Jorge Wejebe Cobo
Este 13 de agosto es su cumpleaños 91, el primero del líder de la Revolución Fidel Castro que se celebra sin su presencia física, pero con su recuerdo sustentado en un legado que solo es posible si se le concibe en las inmensidades de varios Fidel, consagrado a formidables tareas históricas, que parecían imposibles para generaciones enteras que lo antecedieron.
Los relatos del poeta de que “El hombre se hizo siempre de todo material, de villas señoriales o barrio marginal” dedicado a otro grande también lo explican en su Birán natal, en la casa de la niñez perfumada por el olor a cedro, donde se involucra con los desheredados de antiguos barracones de esclavos, entre los cuales deambulaba libre de prejuicios a buscar amigos de juegos y los primeros retos a la naturaleza del lugar.
No fue su caso el de grandes personalidades de la historia guiadas en sus primeros años por algún preceptor. Fidel fue su propio guía aunque sus cualidades no escaparon del presagio exacto del sacerdote jesuita y profesor del Colegio de Belén, el español Armando Llorente, quien lo consideró su mejor alumno y escribió en su valoración: “Siempre vi en Fidel Castro madera de héroe y estaba convencido de que la historia de su patria algún día tendría que hablar de él.”
No demoró en hacerse realidad la prefiguración del religioso y desde su entrada a la Universidad de La Habana se sumó a las luchas estudiantiles por la regeneración de la república como la soñó José Martí, del cual estudió con fruición su obra y las ideas del marxismo leninismo, y lo demás lo hizo su vocación revolucionaria que lo llevó a sus primeras acciones al enrolarse en una expedición malograda para liberar a Santo Domingo de la dictadura de Leónidas Trujillo.
Con solo 22 años, al asistir en 1948 a un evento estudiantil en Bogotá, Colombia, las circunstancias lo ponen en el centro de una violenta revolución espontánea en la que literalmente estalló la ciudad ante el asesinato del líder progresista Eliécer Gaitán y en vez de buscar la seguridad en esas condiciones, se suma al pueblo y con el fusil al brazo trata de organizar el combate al frente de unos pocos sublevados.
El golpe del 10 de marzo de 1952, por Fulgencio Batista con la luz verde de EE.UU. –muy complaciente con las dictaduras militares del continente–, acaba con las formalidades democráticas burguesas de la Isla y mientras los partidos tradicionales burgueses no se enfrentan al régimen de facto, tampoco los sectores de la izquierda pudieron desafiar al ejército.
Para entonces aquel joven que en Bogotá tuvo su bautismo de fuego comprendió claramente que la lucha armada era la única solución y emergió como un líder diferente al frente de un destacamento de vanguardia de la llamada Generación del Centenario. Pulverizando prejuicios y miedos, organizó y dirigió los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953.
Nadie mejor preparado que Fidel para enfrentar el duro revés militar de aquella epopeya en la que perdería a más de 50 compañeros asesinados por la soldadesca cumpliendo órdenes del tirano, quien repartió grados y privilegios a cambio de crímenes. Pero nada lo amedrentó y ante sus captores denunció aquella matanza y expuso su plan de Revolución en su autodefensa conocida como La Historia Me Absolverá.
Después vendría la prisión fecunda de Fidel y sus compañeros, la liberación por presión popular, el exilio en México, la preparación de la nueva etapa y el desembarco del yate Granma el 2 de diciembre de 1956, y nuevamente otro supuesto fracaso, con la dispersión de los combatientes en Alegría de Pío y el reencuentro de solo doce sobrevivientes, días después, en Cinco Palmas.
En aquel encuentro aseguró la victoria y aquella profecía, casi locura, se hizo realidad poco más de dos años después de duros combates, reveses y finalmente victorias definitivas que hicieron posible el Primero de Enero de 1959.
Fidel siempre supo adelantarse a su tiempo, y así en la alegría del triunfo del 59 advirtió que en lo adelante todo sería más difícil y no se equivocó. Tuvo que dirigir a un pueblo durante más de 50 años, enfrentando todas las modalidades de agresiones militares, terrorismo, bloqueo, campañas mediáticas que no impidieron la consolidación de la Revolución cubana y del socialismo en el traspatio de EE.UU., que cambió para siempre la historia de América Latina y de los países oprimidos del orbe.
Su existencia estuvo regida por la máxima martiana de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” y como deseo postrero pidió que su culto no se concretara en monumentos, ni su nombre honrara obra alguna. Aunque sería un acto de justicia, Fidel no necesita para seguir viviendo esos tributos, bastan sus múltiples vidas de Comandante invicto, que no dejó de asaltar el cielo y lo seguirá intentando mientras quede un solo revolucionario que sueñe con un mundo sin explotación, sin peligro de extinción del hombre por la codicia humana de los desatinos capitalistas.
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