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viernes, 1 de junio de 2012

Los niños y el lago

Infancia Feliz / Fanal Cubano
“Un niño es la verdad 
con la cara sucia,
la sabiduría con 

el pelo desgreñado,
la esperanza del futuro 

con una rana en el
bolsillo. (…) Un niño es 

una criatura mágica”. 
Anónimo

Melissa Cordero Novo

La infancia es un gran lago donde hay niños, de todos tamaños, pesos y colores, encima de sus cunas agitando las aguas, tragándose las olas, una por una, y luego las devuelven para que llueva sobre las ciudades. Y llueve con sabor a niños y a biberones y a pañales; y hay olores que nos recuerdan cuando nosotros, también, estuvimos desnudos en aquella laguna e hicimos travesuras hasta el cansancio.
Vienen los ciclones si ellos están enfadados, y hay sequías prolongadas cuando se les antoja dormir en demasía. El mundo entero funciona a su antojo: los pájaros vuelan porque ellos soplan, la luna y el sol aparecen en el cielo porque los usan como papalotes y las sonrisas llegan a las casas cuando pactan con las cigüeñas para que los cuelen por las ventanas o los inserten en los vientres de mamá.

Después de eso, nada vuelve a ser normal. Los espacios, todos, comienzan a ensuciarse con una frecuencia increíble, y en los rincones de las paredes aparecen pintados  avioncitos de muchos colores o flores o barcos y sirenas preciosas que hasta uno las oye cantar; y después nadie sabe quién ha dibujado, el niño dice que no fue él, sino un duende travieso que le robó los plumones mientras él dormía. Y todos los adornos se rompen. Se caen de las mesitas los jarrones y los retratos y las muñequitas de biscuit. 
En las mañanas pueden amanecer bravucones y entonces no hay quien los haga tomarse la leche y se burlan con la encía al aire cuando les mencionas al hombre del saco o al coco. Los niños ya no le temen a esos personajes; en la oscuridad, sigilosos, dejan un ojo abierto para ver comprobar que realmente mamá y papá son los que vienen a cambiar dientes por monedas. Nadie posee imaginación más pródiga que la suya. Como la mi sobrinita, que se llama Eva y ahora anda con un agujero en la sonrisa porque perdió “un alumno” del frente. Un día, ella y yo, hicimos un duelo de índice y pulgar para ver quién se ganaba el deseo de una pestaña. Finalmente Eva ganó -los niños siempre ganan- y me confesó lo que había pedido: “que Colorida (su muñeca) hable”, me dijo con los ojos llenos de magia. O cuando, en casa, pidió que le trajeran un limón para poder dibujarlo en un papel, por fuera primero y después por dentro “como hacen los científicos”.
No hay quien sea capaz de pronunciar palabras más graciosas (“tía alcánzame la cinta adhesiva para pegar mi muñeca”) ni hacernos feliz aún cuando lloran sin motivo, o cuando gritan histéricos porque no quieren ponerse esa ropa. Nadie posee más leyes que un niño. Nadie tiene más resistencia para el juego que un niño: y para correr, saltar, trepar y colgarse de los árboles, y aun así son capaces de dormirse bien tarde y despertarse bien temprano. Nadie tiene más curiosidad que ellos y un interés especial en averiguar los porqués de todas las cosas. No hay a quien le gusten más los dulces, las tijeras, todos lo juguetes de las tiendas, los libros  que tienen láminas, las vacaciones y los animales y los aguaceros; ni a quien le desagrade más el médico, los regaños, la escuela, la hora de bañarse y las medicinas.
Pero los niños son pequeños brujos que pueden remediar todos los dolores apenas unas pocas palabras: “te quiero del tamaño del cielo”.
Los niños son almas azules y limpias como los lagos.

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