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jueves, 11 de octubre de 2012

El traductor

Nuria Barbosa León

El congolés Freddy Ilanga Yaité, bastante joven en la década del 60, participó en las guerrillas africanas con la aspiración de independizar a su país de la metrópoli francesa.
Le llamó la atención la piel blanca del jefe, los ojos muy negros en contraste con su cabello de igual color, el acento latino, las historias de otro continente, el andar con una boquilla de mate entre las manos y el desafío al asma constante.
Freddy aprendió algo del idioma español y por eso lo designaron como el traductor. Lamenta no haber confiado más en el Jefe desde el inicio, pero en su niñez y juventud aprendió que los hombres blancos llegaron a África a saquear, invadir territorios, dividir tribus, desterrar familias, perseguir, matar y asesinar con el propósito de acumular riquezas con lo valioso del continente negro.
Sentía un gran respeto por el Jefe, todos los miembros del grupo acataban sus órdenes sin miramiento alguno y hablaban de él con honor y admiración.
Una noche se avecinaba una tormenta, la orden fue proteger todos los equipos, armas, medicinas y que cada cual hiciera su trinchera con los medios a su alcance.
Fredy no tenía otra protección que sus propias ropas, ni siquiera un nylon o una sábana por lo que se enroscó en la tierra cerca de unos arbustos, en medio de la oscuridad rezando a sus ancestros y recordando una cena familiar.
Escuchó un ruido, como de unas pisadas, su reacción fue encorvarse más para no ser visto, entonces una voz en español le dijo:

--¡Soldado! Diríjase a la jefatura y recuéstese en mi cama.

Reconoció inmediatamente al jefe y la orden fue cumplida al instante. Penetró entre los arbustos que hacían función de casa, en breves minutos se echó en el rústico mueble que sólo poseía algunas telas como colchón, sintió calor y quedó dormido al instante.
Al despertar, al otro extremo de la cama, sintió la respiración asmática de aquel hombre que luego de su recorrido por todas las posiciones de la tropa, durmió algunas horas compartiendo con un subordinado su única prenda valiosa, una frazada.
Del Che, además, conservó el grato recuerdo de influir en la decisión de estudiar en Cuba, convertirse hasta su muerte en el año 2005 en Especialista en 1er Grado en Neurocirugía Pediátrica y trabajar durante toda su vida en el habanero Hospital Infantil Pedro Borras Astorga. (Tomado de Rebelión)

Anécdota narrada por el Dr. Hiram Sánchez Bared

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