Julio Martínez Molina
Dos lectores, escandalizados, se comunicaron con el redactor tras la lectura de la novela El hombre que amaba los perros, porque a su juicio, “el narrador cubano Leonardo Padura exagera, de forma muy cruda, los desmanes cometidos por Stalin, el mandatario soviético”. Sin defender al escritor, quien por su tremendo calibre no precisa ningún tipo de socorro, ni tampoco validar cada línea de cuanto vierte en dichas páginas, les respondí que ya hace casi 70 años Raúl Roa, gran intelectual revolucionario, comunista, escribió El padrecito rojo, delicioso artículo (recogido por cierto en uno de sus libros), donde hablaba de los errores del georgiano. José sí cometió conocidas tropelías.
Nada es absoluto en la vida. Pese a su complicadísima tipología humana e incorrectas políticas -tampoco jamás al nivel de los imperialistas con sus genocidios atómicos sobre Japón o autoataques siniestros, dejémoslo bien precisado-, Stalin lideró a la Unión Soviética en su camino a la liberación del fascismo y sentó determinadas bases para que, posteriores políticos mejor capacitados y encaminados que él, condujesen a la nación de los soviets a estándares sociales, científicos, militares y niveles de igualdad entre los hombres inalcanzables hasta entonces por ningún régimen social.
Sí, es cierto que dogmas, retórica plúmbea, falta de libertades e inmovilismos, junto a traiciones y cobardías de muchos dirigentes comunistas, dieron al traste con lo más parecido a un buen sueño poseído por millones de personas. Pero la URSS, superpotencia en disímiles ámbitos, entre infinidad de virtudes imposibles de consignar aquí, permitía al planeta dormir mucho mejor ante los drones preventivos del tío Sam y su asquerosa corte de lacayos europeos.
Ahora, cuando Rusia vive un período de eclosión de la “nostalgia soviética”, disímiles voces recuerdan que, por encima de ausencias, había buenas presencias sobre la mesa, el cuerpo, el bolsillo y las esperanzas de muchos ciudadanos. Citemos el ejemplo de un artículo publicado por Sovietskaia Rossia, el 19 de enero de 2012, el cual incorpora verdades como esta: “Nos íbamos tranquilos a la cama y tranquilamente nos despertábamos por la mañana, sabiendo que el día de mañana habría trabajo, que el día 10 del mes recibiríamos la paga y el 25, un anticipo. No tuve que pagar por la escuela y la universidad, recibíamos una buena educación (...) Nos curaban de forma gratuita. Antes de la caída de la URSS no nos asustaban con historias terribles en la radio y la tele. Nosotros con alegría escuchábamos noticias de que en algún lugar introdujeron una nueva fábrica, alguien voló al espacio (…) En los años 90 el nuevo gobierno nos prometía abundancia, criticando al gobierno soviético por las estanterías vacías. Recibimos abundancia en totalidad. La salchicha costaba en los años 80, un rublo con 40 céntimos, eran de té y carne; ahora la salchicha es de pudín de soya y papel higiénico y cuesta 200 rublos por kg. y está en las estanterías no porque se hayan convertido en abundantes, sino debido a que muchos no tienen con qué comprarla. Los centavos ganados en el trabajo tampoco los dan a tiempo. Los retrasos en el salario de varios meses también se han convertido en norma. En los años 80 todos los trabajadores podían permitirse unas vacaciones para descansar en un viaje por la Unión, y, a veces gratis. Ahora muy pocas personas van de viaje de vacaciones. Fue triste y doloroso ver cómo la bandera soviética, la bandera, que era el emblema de los constructores, de aquellos que cultivaban el grano, era la de los creadores (…) El acrónimo de la URSS suena como el desafío soviético, inspira optimismo y esperanza”.
De forma casi paralela, Mijail Gorbachov, publicó en la revista The Nation otro artículo titulado ¿Es realmente más seguro el mundo sin la Unión Soviética? donde, después de darse copioso baño de autobombo, recitar por enésima vez su cantinela eterna de cómo Yeltsin lo cogió para el trajín (“trabajó a mis espaldas”, dice él) y reiterar su ingenuidad política que sus “amigos” Reagan y Bush de verdad querían la paz con los “rojos” -¡Habráse visto alma tan inocente: los ortodoxos moscovitas debían canonizarla!-, el del lunar en la frente reconoce una verdad de Perogrullo. Pero viene muy bien proviniendo de su boca. “El mundo sin la Unión Soviética no se ha hecho más seguro, más justo o más estable. En vez de un nuevo orden mundial -es decir, suficiente gobierno global para impedir que los asuntos internacionales se conviertan en peligrosamente imprevisibles- hemos tenido turbulencia global, un mundo que va a la deriva hacia territorio desconocido (…) Las decisiones políticas y el pensamiento político todavía están militarizados. Esto vale en particular en EE.UU., que no ha renunciado a los métodos de presión e intimidación (…) Durante la primera década del Siglo XXI los presupuestos militares de EE.UU. representaron casi la mitad de los gastos del mundo en fuerzas armadas. Una superioridad militar tan abrumadora de un país hará que sea imposible de lograr un mundo libre de armas nucleares. A juzgar por los programas de armas de EE.UU. y una serie de otros países, tienen en la mira una nueva carrera armamentista”.
Pero, Mijail, ¿acaso ni siquiera te lo imaginabas?
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