Manuel Benítez del Río
Antes de escribir la primera línea juro tres cosas por la madre que me parió: 1.- me gusta el fútbol. 2.- lo sigo de cerca y me empepino cuando perdemos. Y 3.- soy del Real Madrid a mucha honra.
Pero no me cabe en la cabeza que el presidente de un país tenga que "honrar" con su presencia ese espectáculo, menos aún si los ciudadanos de dicho país están pasando el Niágara en bicicleta, perdiendo derechos democráticos y libertades.
Peor aún si además en ese país están ardiendo miles y miles de hectáreas en uno de los mayores desastres ecológicos de las últimas décadas, de tan gran magnitud, precisamente, por los recortes en los medios de prevención de incendios.
Sin embargo, mari-Ano Rajoy no ha dicho ni hostia al respecto. Por el contrario, en las fotos de la final de la Eurocopa publicadas por los medios el presidente aparece feliz, contento y jacarandoso por el triunfo deportivo de España. Es que lo de mari-Ano es cosa de millones, sí.
No se le nota ni un ápice de preocupación por los seis millones de parados, ni por los millones que se han quedado sin servicios médicos decentes, ni por los millones de niños que han visto mermar descaradamente su derecho a la educación...
Ni por los miles de disminuidos psíquicos y físicos que han perdido sus centros de asistencia, ni por los millones de jubilados y pensionistas que ya se ven obligados a pagar por su salud.
Bravo por España ante la “gloria” de haber conseguido una copa que brillará en algún estante de alguna institución futbolera. ¡Bravo!
Pero sigo sin entender que el principal dirigente del país actúe como si el fútbol fuera su único compromiso justo cuando durante la Eurocopa el Gobierno ha subido el precio de la luz y del gas, y ha endurecido considerablemente la reforma laboral, convirtiendo el empleo en mucho más precario...
Justo además cuando ha aprobado el llamado “medicamentazo” y la reforma de la financiación de la sanidad pública.
Justo también cuando el país ha tenido que ser rescatado por la banca europea, se han despedido a miles de trabajadores públicos y se han seguido llevando a cabo numerosos recortes que nos afectan a todos.
No cabe dudas: España es la campeona de Europa en el arte de dar patadas. Y no es que sea malo ser tan bueno en fútbol, no he dicho eso pero... preferiría que también lo fuéramos en otras “artes” en las que, salvo excepciones, nos quedamos al final de la cola.
Ojalá que España fuera el primer país europeo en cuanto a la categoría humana y democrática de sus gobernantes, que fuéramos los primeros en poseer una enseñanza pública de calidad, o los primeros -que lo éramos y ya no lo somos- en un servicio sanitario de primer orden.
Me gustaría que en este país fuéramos los campeones en tolerancia, en laicismo, en derechos sociales, en respeto a los animales, en inversiones para la protección del medio ambiente, o ejemplos en cuanto a justicia, derechos sociales, investigación científica o racionalidad.
Sin embargo, me temo que somos como un mensaje que circula por la red, en el cual el tonto de la clase, el gilipollas, el que lo suspende todo, sólo destaca en deporte...
"Cojonudo, tíos" sería un modo castizo y coloquial de aludir a la justa importancia que algunos otorgamos al triunfo de los futbolistas españoles en este campeonato deportivo.
Porque, en teoría al menos, se trata de un deporte, nada más. Y cuando escribo esto sé muy bien que me puedo buscar la enemistad de to´los amigos guajiros -y del Barça- que tengo en Cuba pero, seamos racionales y sensatos, el fútbol tiene su importancia en el mundo deportivo... ¡vale!
Pero los futbolistas se dedican a dar patadas a una pelota; a veces patadas magistrales, pero patadas al fin y al cabo. Y las patadas no salvan la vida a nadie, ni mejoran la vida de nadie salvo las de los directivos de su equipo y la suya propia.
Que yo sepa, las patadas no acaban con injusticia alguna, ni frenan ninguna calamidad, no detienen los desastres políticos, ni financieros, ni sociales.
Al contrario, esta Eurocopa ha supuesto la masacre de más de cien mil animales callejeros en Ucrania con la intención de "dar la imagen de un país limpio".
¡Manda cohetes pero es así! Y allí, primero en Polonia y luego en Kiev, estuvo el risueño mari-Ano, el inepto y mentiroso cuya imagen no puede andar más por los suelos... mientras él brinca ante un gol.
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