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lunes, 25 de julio de 2011

El asalto que cambió la historia de Cuba

Vista del Cuartel Moncada impactado por las balas.
Frank Agüero Gómez   
   
A contrapelo de lo que entonces muchos dudaron , el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 concebía derrocar con la acción armada al tirano Fulgencio Batista e instaurar de inmediato un sistema de gobierno democrático de profunda raigambre popular..
La propaganda oficial del régimen los presentaba como terroristas, removiendo en no pocos el dogma de que el comunismo internacional extendía sus tentáculos al Caribe y en otros, tal vez la mayoría silenciosa, la sospecha de si habría surgido un nuevo grupo de aventureros, aspirantes a repetir la amarga historia de revolucionarios devenidos pandilleros y políticos corruptos ascendidos a la fama en virtud de la lucha por el poder.
Se creía que no sería posible que algo más de un centenar de hombres mal armados y sin experiencia militar, desconocidos en la tradicional puja politiquera, aunque pletóricos de idealismo y voluntad patriótica, inspirados en las enseñanzas de José Martí, como luego se supo, pudieran doblegar el aparato militar de la dictadura, que disponía de casi 100 mil efectivos armados, con oficiales asesorados por el gobierno yanqui para hacerles frente a la insurgencia rebelde iniciada en el extremo este de la República.
Desconocía el pueblo entonces que aquellos jóvenes, en su mayoría entre 20 y 30 años, procedían de las filas de los de abajo, de obreros y empleados, campesinos y desempleados, profesionales sin fortunas familiares, afiliados ideológicamente de la prédica y la ética martianas. Que habían sido agrupados por el joven abogado Fidel Castro, convencidos como él de la necesidad de barrer aquella república de la desvergüenza, podrida de injusticias para la mayoría del pueblo, desposeído del mínimo de derechos humanos y apaleada su inconformidad y rebeldía.
No había otro camino para poner fin a aquello que la insurrección armada, abortado con el golpe artero del 10 de marzo de 1952, a 90 días de las elecciones, toda esperanza de que ascendiera al poder un partido político con un líder y un programa diferentes a la tradicional partidocracia burguesa que había sepultado los sueños revolucionarios del Apóstol y de los mejores luchadores sociales de la República.

UN PLAN PERFECTO

El plan, lo ha explicado reiteradas veces Fidel Castro, máximo jefe de la insurrección, consistía en tomar del Moncada y otros cuarteles las armas, repartirlas a la población que acudiría en Santiago de Cuba primero, aprovechar la confusión reinante para sumar a muchos efectivos del régimen, creídos de que se trataba de un alzamiento militar de sargentos, puesto que los asaltantes llevaban uniforme del ejército con esos grados. Con ello pretendían simular lo sucedido veinte años antes en la revuelta cívico-militar encabezada por el después dictador Batista, que en septiembre de 1933 provocó la caída del régimen tiránico de Gerardo Machado y dio origen a la revolución luego traicionada.
Sería esta vez el pueblo, convocado a la lucha por su liberación y con armas para encararla, el que daría el golpe final a la dictadura
Realizable era el plan insurreccional, durante largos meses minuciosamente preparado, eludiendo la inteligencia enemiga y posibles delaciones:

—Apoderarse de las instalaciones del cuartel. Rendir y neutralizar a su guarnición de casi 1500 efectivo, sorprendidos al amanecer, luego de la bulliciosa noche del carnaval santiaguero.
—Cursar desde allí invitaciones a la sublevación a todos los mandos militares, creídos de la supuesta revuelta de sargentos.
— Impedir el contraataque desde tierra, cortado los accesos desde Bayamo, a 200 kilómetros de la capital oriental; tarea encargada a un grupo de 40 asaltantes del cuartel en aquella ciudad.
—Exaltación de las tradiciones patrióticas de la población oriental empleando la radio provincial, lectura del Manifiesto y del último discurso de Eduardo Chibás.
—Finalmente, tomar las armas, repartirlas a la población y marchar a la guerra en las montañas cercanas, si la aviación y la marina del tirano bombardeaban los objetivos sublevados.

"Si fuera de nuevo a organizar un plan de cómo tomar el Moncada, lo haría exactamente igual, no modifico nada. Lo que falló allí fue debido únicamente a no poseer suficiente experiencia. Después la fuimos adquiriendo", rememoró Fidel en entrevista con el periodista español Ignacio Ramonet.
En dicha conversación, el Comandante en Jefe de la Revolución le adjudicó al azar un rol en el fracaso militar de la operación: la aparición en las afueras de la posta tres, la principal de acceso al cuartel, de una patrulla inusual, que aparentemente amenazaba con hacer fuego a los combatientes de la vanguardia, y la iniciativa del jefe de los moncadistas de proteger a sus compañeros y apoderarse de dos ametralladoras que llevaban.
"Ya Ramirito (Ramiro Valdés), (Jesús)) Montané y los otros han tomado la posta de los centinelas, cuando llegan esos dos hombres con ametralladoras, que están de espaldas, están a punto de disparar allí, porque ven algo raro. Llega el segundo carro, que era el mío, cuya misión...era ocupar el Estado Mayor, se me ocurre esa doble intención… evitar que les tiraran a ellos…
"La situación es que los que van en los demás carros detrás de mí, al ocurrir el incidente se bajan, uno de los que va conmigo, al bajarse por la derecha hace un disparo, y todos los que van detrás de mi carro se bajan a cumplir la instrucción asignada la madrugada de ese día en Siboney. Entonces el tiroteo se generaliza."
De acuerdo con las instrucciones por él impartidas la madrugada del 26 de julio en la granjita Siboney, dando a conocer el plan de ataque, especificaban que una vez pasada la vanguardia y seguidamente el carro en que iba Fidel, al detenerse éste el resto de automóviles del grupo también lo harían, sus ocupantes descenderían y entrarían a las barracas para capturar a los ocupantes y el armamento que poseían.
Sucedido el incidente, los revolucionarios que debían tomar los cuarteles donde se hallaban lo pertrechos, entran confundidos a otros .Fidel intenta avisarles y logra sacar a varios de ellos para que aborden nuevamente los autos. Despertados por los disparos, repostan los guardias desde sus posiciones, cuando todavía el grueso de los asaltantes no ha podido desplegarse y cumplir sus misiones.
No es así en el caso de Abel Santamaría, quien en compañía de un grupo de 20 compañeros, en el que figuran Haydee Santamaría y Melba Hernández, se apoderan del Hospital Civil contiguo al cuartel, al igual que Raúl Castro y los cinco que le acompañan , cuya misión consistía en tomar el Palacio de Justicia. A los primeros se les asignó copar por la retaguardia a los soldados que huyeran para el fondo y a los segundos impedir que desde las azoteas se hiciese fuego contra el reducto principal de combatientes todavía en las afueras del cuartel.

LA REVISTA DE LOS ¿VENCIDOS?

"Fue muy duro", confiesa Fidel, al reconocer que la pérdida del factor sorpresa y la confusión reinante crearon las premisas para abortar el plan minuciosamente concebido. Sin medios de comunicación entre los grupos, hubo que dar la orden de retirada, a veces obligando a los compañeros a montar en los carros.
No dejaron de sucederse heroicas actuaciones individuales, como la protagonizada por el grupo de vanguardia, entre los que estaban Ramiro Valdés, Jesús Montané y Renato Guitar, quienes toman la posta de acceso al cuartel.
O en el que estaba Raúl Castro, que conminado con sus compañeros a rendirse y entregar las armas, aprovecha un descuido de sus captores, les hace prisioneros y arrebata una pistola, y con otros de su grupo logra salir del escenario.
El heroico día dejó un trágico saldo para los revolucionarios: cinco muertos en combate y 56 asesinados, extrañamente no hubo heridos. Las tropas de la dictadura sufrieron 19 muertos y 30 heridos.
Gracias al azar unido al gesto honorable de un oficial del Ejército, se pudo salvar la vida del jefe del Movimiento, Fidel Castro Ruz, capturado junto a los también combatientes Oscar Alcalde y José Suárez en el lomerío de la Gran Piedra, seis días después, agotados físicamente y vencidos por la falta de sueño.
"No me iba a entregar ni a rendir, ni nada parecido, no tenía sentido, no ya porque no te fueran a matar, sino porque la idea de rendirse no cabía dentro de nuestra concepción", explicó años después el líder de la Revolución . Raúl Castro fue delatado y apresado en el cercano poblado de San Luis, mientras intentaba evadirse hacia la zona donde vivían sus padres, en la cercana Mayarí.
Los dos hermanos solo se volverían a ver en la prisión de Boniato, donde la soldadesca hizo desfilar a los moncadistas ante el jefe de la insurrección, quien los miraba como el oficial vencedor pasa revista a sus heroicos combatientes.
El asalto a la segunda fortaleza militar del país, al decir de su principal organizador, "fue el reinicio de la insurrección armada del pueblo de Cuba por su plena independencia y por la república de justicia soñada por nuestro Héroe Nacional José Martí"
La derrota táctica del Moncada se convirtió en victoria estratégica: surgió una vanguardia revolucionaria y un líder nacional, Fidel Castro; una estrategia, la lucha armada y el Programa de la Revolución, el alegato ante el tribunal del jefe de la acción revolucionaria, conocido por La Historia me absolverá.
Vendrían momentos cruciales para los moncadistas y su gran odisea, junto a las demás organizaciones revolucionarias y el pueblo en la lucha en la sierra y el llano hasta la histórica victoria del Primero de Enero de 1959.

Fidel Castro Ruz (al centro) con un grupo de compañeros en Los Palos,
provincia de La Habana, durante los preparativos del asalto al cuartel
Moncada: Ñico López, Abel Santamaría, José Luis Tassende y Ernesto
Tizol, entre otros. (Foto: Revista Bohemia)

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