Polinesios, australianos, malayos, filipinos, vietnamitas, chinos, coreanos, japoneses, rusos... vieron salir el Astro Rey que les juraron y perjuraron no verían más, porque este viernes el mundo se iría a bolina.
Y sí, un día nos iremos como el globo de Matías Pérez, pero por causas de las que somos responsables nosotros mismos como humanidad, no por profecías talladas en piedra o pintadas en murales. A propósito del tema, les comparto un excelente material publicado por el portal Cubasí.
Y el mundo no se acabó (+ VIDEO)
En medio del día del vaticinio maldito, aquí estamos: el mundo no se acabó, seguimos en las mismas. Pero lo que sí parece claro es que caminamos a un abismo… El mundo no se acabará de un día para otro
Yuris Nórido
Y bien, aquí estamos, no se acabó el mundo como decían que decían los mayas. En realidad nadie sabe a ciencia cierta qué decían los mayas. ¿Cómo saberlo? Ya se sabe que los vaticinios y los augurios no son una ciencia exacta. Lo gracioso —y a veces trágico— es que tantas personas se crean esos cuentos catastróficos al pie de la letra. No pocos pensaron que este 21 de diciembre se hundiría la tierra, la lava ardiente se elevaría al firmamento, el mar cubriría las montañas, hasta el punto de que no quedara ni un atisbo de vida sobre el planeta. Algo así como esas escenas terribles de una película de hace algunos años, 2012 se llamaba, por cierto. Afortunadamente, la mayoría de la gente asumió el asunto con mucho humor.
Señoras y señores, algo parece evidente: el mundo no se acabará de un día para otro. El asunto de la destrucción de la vida parece más bien un proceso. Lamento parecer demasiado pesimista, pero creo que hacia ahí vamos. A no ser que en algún momento —y eso espero con todas las fuerzas— decidamos cambiar el rumbo, las reglas del juego. Pero bueno, de un momento para otro esto no se va a acabar. Háganles caso a los científicos y no a los maniáticos trasnochados.
Vamos por pasos. ¿De dónde venían todas esas profecías tremebundas? Son sencillamente interpretaciones del calendario maya, que fijó en esta fecha el final de su “cuenta larga”. Pero eso no significa el fin del mundo. Porque los mayas, según parece, no creían en un final abrupto del mundo, sino más bien en la culminación y comienzo de ciclos. O sea, ellos en todo caso marcaron para esta fecha el final de una época y el comienzo de otra. Todo esto, claro, estaba sustentado en la muy particular cosmovisión de los mayas. El trasfondo religioso y hasta político es más que evidente.
Pero algunos “expertos” aseguraban que el 21 de diciembre se presentaría un movimiento especial de planetas, que implicaría cambios en la manera en que el hombre se relaciona con su entorno. Otros iban más allá: hablaban de un día apocalíptico en el que los desastres naturales, las crisis políticas y económicas y las distintas guerras que se libran en todo el planeta culminarían con el colapso de la civilización. Y hubo quien habló de un rayo de luz proveniente del centro de la galaxia que impactaría al Sol el 20 de diciembre, con efectos devastadores en la Tierra…
Lo cierto es que los mayas nunca pensaron en dejar advertencias ni mensajes para las civilizaciones futuras. Un estudioso de la cultura maya, el arqueólogo Juárez Cossío se lo resumió a la BBC: "no es una profecía, es total y absolutamente falso que se vaya a acabar el mundo según la supuesta profecía de la que se tiene información, no hay ninguna base científica ni epigráfica de ningún tipo donde diga que el mundo se va a acabar para esa fecha. Como mundo actual no estábamos en la mira de los antiguos mayas, lo que nos pase o no nos pase a ellos no les preocupaba en lo absoluto".
Así y todo, la inocencia de algunos ha servido para que otros se llenaran los bolsillos. Todo este asunto del fin del mundo fue un verdadero negocio para unos cuantos. Al menos toda este revuelo ha servido para que los turistas de Estados Unidos y Europa volvieran sus ojos al escenario de la “profecía”. Las cifras de visitas a la península de Yucatán aumentaron considerablemente.
Lo bueno sería que, ahora que está claro que todo era una gran tomadura de pelo, nos fijáramos de verdad en lo que pasa a nuestro alrededor. Este mundo va de mal en peor, y no hacen falta profecías para comprobarlo. La contaminación, el cambio climático, la extinción de especies, los grandes desniveles sociales, las guerras… están a la orden del día. En unos pocos años hemos agotado las reservas que la naturaleza (o Dios, dirían los creyentes) tardó millones de años en crear. La solución, ahora mismo, parece estar en la creación de alternativas energéticas. Eso dicen los grandes núcleos de poder. Hablan poco, sin embargo, de reducir los niveles contaminantes. En medio de la crisis que experimentan los países ricos, buena parte de sus habitantes se han dado cuenta de que podían vivir peor… no estaban al tanto de que millones de seres humanos han vivido (malvivido) todo este tiempo en crisis permanente. Algunos se mueren de hambre mientras que otros siguen botando la comida. Y de las guerras, no vamos ni a hablar. Algunos expertos dicen que en el trasfondo de todas está el control de las reservas de petróleo. En algún momento, anuncian, serán por el agua.
Así que ya saben, todas esas “profecías mayas” son un juego de niños ante el augurio real y palpable que tenemos ante nuestros ojos. Para los que formamos el 99 por ciento de la humanidad, esa que no tiene voz ni voto en las grandes decisiones, quedan dos caminos: o olvidarse de todo y tratar de vivir lo mejor posible —dependerá de las posibilidades materiales de cada uno— o sumarse a la legión de inconformes (“indignados”, dicen en los medios). Bueno, también queda la opción de creer que la solución vendrá del cielo… (Tomado de Cubasí)
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