Francisco G. Navarro
Apenas a unos días del inicio de la fiesta mayor del archipiélago, ese hecho cultural por excelencia en el que claves, bongoes y laúdes se transfiguran en bates, guantes y pelotas, vale la pena recordar que de tres años a esta parte Cienfuegos resucitó para reescribir su nombre en el mapa del béisbol cubano.
En septiembre de 1941 quienes tenían la suerte de vivir por entonces en la cuenca tributaria a la bahía de Jagua celebraron el jolgorio del título conseguido por Conrado Marrero y compañía, bajo la guía de Tito González. Los descendientes de aquellas generaciones tenemos la confianza de que, más temprano que tarde, volveremos a festejar en grande.
Por eso estas líneas quieren ser tribuna para pedir todo el apoyo posible a los Elefantes de Iday desde el graderío del "5 de Septiembre", único escenario esta vez
de una puesta en escena tan atípica como va a ser la Quincuagésimo segunda Serie Nacional. En la cual es preciso arrancar con la potencia y las ganas del mismísimo Usain Bolt, circunstancia sine qua non para, luego del paréntesis tremendo del Tercer Clásico cuando por un mes aparquemos nuestros banderines territoriales y nos fundamos en el crisol del pabellón tricolor, acceder a los 45 juegos previos a la verdad.
Un equipo necesita más el cariño y el mino de sus parciales en el trance amargo de la derrota que en la tarde aduladora de la victoria. Un error, un jonrón del contrario y un ponche con bases llenas están en el juego. Ninguno de esos 32 muchachos seleccionados para vestir de verde y negro, aunque lastimosamente les vuelva a faltar el paquidermo en la praderita del hombro izquierdo de la chamarra, quiere pifiar un lance defensivo ni tomarse un café a la hora buena. Y menos que le manden a pasear la Mizuno. Quien se ponga en su piel de seguro comprobará que en esos momentos quisieran un agujero negro que los succionara del diamante.
Si ellos están ahí para vestir el uniforme del Cienfuegos es por la sencilla y única razón de que hoy por hoy son los mejores para hacerlo. Muy superiores a quienes desde la grada o detrás de la malla le neguemos un aplauso animador, o peor le condenemos con un abucheo desmoralizador.
Párrafo aparte para el director y su comando de campaña. De 1978 a la fecha, ¿quién lo ha hecho mejor?, es la pregunta que debieran hacerse los superexigentes que demandan el triunfo en todos los partidos, a sabiendas de que en este deporte el colectivo que juegue por encima de 500, además de merecedor de respeto es candidato seguro a la clasificación. Y que la nuestra no es una liga de dos, o este año de tres, como la Española de Fútbol.
Estas líneas tampoco quieren constituir mordaza para la crítica. Con el cascabel de la palabra mesurada señalemos al que batee y no corra, al que juegue para sí en vez de ser pieza engranada y aceitada del equipo, al que pueda alcanzar una base más y no le ponga ganas a las piernas, a quien descuide su peso y forma física y al que se pase los nueve innings en el banco pensando en cualquier cosa menos en el juego. Guardemos la ofensas bajo siete llaves cuando vayamos al estadio de Bonneval, dejemos trabajar, y alentemos la labor de los encargados de dirigir. ¿Qué pueden equivocarse en una decisión táctica o estratégica? Por supuesto, pero seguro que nunca la tomarán de forma festinada.
Tantos aficionados nos creemos cátedras absolutas en materia beisbolera que la tarea de dirigir se trasmuta en implacable espada de Damocles sobre la cabeza de quienes tienen el coraje y el CONOCIMIENTO, sedimentado por años de estudios y sudores sobre la grama, para timonear semejante barco, a sabiendas de que las aguas de la singladura NUNCA serán mansas.
Ningún espejo mejor para mirarse que el actual campeón de Cuba. De tropezones fue construyendo uno a uno los peldaños de la escalera que lo llevó tocar la gloria en la pasada primavera.
¿Quién dice que si en aquella ocasión inédita para un territorio el tigre le arrebató el trono selvático al casi vitalicio rey león, el Elefante, aunque sabanero, no podrá hacer lo mismo? Aupemos a nuestros paquidermos con un SI que resuene macho, con ecos de machetes en lidia en Mal Tiempo y Cafetal González, que retumbe desde el radar de Pico San Juan hasta los arrozales de Aguada, desde los arrecifes del Caribe hasta el límite asfáltico de la Autopista.
¡Córranse las cortinas y comience la Fiesta!
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