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lunes, 25 de julio de 2011

Abrazos de fuego

Melissa Cordero Novo
“No se mató durante un minuto, una hora o
un día entero, sino que en una semana
completa, los golpes, las torturas, los
lanzamientos de azotea y los disparos
no cesaron un instante como instrumento
de exterminio manejados por artesanos
perfectos del crimen”.


Fidel Castro

Después del ataque al cuartel Moncada las calles de Santiago de Cuba se volvieron un infierno. Carniceros, vestidos con uniformes batistianos, salieron en busca de sangre para lavar las noticias. Exprimieron la ciudad, todas las casas, todas las esquinas, y se inventaron asaltantes que sirvieran de escarmiento. La cacería no se disfrazó, ni tuvo piedad, ni se ocultó: a plena luz del día asesinaron, al azar, a decenas de civiles.
Él fue una de las víctimas. Jugaba en la acera, desprevenido, ingenuo, pensando en cualquier cosa menos en la muerte. Apenas tenía once años, apenas tuvo tiempo para vivir lo suficiente, para entender por qué aquellos hombres con armas, que no eran de juguete, descargaron la ira en ráfagas de balas sobre su pecho.

Apenas tenía once, y se llamaba Baudilio, cuando se desplomó sobre la acera con una herida de bala (que tampoco era de juguete) abrazándole el cuerpo infantil. En San Miguel 201, algunos soldados dispararon contra unos sospechosos, así, al descuido, sin importarles que Baudilio jugara en la acera. Su padre, José Casamayor, salió en auxilio del pequeño, más no fue más sino otro blanco de los batistianos en aquella mañana de crímenes.
Casi a la misma hora, en otro punto de la ciudad: Hatuey 104, a Migdalia Toledano le sajaron la pierna izquierda de un solo golpe. El pronóstico fue grave desde el inicio, empeorado por la demora de traslado a un hospital. Y su rostro se apagó, lo apagaron las bestias de Fulgencio, un general al que tampoco le importó demasiado que Migdalia tuviera diez. Solo diez años.
El infierno duró semanas. Las injusticias cosieron a todas las montañas de Santiago; les hicieron agujeros enormes en las colinas, en los valles, en los árboles, y en los arroyos. Se desplegaron como nube negra sobre la provincia, y más allá. Procuraron aplastar una oleada ya invencible; procuraron aplastarla a base de terror, de inmoralidades, y del asesinato de Baudilio y Migdalia.

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