Iroel Sánchez
Hollywood ha inundado nuestra memoria de legitimaciones del sistema judicial norteamericano. Son historias con finales felices en que la justicia siempre triunfa y los jurados, jueces, fiscales y abogados hacen su trabajo en defensa de la legalidad y la ciudadanía. En un momento en que tanto la fábrica de sueños como el sistema que la engendró se encuentran en una profunda crisis, ha muerto uno de los cineastas que se opuso a dar una visión complaciente de esa y otras zonas de la sociedad norteamericana. Sidney Lumet, falleció este sábado en Nueva York a la edad de 86 años y a raíz de su muerte se ha recordado que dedicó su obra a combatir la hipocresía de la sociedad estadounidense.
La primera y más recordada película de Lumet, Doce hombres en pugna, es precisamente un alegato contra el sistema judicial norteamericano; en ella la tenacidad disidente de un miembro del jurado -protagonizado por Henry Fonda- logra romper la superficial inercia de sus colegas y salvar la vida de un hombre inocente que iba a ser condenado a muerte por un crimen que no cometió.
En una nada feliz coincidencia, pocas horas antes de la muerte del gran cineasta, un jurado de la vida real, ha puesto de manifiesto cuánta injusticia, hipocresía y corrupción encarna el sistema criticado por el director de Serpico. La noticia de la absolución rapid transit del cubano-venezolano Luis Posada Carriles, luego de un juicio por perjurio que se prolongó durante más de tres meses, ha colocado en primer plano la doblez moral de quienes pretenden vender un cambio que dista mucho de haber ocurrido.
Como en el financiamiento de la subversión contra Cuba, en el caso de Posada Carriles el gobierno de Barack Obama ha continuado implementando estrategias heredadas de su antecesor George W. Bush, al procesar por mentiroso al autor de actos tan deleznables como la voladura de un avión de pasajeros con 73 personas a bordo, por el que Posada es prófugo de la justicia venezolana. Para vergüenza de la justicia que nos venden Hollywood y su héroe Obama, el principal abogado de Luis Posada Carriles argumentó en el proceso que su defendido era un "aliado de toda la vida" de los Estados Unidos; y a pesar de que durante el juicio se probó una sórdida trama de dinero, confesiones y mentiras alrededor del acusado, el esfuerzo porque no saliera a la luz su pasado violento al servicio de la CIA terminó teniendo éxito.
Al seguir jugando a las mentiras con la papa caliente que le dejara su antecesor, al habilidoso Barack Obama se le escapó otra vez la oportunidad de hacer algo que impactaría profundamente en el pueblo cubano, donde miles de familias están marcadas por los actos terroristas que Posada y otros como él han cometido en contubernio con la CIA. El presidente norteamericano debería saber que, a diferencia de quienes lo recibieron en Miami durante su campaña electoral, los cubanos no son una cuadrilla de mafiosos. Pero hasta ahora, sus decisiones sobre Cuba tratan de convertir a cada habitante de la Isla en un mercenario y a cada norteamericano que la visite en un "contratista", mientras mantiene en pie el bloqueo económico.
Es lógico, porque así opera la política que él conoce: favores a cambio de dinero, pero nada le ganaría más simpatías de este lado del estrecho de La Florida que un poco de justicia con quienes EE.UU. ha agredido durante más de cincuenta años. Para comenzar, que libere a los cinco cubanos que estaban en Miami tratando de prevenir el terrorismo contra la Isla y extradite a Posada a Venezuela, donde lo reclaman por asesino y torturador. Sería un buen homenaje a Sidney Lumet, ese buen norteamericano que dedicó su vida a denunciar la hipocresía y la corrupción del sistema que Obama prometió cambiar.
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