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lunes, 25 de junio de 2012

Galiardo: con sus cartas en los bares...

Manuel Benítez del Río

Este sábado despertamos con la noticia de que Juan Luis Galiardo había muerto, sin embargo no tuve tiempo entonces para sentarme a escribir como Dios manda sobre este varón que nunca dejó de quejarse, ni de reírse, de su destino.
Sé que con su habitual desparpajo al hablar, Juan Luis me va a disculpar por haber preferido ver el partido de España contra Francia y no cronicar su deceso. El habría hecho igual si el ido hubiese sido yo, qué duda cabe.
Me habría dejado en salmuera lo mismo por el partido de La Roja contra Francia, que si de repente le hubiese aparecido una de aquellas chicas que durante décadas se lo rifaban en los platós, en las calles y en la cama. Y yo lo habría entendido... ¡hombre, faltaría más!
La enfermedad le llegó en 2009, o al menos en esa fecha se la descubrieron, justo cuando él cumplía los 69 “ése número tan hermoso; le he jugado  en la ruleta, y en el sexo he sido 6 y 9. Ah, y no te he dicho, la película que ruedo ahora ´Asesino a sueldo´, de Salomón Chanh, es la número 169 de mi vida”, le comentó a un amigo común que ayer se me adelantó y cronicó la muerte del Chepa en un diario.
¿El Chepa...? Sí, así fue como este extremeño/andalús llegó a Cuba a finales de los 80, como El Chepa de Turno de Oficio (Considerada una de las mejores series que ha pasado la televisión española), hecho el Don Juan que era en la vida real, porque lo fue antes de serlo en el cine; tío divertido, jodedor, atormentado, luchador... que cuando se supo herido de muerte buscó medicinas naturales y alimentos que lo equilibraran pero... ya era tarde.
Ocurrente y empecinado, nunca hizo un descanso laboral, fue actor, productor, director y optimista como si lo acabaran de parir, vivía lo que él llamaba "mi propia leyenda". Esos fueron sus rasgos más contundentes: el entusiasmo y la grandilocuencia, nada lo detuvo, hizo cuanto quiso y casi siempre salió airoso.
Cuando vine a vivir a España, un amigo común me dio una carta para Galiardo, el sobre sólo tenía su nombre y un número de teléfono al que yo llamaba una y otra vez pero nadie respondía.
Pasados tres o cuatro meses, avisé al amigo común que me había dado la carta en La Habana y me dijo que fuera paciente pues "José Luis casi nunca está en casa".
Se pasaba la vida andando de un sitio a otro, buscando los propios papeles que quería interpretar, lo que siguió haciendo luego de saber que estaba herido de muerte. Nunca paró, no se detuvo. Era su forma de luchar para seguir, para vivir con la hidalguía de su raza porque era un insatisfecho de los pies a la cabeza.
Gran actor de teatro, hizo mucho cine, televisión... dueño de un vozarrón que sus amigos le envidiábamos como le envidiábamos también su risa, sus risotadas. Hombre querido en España, querido en Cuba y en todas partes.
Una de las tantísimas veces que le llamé para entregarle su carta, respondió. Resulta que vivíamos a solo cuatro manzanas el uno del otro, le propuse ir a su casa o que viniera a la mía, me dijo que mejor le dejara la carta en cualquier bar de mi calle y que como él iba de bares cada día, se la entregarían en mano.
La solución me pareció quijotesca, en el mejor de los casos, pero tres días después me llamó para agradecerme pues ya le habían entregado su carta.
Así iba Juan Luis por la España de hace 20 años, por la de hace 40 y por la del viernes último: alto y riendo a carcajadas, contento de ser, de estar, de vivir y soñar, y recogiendo cartas de amigos por los bares de Cuatro Caminos.
Adiós, guapetón, te habría gustado saber que el sábado España le dio por el saco a Francia con 2 a 0.

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