Julio Martínez Molina
A Lourdes, amiga del autor, Carlos la enamoró al salir de la Universidad gracias a este verso de Claudio Rodríguez: “Si tú la luz te la has llevado toda, cómo voy a esperar ya nada del alba”. Se casaron, raudos, en 1984. Eran tan jóvenes. Él, ingeniero destacado, accedió a casa y auto por el centro de trabajo. Recorrieron Europa del Este tres años después, porque ella, química termoenergética, se lo ganó por Vanguardia en el suyo. Cada día 5, iban al mercado y con una parte no considerable del sueldo se avituallaban de las necesidades alimenticias del mes. En virtud del salario combinado, compraban en “La Amistad”; cuando abrió la Plaza no les faltaban los mejores productos.
Tuvieron un hijo en 1988. Sin llegar a los cinco del chiquillo, la cosa comenzó a mutar en el hogar. Un hermano de Lourdes fue a la cárcel por tenencia ilegal de divisas, lo cual la afectó mucho. El único tío de Carlos vino a cohabitar con ellos, porque perdió su vivienda debido a problemas legales. Período Especial. Había que pugilatearla para encontrar la malanga del pequeño Carlitos, quien pasó innumerables noches de sudor con la llegada de los apagones.
Su papá tambaleó. No aguantó ni la presión ni las quejas constantes de la esposa por su inacción o el drama del momento, ni la convivencia ni los gritos del niño. Le pidió el divorcio; hoy no se encuentra en el país. Mi amiga, por suerte, logró encauzar su vida con otro compañero. A ratos me recuerda lo último que el padre de su hijo le dijo: “Si estoy un minuto más a tu lado tendré que ahorcarte”. Ni remotamente parecido al verso de los inicios.
Según datos del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, publicados en la revista Mujeres, la pareja mencionada es solo uno de las decenas de miles de casos de rupturas maritales acaecidos en la nación.
En 1970, 22 de cada cien matrimonios cubanos desembocaban en el divorcio. El promedio trepó a 39 once años después, para empinarse exponencialmente a 64 en 2009 (inusitado desde la introducción del divorcio aquí hacia 1917).
Un comentario al texto de Mujeres, difundido en el sitio Cubadebate, consigna que la investigación no pierde de vista el hecho de que es “imposible” contabilizar las “separaciones que quedan fuera de la ley”, pero de tenerlas en cuenta “harían mayor el alcance del ‘divorcio a la cubana’”.
El Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas indicó que en 2009 hubo un total de 35 mil 034 “sentencias firmes” de divorcio, para una tasa de 3,1 por ciento por cada mil habitantes. El “pico más alto” tuvo lugar en 1993 con 6 por cada mil (…) y en los últimos años la tasa se ha mantenido “alta pero estable” entre 3 y 3,4, agregaba el texto.
En cuanto está sucediendo hoy en Cuba relativo al asunto intervienen tantas convergencias como en el libro homónimo de José Lezama Lima. No solo incidió la presencia ominosa del período especial y sus coletazos en el plano material y por extensión en el orden psico-social: variaciones de referentes, cambios de patrones, maleabilidad de valores. Además, hoy día existe un ascenso de la violencia doméstica y el alcoholismo. Prosigue golpeando, pese a obvios avances, el machismo congénito de algunos cubanos, derivado de la incorrecta crianza de muchos niños del sexo masculino en códigos primarios que ensalzan la figura del hombre como el macho alfa de la selva sexual.
Aunque, al margen de lo anterior, existe una tendencia al incremento de la infidelidad conyugal en ambos sexos debido a infinidad de razones que oscilan de las puramente biológicas (¡ay, ese encéfalo que en ocasiones no entiende de norma alguna!), a la incertidumbre espiritual, la falta de asideros morales, desfocalización de fe/seguridad/refugio/esperanza en la pareja, cuadros de inestabilidad familiar o influencias erróneas que van desde esa del oído puesto a la mala cabeza de al lado quien perdió su juego, a las preconizadas mediante disímiles e ininterrumpidos mensajes audiovisuales: cerca de diez video clips cubanos asumieron el adulterio como deporte, moda, chiste, “zorreo” durante el lustro más reciente. Sin objeción por parte de críticos o reputados culturólogos.
La suspensión semiprolongada, extensa o definitiva del vínculo por viajes (emigración hacia Estados Unidos, España u otros países; misiones solidarias; contratos de trabajo en el exterior…) también gravita de alguna manera sobre el cuadro descrito. Damocliana espada cortante de muchos enlaces es la peliaguda situación de la vivienda, con su consustancial falta de privacidad asociada. Si la convivencia ya resulta a veces de por sí difícil nada más entre dos personas, cómo lo será en hogares atestados o cuyos miembros resulten en la práctica partes pugnantes, no aliados en pos de una causa común.
Pese a que la institución del matrimonio a escala mundial se ha desvalorizado, transformado o incluso totalmente elidida en ciertos segmentos poblacionales o comunidades por intereses o causales X, sigue siendo cimiento para la fundación de esa familia “núcleo fundamental de la sociedad”. Dada su magnitud actual en Cuba, el tema del aumento de los índices de divorcio debe llevar ya la luz que merece. No solo abordarlo en foros; sino examinarlo al ecuador de la familia, la escuela, las instituciones, el pensamiento…
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