Enrique Milanés León
Un título garcíamarquiano inspiró la parodia que usó el Canciller cubano para definir la noticia: “...ha sido la crónica de una exclusión anunciada”. Bruno Rodríguez Parrilla podría haber recreado aun más la gran obra literaria y decir: “El día que a la integración latinoamericana la iban a apuñalar...” porque eso, y no otra cosa, es lo que pretende Estados Unidos con su oposición, impuesta a los otros, a que Cuba participe en la llamada Cumbre de las Américas.
El colombiano Juan Manuel Santos, presidente anfitrión de la Cumbre de Cartagena de Indias, viajó expresamente a La Habana para informar a su par Raúl Castro que la Isla no sería invitada porque no pudo conseguirse “consenso” para ello. Pero tras diálogos respetuosos y cálidos de ambas partes, la cancillería cubana dijo lo que todos saben: consenso es la autorización de Washington, y esa siempre estuvo negada.
El Vicepresidente estadounidense Joseph Biden y la Secretaria de Estado Hillary Clinton habían dicho que no, aun antes de que Colombia iniciara las consultas, y en una práctica altamente reveladora de cómo el sector excubano más reaccionario de La Florida controla la política de la Casa Blanca, la congresista Ileana Ros-Lehtinen pidió al mismísimo Barack Obama que boicoteara la Cumbre en caso de que Cuba asistiera. Porque hasta ella sabe que, en caso de que Cuba asistiera, la Cumbre sería otra Cumbre.
Lo dicen los hechos: Estados Unidos es el país menos americano de América porque sus proyecciones y acciones históricas y actuales demuestran un afán insaciable de potencia mundial enfrascada en el dominio a ultranza y carente de interés por identificarse e integrarse como igual con sus vecinos. De ahí que la paradoja de que sea él, precisamente él, quien haga o apruebe las listas de naciones presentes y ausentes en cuanto acontezca en la región, no solo insulta sino que aclara el porqué primordial: el amo no quiere rebeldes en la mesa de diálogos.
El asunto se calentó con la postura de los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), que declararon, una vez más, el derecho de Cuba a asistir a una Cumbre que se supone americana. Y la voz más alta fue la del presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien llegó a proponer que, si se excluía a Cuba, los nueve países del ALBA no fueran a Cartagena.
Del otro lado, obviamente, ripostó en seguida el Gobierno norteamericano, solo que la incómoda posición de Colombia -debatida entre inclinarse, o por vecinos con quienes tiene real comunidad de intereses y, por fin, mejores relaciones, o por el principal socio económico y militar- estaba llamada a saldarse con esa especie de derecho al veto diplomático que Estados Unidos, a fuerza de invasiones, presiones y chantajes de todo tipo, se ha forjado en la región. Y pasó lo que ha pasado.
Pese a que no faltan periódicos que, con aliento deportivo, titulen que “ganó” Estados Unidos y cosas por el estilo, lo cierto es que desde varios ángulos la Casa Blanca parece fracasada. Cuba apuntó que si su ausencia sirve para crear conciencia y unidad en los pueblos latinoamericanos, bienvenida sea esta exclusión, y es difícil creer que las abiertas maniobras para dejar fuera a un hermano no concedan claridad en los otros: mañana, cualquiera que disguste al más fuerte puede ser sacado de la sala.
Por otro lado, Estados Unidos ha dejado ver de nuevo su resuelto antagonismo a los esfuerzos integradores que, liderados por el ALBA y la recién creada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se libran en la región para fomentar el intercambio recíprocamente beneficioso, la reducción de la pobreza y las asimetrías, el aumento de la inclusión social y el desarrollo de proyectos nacionales al margen de la gran potencia.
Lo comente o no, Barack Obama está moralmente obligado a explicar lo inexplicable: la ausencia en la Cumbre de un país plenamente americano que en 50 años ha hecho más por sus vecinos que todo lo que ha hecho en más de dos siglos la poderosa nación del Norte.
Una reunión de ese tipo que, en la coyuntura de hoy, no discuta con todos el bien de todos, que no se pronuncie por el cese del bloqueo de Estados Unidos a Cuba ni por eliminar la situación colonial de las argentinas Islas Malvinas, no sería creíble ni para sus mismos oradores. El colombianísimo Gabriel García Márquez puede prestarle de nuevo a Cuba su título para un vaticinio: será el anunciado fracaso de una Cumbre. (Tomado de Adelante)
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