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jueves, 28 de junio de 2012

Franco, un oportunista que nunca hubiese llegado a presidente si no es por un golpe de Estado


Así lo calificó el depuesto mandatario electo democráticamente por el pueblo paraguayo, Fernando Lugo 

La sonrisa no se le ha borrado del rostro, es la misma que tuvo cuando anunció que aceptaba el golpe por parte del Congreso paraguayo. Esa noche, recordamos, dijo que salía por la puerta más grande: la del corazón de sus compatriotas.
Con esa misma sonrisa recibe al equipo de la Agencia Pública de Noticias del Ecuador y Suramérica (Andes).  Los tiempos apremian, la prensa internacional vigila la sede del Partido País Solidario, uno de los tres lugares donde pasa sus días Lugo en su calidad de presidente depuesto, como otrora en campaña electoral. Las presiones son muchas, aún así sus palabras son lúcidas…


¿Cuáles fueron las razones estructurales para que la derecha paraguaya lo haya sacado del poder?


Yo suelo decir que en la clase política paraguaya yo soy un sapo de otro agujero. Para decirlo más elegantemente, soy un outsider como dicen los ingleses. Yo creo que nunca fui bienvenido en la clase política paraguaya por desplazar a tantos líderes con prácticas políticas tradicionales –prendarias,  clientelares-, a los partidos que han estado acostumbrados a eso. Romper con ese esquema por supuesto que le molestó a la clase política tradicional y aunque este hecho se consumó la semana pasada, se vino hablando desde hace mucho tiempo. Incluso, informes de la embajada americana dicen que desde 2009 esto se iba gestando para llegar a su materialización la semana pasada. A ese día yo le llamo el viernes negro en la política paraguaya.

¿Es esa vinculación con los sectores campesinos, con los sectores populares, la que hace que suceda todo esto?

Los grupos de poder en el Paraguay, los grupos de poder tradicionales, actúan en la sombra, manejan un gran capital proveniente del narcotráfico, del contrabando, de la ilegalidad, el tráfico de armas tienen sus relaciones con la clase política paraguaya. Creo que ellos decían “no, este individuo no nos conviene. Hay que cortarle las alas, si esto sigue, en el 2013 nosotros no volvemos”. Pero creo que nos han hecho un favor porque ahora, más que nunca, la gente está mostrando su indignación porque truncaron ese proceso democrático que tanta falta le hacía a este país. Paraguay no tiene tanta tradición democrática como otros países pero estábamos poniendo los cimientos de una democracia participativa, especialmente de los sectores populares, de los más desprotegidos. Precísamente, son ellos los que ahora -en las calles, en las plazas y en las rutas- están demostrando su indignación por lo acontecido la semana pasada.

Mientras los presidentes de la Región le daban su apoyo, usted aceptaba este golpe. ¿Por qué?

Este presidente es genuinamente pacifista. Aquí hay una tradición de violencia en estos acontecimientos, está muy reciente en la memoria lo ocurrido en marzo de 1999, donde ocho muchachos perdieron la vida por disparos de francotiradores. Creemos que en la matanza de Curuguaty también estaban francotiradores: los campesinos no apuntan directamente a la cabeza, al cuello y al corazón. Eran profesionales de la muerte. Creo que para evitar eso nos tuvimos que someter a un juicio político injusto en su gestación, en su desarrollo y en sus consecuencias.
Uno lee detenidamente los argumentos que la Cámara de diputados presenta en el libelo acusatorio y es como para reírse. Es una falta de seriedad decir que el hecho de que yo haya firmado un acta de defensa -el tratado de Ushuaia- es un motivo para excluirme del poder. De ser así, todos los presidentes que firmaron ese documento están propensos a ser apartados de sus cargos como un argumento de mala gestión dentro del Ejecutivo.

El presidente Rafael Correa ha hablado de lo legítimo sobre lo legal en este proceso; Federico Franco dice que ha conseguido los mismos votos que usted. ¿Dónde radica su legitimidad y donde la ausencia de ésta en el argumento de Franco?

Franco no tuvo los mismos votos que yo. Franco en este momento ocupa, cómodamente, el tercer puesto en su partido. En las elecciones internas de su partido, él ocupó el tercer puesto. Es decir, el jamás tuvo la preferencia en su propio partido. Me hubiera gustado que participara como candidato a presidente de la República y que diga que realmente tiene los votos para ser presidente. En ese sentido, creo que el Partido Liberal se aprovechó de la popularidad de Lugo en el 2008 para hacerse con la vicepresidencia. La ciudadadanía lo votó a él para ser vicepresidente, no para presidente. Pero, la herramienta jurídica constitucional que tiene Paraguay permite que el vicepresidente suceda al presidente en caso de muerte, inhabilidad o juicio político. Mal se puede decir que tiene todas las garantías legales porque se ha forzado la herramienta legal, como ha dicho el presidente de Colombia. Creemos que la ilegalidad aflorará por todos los lados cuando uno trate de analizar jurídicamente lo que se ha hecho el viernes pasado en el parlamento nacional.

¿Le parece que esto que usted vivió en Paraguay es la nueva estrategia de la derecha para hacerse del poder. No ya con el militar gorila que impone la dictadura sino con estas estrategias parlamentarias?

Hay todo un laboratorio distinto al de la década del 70, en que los militares sí hacían sus golpes. Creo que en América Latina hay frágiles democracias de partidos progresistas que miran la ciudadanía y el bien común. Eso es un peligro, el peligro de cambiar paradigmas, de cambiar las prácticas políticas, de que sean beneficiados los olvidados de la historia, aquellos que están al margen de toda participación. Por eso las democracias participativas, protagónicas, molestan a sectores  privilegiados que siempre estuvieron en el poder en todos los países de América Latina. Revertir esa situación es todo un proceso doloroso. Creo que eso ha pasado en Paraguay, ha pasado en Honduras y puede pasar ahí, donde la democracia no esté fortalecida.

¿Cómo define a Franco ahora, después de lo que hizo?

Un oportunista. Un oportunista que no tiene la posibilidad real de ser presidente y llegar a la primera magistratura. Nunca hubiera llegado si no es por un golpe de Estado parlamentario como lo ha hecho el viernes pasado.

 Al salir, nos sonríe. Aprieta fuerte la nuestra con su enorme mano blanca. Mira a las cámaras, da media vuelta y se dirige hacia una silla de plástico donde ahora reposa aquel a quien eligieron 800.000 personas y destituyeron 39.


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