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martes, 28 de junio de 2011

Bajo las bombas, Trípoli no claudica

Un grupo internacional de investigadores de la Red Voltaire se encuentra actualmente en Libia. Sus miembros han visitado las zonas bombardeadas y han tenido también la oportunidad de reunirse con dirigentes políticos y responsables de la seguridad de la nación. Sus impresiones son diametralmente opuestas a las imágenes que divulga la prensa occidental

Thierry Meyssan

En su centésimo día de bombardeos contra la Libia, la OTAN vuelve a anunciar su inminente éxito. Pero sigue sin definir claramente cuáles son los objetivos de esta guerra y se ignora, por lo tanto, en qué consistirá ese éxito. Simultáneamente, la Corte Penal Internacional anuncia que el Guía Muammar Gadafi, su hijo Saif al-Islam y el jefe de sus servicios de inteligencia interior, Abdallah al-Senussi han sido acusados de «crímenes contra la humanidad».
Si nos atenemos a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, la llamada coalición de Estados voluntarios estaría tratando de instaurar una zona de exclusión aérea para impedir que las tropas del tirano asesinen a su propio pueblo. Sin embargo, los informes iniciales que afirmaban que la fuerza aérea libia estaba bombardeando ciudades que se habían sublevado contra el poder de Trípoli nunca han sido confirmados, a pesar de que la Corte Penal Internacional los considera dignos de crédito.
Lo que sí es cierto es que las acciones de la OTAN han ido mucho más allá del establecimiento de una zona de exclusión aérea y se han convertido en una campaña de destrucción sistemática contra las fuerzas armadas nacionales y todas sus unidades aéreas, terrestres y marítimas.
Los objetivos de la OTAN son probablemente otros. Los líderes de la alianza atlántica han mencionado repetidamente el derrocamiento del «régimen» de Muammar Gadafi, o sea la eliminación física del «hermano Guía». Los medios occidentales hablan de «deserciones masivas» de los cuadros de Trípoli para unirse a la causa de los sublevados de Benghazi, pero no logran citar nombres, exceptuando los de personajes políticos conocidos desde hace mucho como favorables a un acercamiento a Washington, como el ex ministro de Relaciones Exteriores Mussa Kussa.
La opinión pública internacional está siendo objeto de una intensa campaña de desinformación. Washington ordenó la interrupción de las transmisiones de la televisión libia a través del satélite ArabSat, a pesar de que Libia es accionista de ese satélite. El Departamento de Estado no tardará en hacer lo mismo con el satélite NileSat.
En lo que constituye una flagrante violación de sus compromisos internacionales, Washington negó la solicitud de visa del nuevo representante de Libia ante la ONU. El nuevo representante de Trípoli se ve así privado de la posibilidad de ir a Nueva York para expresar el punto de vista del gobierno de Libia mientras que su predecesor, que decidió pasarse al Consejo Nacional de Transición creado en Benghazi, sigue ocupando el escaño de Yamahiria.
Estas maniobras que ahogan la voz de Trípoli facilitan a la vez la difusión de cualquier falacia sobre Libia sin que los interesados tengan la posibilidad de desmentirla.
No es por lo tanto sorprendente que, vistos desde Trípoli, desde donde escribo este artículo, los comunicados de la OTAN y las disposiciones de la Corte Penal Internacional parezcan irreales. La calma reina en el oeste de Libia. En cualquier momento, las sirenas anuncian la llegada de los bombarderos o de los misiles. Es inútil correr hacia los refugios, por un lado porque hay muy poco tiempo para ello, y por otro lado simplemente porque no hay refugios.
Los bombardeos son de una extrema precisión. Las municiones teledirigidas alcanzan los edificios designados como blanco e incluso las habitaciones ya designadas como blanco dentro de esos edificios. Sin embargo, durante la etapa de vuelo la OTAN pierde el control de alrededor de uno de cada 10 misiles. Esos artefactos caen entonces en cualquier lugar de la ciudad, sembrando la muerte al azar.
Si bien una parte de los blancos de la OTAN son de carácter «militar», como cuarteles y bases, la mayor parte son en realidad «estratégicos», o sea de importancia económica. La OTAN ha bombardeado, por ejemplo, la imprenta encargada de emitir la moneda libia, una instalación civil encargada de fabricar los dinares. Comandos de la OTAN han saboteado también fábricas que hacían la competencia a las industrias de los miembros de la coalición. Otros blancos son llamados «sicológicos».
El objetivo es herir en carne propia a los dirigentes políticos y los responsables de la seguridad masacrando a sus familias. En esos casos, los misiles se dirigen a las habitaciones privadas, específicamente a las que sirven de dormitorio a los hijos de los dirigentes.
En la capital y en la costa, el ambiente se siente cargado.
Pero la población se mantiene unida. Los libios subrayan que ninguno de sus problemas internos justifica que se recurra a la guerra. Hablan de reclamos sociales y de problemas regionales, como los que existen en los países europeos, nada que conlleve al desgarramiento de las familias que se ha producido como resultado de la división territorial que se está imponiendo a su país.
Ante los ataques de la OTAN, decenas de miles de burgueses acomodados han buscado refugio en los países limítrofes, sobre todo en Túnez, dejando a los pobres a cargo de la defensa de la patria en la que amasaron sus riquezas. Numerosos establecimientos comerciales permanecen cerrados, sin que se sepa si el cierre se debe a problemas de aprovisionamiento o a la huida de sus propietarios.
Al igual que en Siria, la mayoría de los opositores políticos han cerrado filas junto al gobierno en aras de garantizar la integridad del país frente a la agresión extranjera. Anónimos e invisibles, algunos libios informan sin embargo a la OTAN sobre la localización de los blancos. En el pasado, sus antecesores recibían con los brazos abiertos a las tropas colonialistas de Italia. Hoy corean, junto a sus homólogos de Benghazi: «1, 2, 3, ¡viene Sarkozy!» Cada pueblo tiene sus traidores.
Las atrocidades cometidas en Cirenaica por los mercenarios del príncipe Bandar [de Arabia Saudita] acabaron convenciendo a muchos indecisos. La televisión muestra constantemente imágenes de los crímenes perpetrados en Libia por los líderes de Al-Qaeda, algunos de ellos liberados directamente de Guantánamo para luchar del lado de Estados Unidos. Son espantosas imágenes de mutilaciones y linchamientos perpetrados en ciudades convertidas en emiratos islamistas, como en Afganistán e Irak, por individuos deshumanizados por las torturas a las que ellos mismos fueron sometidos y excitados por los efectos de poderosas drogas. No es necesario ser un viejo partidario de la revolución de Gadafi para apoyarla hoy ante los horrores que están cometiendo los yihadistas en las «zonas liberadas» por la alianza atlántica [1].
Nada de lo que hemos podido ver en el oeste [de Libia] demuestra la existencia de una revuelta o de una guerra civil. En todas las carreteras, las autoridades han instalado puntos de control cada 2 kilómetros. Los automovilistas se someten pacientemente a los controles e incluso se mantienen atentos para descubrir ellos mismos posibles elementos infiltrados por la OTAN.
El coronel Gadafi está entregando armas a la población. Los civiles ya han recibido casi 2 millones de fusiles automáticos de asalto. El objetivo es que cada adulto, hombres y mujeres, pueda defender su casa. Los libios han entendido la lección iraquí. Sadam Husein basaba su autoridad en el partido Baas y el ejército, excluyendo a su pueblo de la vida política.
Al ser decapitado el partido y ante la deserción de unos cuantos generales, el Estado iraquí se derrumbó súbitamente, el país quedó sin capacidad de resistencia y se hundió en el caos. Libia, por su parte, está organizada según un original sistema de democracia participativa, comparable a las asambleas de Vermont [Estados Unidos]. Los libios son gente acostumbrada a que se les consulte y a asumir sus responsabilidades, lo cual implica que es perfectamente posible movilizarlos en masa.
Es sorprendente comprobar que las mujeres libias demuestran más determinación que los hombres en lo tocante a portar armas. Esto refleja el incremento, durante los últimos años, de la participación femenina en las asambleas populares, lo cual quizás refleja al mismo tiempo la indolencia que se había apoderado de los cuadros de este Estado socialista con un alto nivel de vida.
Todos están conscientes de que el momento decisivo se producirá con el desembarco de las fuerzas terrestres de la OTAN, si se atreven a desembarcar. La estrategia de defensa está por lo tanto enteramente concebida en función de disuadir al enemigo mediante la movilización masiva de la población. Los soldados franceses, británicos y estadounidenses no serán recibidos aquí como liberadores sino como invasores colonialistas.
Tendrán que enfrentar una serie interminable de combates urbanos.
Los libios se preguntan cuáles son exactamente los móviles de la OTAN.
Me sorprende comprobar que es a menudo a través de la lectura de los artículos de la Red Voltaire, traducidos y publicados en numerosos sitios de Internet y en varios diarios impresos, que han tenido conocimiento de los verdaderos motivos [de la agresión]. Existe aquí, como en todas partes, un déficit de información sobre las relaciones internacionales. La gente está al corriente, y se enorgullece, de las iniciativas y realizaciones del gobierno a favor de la unidad africana y del desarrollo del Tercer Mundo. Pero ignora muchos aspectos de la política internacional y subestima la capacidad de destrucción del Imperio. La guerra siempre parece lejana, hasta que nos convertimos en blanco del agresor.
¿En qué consiste entonces el éxito que la OTAN anuncia como inminente?
Por el momento, Libia está divida en dos. En la región de Cirenaica se ha proclamado una República independiente –aunque lo que allí se prepara es la restauración de monarquía– que ya ha recibido el reconocimiento de varios Estados, comenzando por Francia. Aunque la nueva entidad está siendo gobernada de facto por la OTAN, oficialmente existe un misterioso Consejo Nacional de Transición, que no ha sido electo y cuya composición –si realmente existen sus miembros– se mantiene en secreto para que dichos miembros no tengan que responder por sus actos. Parte de los bienes libios en el exterior han sido congelados, pero están siendo administrados por los gobiernos occidentales, que están utilizándolos en su propio provecho.
Parte de la producción de petróleo está siendo comercializada en condiciones particularmente ventajosas para las compañías occidentales, que se están dando así un verdadero banquete. Quizás sea ese el famoso éxito: el pillaje colonial.
Con sus órdenes internacionales de arresto contra Muammar Gadafi, su hijo y el jefe de los servicios de inteligencia internos, la Corte Penal Internacional trata de presionar a los diplomáticos libios para obligarlos a dimitir. Todos y cada uno de ellos se ven así en peligro de verse acusados de «complicidad con crímenes contra la humanidad», si finalmente cayera la Yamahiria, y los que decidan dimitir dejarán una plaza vacante que Trípoli no podrá llenar. Las mencionadas órdenes de arresto son parte, por lo tanto, de una política de aislamiento contra Libia.
La Corte se está dedicando también a la propaganda de guerra. Calificó a Saif al-Islam de «primer ministro de facto», lo cual no es cierto pero da la impresión de [que existe en Libia] un régimen familiar. Una vez más aparece aquí el principio de inversión de valores típico de la propaganda estadounidense. Los sublevados de Benghazi agitan la bandera de la monarquía Sanusi y el aspirante al trono está a la espera de su momento en Londres, pero nos presentan a la democracia participativa como un régimen dinástico.
Al llegar a los primeros 100 días, los comunicados de la OTAN no logran ocultar la decepción. Con excepción la región de Cirenaica, los libios no se han sublevado contra el «régimen». No se vislumbra una solución militar.
La única posibilidad que tiene la OTAN de salir de este asunto con la frente alta y sin muchas pérdidas sería conformarse con la división del país.
Benghazi se convertiría entonces en una especie de Camp Bondsteel, la megabase militar estadounidense en Europa que ha logrado obtener la categoría de Estado independiente bajo el nombre de Kosovo. La región de Cirenaica sería la base militar que el AfriCom necesita para controlar el continente africano.

[1] Supongo que estas observaciones constituyen una sorpresa para el lector. En próximos artículos, la Red Voltaire retomará el tema con más detalles.

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