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jueves, 25 de julio de 2013

Pedro Manuel Sarría Tartabull: El cienfueguero que salvó a Fidel después del Moncada

Sarría junto a Fidel luego del triunfo revolucionario.
/ Foto: Cortesía de la familia Sarría Tartabull
Melissa Cordero Novo

CORRÍA POR SU piel, sangre de esclavo en el cepo, con látigos, en barracones, y se mezclaba con una pizca española traída de tierra extranjera. Fue un hombre desde niño. Cambió juguetes por el sol y el campo, o por amaneceres del color de los trapiches y con el sabor de la caña. Nació con el siglo XX. El 1ro. de enero, Cienfuegos tragó en seco sus gritos, y lo vio desnudo, y grabó aquella imagen en todas las esquinas y en todos los lugares de después. Su nombre, aquel nombre, no se borraría jamás ni dejaría de hacer eco en el corazón de las montañas y en las paredes de un cuartel. Aún se escucha.
Pedro Manuel Sarría Tartabull tenía dibujada en la frente el ademán de los héroes.
Quiso el destino, y los despóticos gobiernos de turno, que sus mañanas no fueran en colores, y que en casa se hiciera muy difícil encontrar un pedazo de pan para colocar en la mesa. Antes de cumplir los 20 años, abandonó su tierra natal para ir en busca de mejoras que no aparecieron. Volvió a maltratar su cuerpo junto a las zafras en la provincia de Oriente, pero con muy pocos beneficios. Entonces decidió torcer el rumbo de sus pasos: la entrada en el Ejército Constitucional fue la salida.
El 7 de septiembre de 1925, ingresó Pedro Sarría al Ejército Constitucional, tenía 25 años y era casi analfabeto. Por la vía civil realizó numerosos estudios, mientras aprendió a leer y a escribir correctamente. Se graduó como taquígrafo y mecanógrafo; realizó varias licenciaturas en Derecho. Cuando cumplió los 20 años de servicios, fue nombrado primer subteniente.
En la década del 50, Sarría Tartabull era ya segundo teniente del Ejército, jefe del puesto de la Guardia Rural del Cuartel Moncada, simultáneamente ocupaba la jefatura de la Primera Tenencia (incluía los puestos de Cubitas, Boniato y parte de la de El Caney), y era además, inspector de dicho escuadrón.
El 25 de julio de 1953, al terminar el paseo del Carnaval en Santiago de Cuba, Sarría se trasladó a Trocha para velar por la tranquilidad del orden público, como era su responsabilidad. Estaba sentado en un quiosco llamado El Príncipe, cuando lo sorprenden las 5:00 de la mañana, y un soldado con el percance enredado en la lengua. “¡Teniente, hay fuego en el cuartel Moncada!”, dijo sin dar otros preámbulos. Todos fueron para allá.
A la hora que Sarría llegó al cuartel, los tiros llovían en todas direcciones. Ocupó su puesto en el escuadrón, reunió a sus soldados y los ubicó en la cerca Norte. Allí se mantuvo toda la mañana, pues recibió órdenes de no mover al personal. Sobre las diez, el tiroteo fue disminuyendo. No es hasta las cuatro y media, o cinco de la tarde, que se retiran del Moncada. Cuando salió a las calles, descubrió los crímenes, los cuerpos tirados por doquier, y las aceras todas manchadas de sangre. No salió durante el resto de la semana, pero estaba designado a las patrullas de reconocimiento. El 1ro. de agosto partieron a recorrer determinadas zonas, al parecer el Ejército tenía informes de que algunos asaltantes se escondían por esos territorios.
Entonces descubrieron aquella casita en medio del monte, donde dormían Fidel y otros asaltantes.

SARRÍA Y FIDEL

Fidel Castro, jefe de la acción de ataque al cuartel Moncada, junto a un pequeño grupo, lograron escapar luego del asalto. Se proponían atravesar la bahía, llegar a la Sierra Maestra y reavivar la lucha desde las montañas. Gracias a gestiones realizadas por el Arzobispo santiaguero, lograron tramitar el salvamento de los seis o siete revolucionarios que se encontraban en peores condiciones físicas. El resto, junto al líder de la revuelta, permaneció a dos kilómetros de la Granjita Siboney.
Las patrullas batistianas no cejaban en su búsqueda desenfrenada. El grupo de Fidel se encontraba demasiado cerca del lugar donde concibieron la acción del 26. Estaban cansados, con el peso de un revés sobre los hombros, y llevaban días durmiendo en las laderas de las montañas. Los capturaron al amanecer en un pequeño bohío, todos dormían, nadie vigilaba. Los soldados los despertaron con los fusiles sobre el pecho.
Fidel reconoce el error: “subestimamos al enemigo (...) y caímos en sus manos”. No había nadie vigilando, los tres dormían dentro de la cabaña, el cansancio y la confianza propiciaron, esta vez, la captura. Los soldados buscaban el menor pretexto para descargar las balas de sus fusiles, los amarraron, y les pidieron identificación. Dieron otros nombres, unos falsos. Por suerte no fueron reconocidos en el acto.
“Ocurre entonces una casualidad increíble. Había un teniente negro, llamado Sarría. Se ve un hombre que tiene cierta energía y que no es un asesino”, definió Fidel Castro en entrevista con Frei Betto, el encuentro providencial con Tartabull. Y así fue: una casualidad increíble, un giro eventual que les permitió permanecer con vida.
Las posibilidades de sobrevivir eran casi nulas. Aquel pequeño grupo de asaltantes se daba por muerto. Fidel entabló una polémica con los soldados, la cual no hace sino provocarlos. Se disponen a disparar, pero Sarría intervino con una voz intensa que silenció todos los rostros: “no disparen, no disparen, las ideas no se matan”.

EL REGRESO

Sarría ordenó iniciar la marcha con los prisioneros. La actitud de hombre recto mostrada por el teniente, propiciaron que Fidel le contara la verdad, lo llamó y le dijo: "He visto el comportamiento suyo y no lo quiero engañar, yo soy Fidel Castro"; acto seguido, Sarría Tartabull le responde: "No se lo diga a nadie, no lo diga a nadie".
Caminaron cerca de cuatro kilómetros, cuando escucharon unos disparos; los soldados batistianos se desplegaron y colocaron sobre el campo. Fidel piensa que aquello no era sino una trampa para justificar el asesinato, entonces se quedó de pie frente al tiroteo: “No me acuesto, si quieren disparar, tienen que matarnos aquí” -dijo resuelto. Pero Sarría le ordena tenderse sobre el suelo: “Están bajo mis órdenes ahora”, esclareció.
El tiroteo se produjo entre el grupo que debía encontrarse con el Arzobispo, y unos batistianos que los sorprenden y los hacen prisioneros. Sarría reunió a sus asaltantes con estos últimos, los subió a todos en un camión, menos a Fidel, a quien montó en la cabina, entre él y el chofer.
De camino a Santiago se tropezaron con el comandante Pérez Chaumont, uno de los esbirros más asesinos. Este le ordenó a Sarría la entrega inmediata de los prisioneros. Se produjo la disputa; Sarría Tartabull se negó rotundamente, él no los conferiría, tampoco los llevaría al Moncada, sino al Vivac de Santiago de Cuba, para ponerlos a disposición de la justicia civil. Bien sabían todos lo que ocurriría si Fidel y aquel grupo, llegaba al cuartel. Sarría los salvó por segunda vez.
Los reproches por no haber matado al líder de la nueva revolución, cayeron como maldición eterna sobre los grados, los hombros y la espalda de Pedro Manuel. Le costaría su carrera, y la paz de todos los días que sobrevinieron hasta su cumpleaños el 1ro. de enero de 1959. Unos años después, y una vez en tierra los 82 expedicionarios del yate Granma, e internados en las montañas orientales, a Sarría Tartabull lo envían en los primeros escuadrones a perseguirlos.
Secretamente enviaron órdenes expresas de sacar a Sarría de la Sierra. Había temores de que si capturaba nuevamente a Fidel, tampoco tendría el valor de matarlo. Lo circunscriben en Bayamo, hasta el 19 de agosto de 1957, cuando lo toman preso y lo conducen al Moncada. La acusación versaba en una supuesta responsabilidad sobre la muerte del sobrino del comandante Lavastida. Pero en el fondo se conocía el verdadero motivo de la detención: “Tú eres fidelista”, le injurió el comandante Salas Cañizares, quien estuvo a su cargo a la llegada al cuartel.
Incomunicado en una celda, y sin derecho a visitas, estuvo Sarría Tartabull prisionero hasta el 16 de octubre del propio año, cuando lo trasladan a La Cabaña, en La Habana. Le celebran un juicio fantasma donde resulta culpable, pero sus conocimientos de Derecho le permiten presentar un recurso de apelación que sería aprobado tiempo después. Pudo entonces marchar de La Cabaña en 1959, bajo arresto domiciliario. En casa, en Santiago, lo sorprende el triunfo revolucionario.
Fue ascendido a capitán por la actitud demostrada durante los sucesos del Moncada. A partir de 1964 enferma de glaucoma, y queda sin visión. Tiempo después, y víctima de cáncer, muere Pedro Manuel el 29 de septiembre de 1972.

CONVERSAR CON EL TIEMPO


Benita Sarría Tartabull, hermana
del militar cienfueguero que salvó
a Fidel después del Moncada.
El paso de los años le robó la posibilidad de seguir viendo los paisajes, igual que a su hermano. Tiene 97 y es una mujer asombrosa. Le sobran fuerzas en el cuerpo. Su voz detiene el poco espacio que nos separa. Me habla de Pedro Manuel con pasión y mucho orgullo. Benita Sarría Tartabull, Chacha, recuerda al mayor de los Sarría con imágenes muy lúcidas a pesar del tiempo. “Siempre fue un hombre muy humilde” -repitió durante el resto de la tarde. Luego, las memorias le saltaron de los labios en torrente que ya no se detuvo.
“Ese día (26 de julio de 1953), él estaba comiendo su mazorca de maíz salcochada con la cerveza, cuando en ese momento vienen a avisarle que en el cuartel ocurría algo grave, y allá fue. Después le dieron aquella orden: 'Usted me los trae muertos a todos, no quiero vivos aquí', pero mi hermano dijo: '¿Entregar muertos?, no, qué va, prefiero morir yo antes de hacer esa encomienda'. Y los entregó vivos a todos, a todos”.
Chacha sabe de las injusticias que se cometieron con su hermano por la sola decisión de no asesinar a Fidel. Evoca con dolor aquellos pasajes: “Cuando lo hicieron prisionero en La Cabaña, era tan grande, pobrecito, que los pies se le salían del camastro, entonces tenía que dormir en el suelo. Allí le hicieron torturas psicológicas, y cuando lo veían en el suelo, le decían: no, no, no, párese, usted no puede estar en el suelo. Por culpa de eso, una parte del pie se le fue pudriendo, un poco más y se queda sin caminar.
“Él siempre pensó lo peor, decían que la gente que entraba a La Cabaña no salía. Por eso el día en que lo liberaron y lo montaron en una avioneta para llevarlo a Santiago, supuso que lo iban a lanzar desde el aire para simular un accidente. Cuando llegó a la casa, tocó y dijo: 'Nené, soy yo' (así nombraba a su esposa), y ella empezó a gritar mucho cuando lo vio”.
El triunfo de la Revolución significó para todos los cubanos, como para Sarría, el término de las horas de torturas, y volvió a salir la luz en todas las montañas, y la Sierra aulló bien fuerte la noticia. Sarría Tartabull cumplía 59 años aquel mismo 1ro. de enero. “Ese día bien temprano, la gente fue a buscarlo a su casa y vociferaban: 'Sarría, Sarría, levántate, Batista se fue, ya estás libre'. Su mente estaba aún un poco trocada, pero más tarde vinieron unos señores vestidos de verde olivo y le dijeron: 'Esto ha cambiado Sarría; de Palacio te mandan a buscar'.
“Y estando de reposo allá en Palacio, un rebelde le dice: '¿Y qué hace ese esbirro acostado aquí?', pero otro compañero le da un pescozón: 'Cállate, que estamos aquí por él, oíste'. Siempre fue un hombre muy humilde. Siempre”, volvió a repetir Chacha. Y eso lo sabemos, si no fuera por la hombría y por su recta actitud, nuestra realidad sería hoy bien diferente.
Sarría ha sobrevivido a los años, está en cada amanecer, en cada proeza, está en Cienfuegos, y en Santiago, y en La Habana, y en toda Cuba, porque es imposible que el tiempo pueda borrar todas las estrellas de la sien.

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