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martes, 21 de junio de 2011

Wiki-vendetta miamera

Jonathan Farrar, jefe de la SINA en La Habana.
Héctor R. Castillo Toledo

Los representantes del ala de la ultraderecha asentada en la República Bananera de Miami tienen cerebro de elefante: no olvidan. Y consecuentes con esa "virtud", dada por naturaleza, esgrimen la vieja Ley del Talión, traducida a versión castellana con la sentencia de cabecera de aquellos calificados como rencorosos a ultranza: "quien la hace, la paga".
Bien lo saben muchos.
Uno de los "dolientes" de más reciente data es nada menos que el señor Jonathan Farrar, considerado en medios diplomáticos como la figura de más alto rango de los Estados Unidos en Cuba, en su condición de jefe de la Oficina de Intereses de la nación del Norte en La Habana.
Pues bien, dos senadores de signo distinto (léase uno demócrata y el otro republicano, aunque entre burros y elefantes las diferencias son escasas), par de seres cargados de odio y resentimiento, han anunciado su intención de boicotear la nominación de Farrar como embajador en Nicaragua, argumentando como pretexto para el zancadillazo el sostenimiento de quejas sobre su desempeño al frente de la SINA.
Robert (Bob) Menéndez, demócrata por Nueva Jersey, y su yunta, el republicano por Florida Marco Rubio, expresaron su negativa a la asignación de Jonathan Farrar al cuerpo diplomático en Nicaragua, cuando el viejo zorro del servicio exterior norteamericano hubo de testificar la pasada semana ante un subcomité de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
“Yo no creo que él hizo un buen trabajo en La Habana y no creo que él vaya a hacer un buen trabajo en Managua”, dijo Rubio a los reporteros tras la audiencia de la subcomisión de Asuntos del Hemisferio Occidental, la cual dirige Menéndez.
Rubio y Menéndez se quejaron en la rendición de cuenta de que Farrar era "demasiado blando con el gobierno cubano, y que se necesitaba una persona más fuerte en Managua". La tesis sobre la pretendida blandenguería del experimentado funcionario se afinca en valoraciones ofrecidas por el propio Farrar en cable que remitiera a Washington el 27 de febrero de 2009, ahora incluido de forma inexplicable en el grueso legajo de sensibles documentos de política exterior revelados por Wikileaks.
En el dossier con rótulo Top Secret y bajo la referencia 09HAVANA132, el Jefe de la SINA reconoce, nada menos, la estabilidad y la seguridad que gozan los diplomáticos norteamericanos en Cuba, donde “no hay condiciones para un macro conflicto”, y añade: “No hay terrorismo local”, “no hay grupos terroristas locales” y “no hay grupos terroristas antinorteamericanos”. Insólito reconocimiento, si se tiene en cuenta que Estados Unidos ha puesto a Cuba en todas las listas negras habidas y por haber, incluida la de los países terroristas.
Cara la gracia, porque en su defensa Farrar debió alegar ante el subcomité de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado los detalles de su larga hoja de servicios durante más de tres décadas en el Departamento de Estado, órgano al cual entró como oficial económico en 1980 luego de graduarse en la Universidad Politécnica Estatal de California y el Colegio Industrial de las Fuerzas Armadas.
Pero de poco le sirvieron las alegaciones al hombre designado al frente de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana el 17 de julio de 2008, porque en andanada le echaron en cara que, pese a su probada profesionalidad, cometió el sacrilegio de "haberse mantenido a una mayor distancia de los grupos disidentes que la mayoría de sus predecesores".
Para colmo de desgracias, en la recriminación al diplomático próximo a extinguir su período ordinario de tres años al frente de la SINA, Menéndez y Rubio hasta apelaron a declaraciones de Martha Beatriz Roque, la popular Tía McPato, como solía firmar sus despachos cargados de mentiras a Radio y TV Martí la mercenaria: “Él ha sido el único que no se ha comunicado bien con nosotros”.
Llevado contra las cuerdas -para graficar el intercambio en términos boxísticos-, Farrar debió igualmente responder sobre otro despacho enviado a Washington por la SINA el 15 de abril del propio año 2009, en el cual describe a los grupúsculos de la disidencia tradicional de Cuba como demasiado viejos, con muchas rivalidades internas y escaso apoyo popular.
Hecho público por Wikileaks a finales del 2010, el cable fue firmado por Farrar, aunque no está claro si fue él quien en realidad lo escribió. Lo cierto es que además abundaba en la continua "ayuda" exigida por la fauna de sistemática concurrencia a la sede del cuadrante que forman Calzada y Malecón entre las calles 9 y 11, en La Habana.
Con otras palabras bonitas, pero de lectura bien clara entre líneas, el remitente ponía que los grupos mimados de Washington “tienden a ser dominados por individuos egocéntricos que no trabajan bien juntos”, y remataba con una sentencia digna de una Oda a cuanta catarata exista sobre el planeta: “hemos visto poca evidencia de que la línea principal de organizaciones disidentes tengan mucha resonancia entre los cubanos comunes y corrientes”.
Jonhatan Farrar cumple la fase final de una asignación por tres años como jefe de misión en la Sección de Intereses de EEUU en La Habana. Su reemplazante este verano será John Caulfield, quien funge ahora como segundo en la embajada de EEUU en Venezuela.
Su próxima parada como especialista de larga data en los tejemanejes diplomáticos era la embajada yanqui en Managua, pero a pesar de su extensa carrera diplomática, con haberes anteriores en Uruguay, México, Belice, Paraguay y ahora Cuba, su futuro se encuentra de pronto amenazada por nubarrones de tintes oscuros a resultas de la clásica vendetta, con la salvedad de que sus maquinadores no son sicilianos, sino gente de la más rancia y extremista mafia contrarrevolucionaria anticubana asentada en Miami.
Según las reglas del Congreso, las nominaciones de embajadores tienen que ser aprobadas por el Senado, aunque aparece una cláusula mediante la cual cualquier senador puede poner una “suspensión” a una nominación. Esta suerte de "veto" sólo se anula cuando media una votación favorable al propuesto de dos tercios de los miembros del Senado.

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