Veintiocho hijos de Cienfuegos dejaron sus almas tatuadas en las arenas de Playa Girón. Ahora reposan juntos en un nuevo templo. Es el primero en erigirse en el país. |
PASOS FIRMES QUE firmes que buscaron de frente las balas. Hombros sagrados que aprendieron a soportar el peso de los valientes. Pupilas que no tuvieron tiempo para llorar a sus muertos, y los vieron caer en el dolor de la batalla, y vieron sangrar sus pechos, sus pechos jóvenes… Y después llovieron las bombas, y los paracaídas, y Girón fue un infierno en rojo; pero los mercenarios que intentaron robarse los cielos, sucumbieron en la propia incertidumbre de los cobardes.
Abril de 1961 fue un mes diferente. Un mes donde hombres transformados en gigantes corrieron a defender la paz de los suelos. Un mes de heroísmos, de atentados, de piratas con carabelas blancas, y de espacios rotos. El ataque mercenario por Bahía de Cochinos fue un plan irracional, de locos; la CIA pretendió derrocar al único gobierno que le sobraban raíces y abonos sobre la tierra.
Veintiocho hijos de Cienfuegos dejaron sus almas tatuadas en las arenas de Playa Girón. Desde entonces hubo que aprender a sollozar en silencio, a quebrar los nudos en las gargantas, y a mirar al horizonte en busca de sus rostros para agradecerles. Después los trajeron, a descansar, junto al resto de los caídos por la defensa de la patria. ¡El cementerio Tomás Acea fue demasiado pequeño para soportar tanto coraje!
En el Aniversario 50 de la primera derrota del imperialismo en América, el pueblo cienfueguero se congregó en el camposanto para rendir homenaje a quienes perecieron por la salvaguardia de las conquistas del socialismo. Un nuevo templo, dedicado en su totalidad a guardar los restos de los héroes de Playa Girón, es el primero en erigirse en el país.
Escoltados por una guardia de honor, los mártires de abril, recibieron los honores de familiares y demás combatientes de la gesta. Luego, en cortejo fúnebre, fueron trasladados hasta el panteón. En la solemnidad del momento, y ante la presencia de las máximas autoridades de la provincia, cada uno fue depositado en los osarios que llevan sus nombres.
Y en el momento justo en que el pueblo decía: presente, con voces estremecedoras, alto, muy alto, bien alto, frente a los nombres de los venerados, el sol salió. Abriéndose paso estruendoso entre las nubes despejó el cielo, para iluminar, cara a cara, las criptas sagradas.
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