ir a las urnas, no hay -ni habrá- historia que los avale.
(*) Politólogo, profesor en la Universidad de Buenos Aires (UBA) / Analista Internacional.
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