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martes, 27 de agosto de 2013

Rebeldía y Revolución

José Ramón Gómez Cobelo*

“Yo, soy rebelde porque Cuba me ha hecho así”…

La Rebeldía ha caracterizado históricamente a la sociedad cubana. A los “alza'os” contra el régimen de Batista, se les llamó Rebeldes, los asaltantes al Cuartel Moncada fueron Rebeldes, muchos entregaron lo más preciado; sus vidas, para eliminar en la sociedad cubana: la corrupción, la prostitución, el robo, la infamia, las diferencias entre las clases sociales y toda miseria humana.
La rebeldía está en los cimientos de nuestra Revolución, es el fundamento del cambio benéfico más radical que se ha producido en Cuba y en América.
Nuestro Ejercito Rebelde es un símbolo imperecedero de lealtad y de justicia. La Asociación de Jóvenes Rebeldes fue nuestra primera vanguardia. Sin embargo, esa cualidad, propia de los revolucionarios, está pasando demasiado pronto al baúl de los recuerdos. Cuando en Cuba se habla hoy de formar valores en los ciudadanos, se identifican: patriotismo, honestidad, identidad, responsabilidad, solidaridad, tolerancia..., y se reconoce que estos son fundamentales para convivir de modo pacífico en la sociedad. Se omite la rebeldía sin pensar que la lucha continúa y hay que cambiar todo lo que deba ser cambiado en el desarrollo del propio proceso revolucionario.
Escuché decir en una ocasión, en Cuba lo que no es un deber está prohibido. En aquel entonces no percibí con claridad la verdadera intención de tal sentencia. Le hemos dejado al Estado socialista toda la responsabilidad de arreglar nuestras vidas, y en consecuencia, se piensa que si algo no anda bien se debe aceptar así, hasta que otro ciudadano, avalado por el poder del Estado, resuelva el problema. Con esta forma de pensar y hacer se excluye de nuestras vidas la rebeldía y la auténtica participación ciudadana en el desarrollo endógeno, donde las fuerzas vivas de la comunidad deben ser protagónicas. Ser rebelde es estar capacitado para luchar constantemente por preservar las conquistas de la Revolución, ser un sujeto activo en la construcción de nuestro modelo social y “dar el palo al burro donde se cae”.
Con el paso del tiempo la acepción de rebeldía fue cambiando, y presiento que no para bien. En muchas evaluaciones realizadas a jóvenes he visto señalar: “es muy rebelde, si no supera esto no tiene perspectivas de mejorar”. Así, se abrió paso a un proceso de formación de valores que se sustentan en ajenas filosofías. No se puede ser culto sin una moral que ilumine el camino del bien. Debía fomentarse el trabajo con las virtudes en la educación cubana porque las virtudes son el patrimonio moral del hombre y forman hábitos que permiten hacer el bien de un modo fácil y gratificante. Y, aunque la rebeldía no está contemplada en los valores que pretendemos formar ni en las virtudes que preconiza el cristianismo, es cuerdo responderse un par de preguntas: ¿Es posible Cuba sin rebeldía? ¿Cambió Cristo el mundo?
Las respuestas a estas preguntas pueden ser disímiles, pero algo es inherente al sentido común: rebeldía y cambio han de andar de la mano. Hoy se necesita hacer cambios en el modelo cubano para que la Revolución continúe “con todos y para el bien de todos”. En Cienfuegos, urge acentuar el pensamiento urbano que otrora fue orgullo de los cienfuegueros. Las carencias materiales no deben ser una justificación para que sea truncado el camino hacia la cultura universal desde nuestra ajustada y enaltecida identidad. Los diálogos y en general nuestras palabras, no pueden acomodarse a las fanfarrias que tienen lugar en los carretones tirados por caballos. Mañana, será más fácil a los equinos volver a su entorno campestre que a los cienfuegueros recuperar su cultura.
En Cuba hay una sinonimia perceptible entre rebelde y bueno, piénsese en el canal deportivo por excelencia, Tele Rebelde y en la radio que identifica a Cuba revolucionaria como un todo; Radio Rebelde. En la Patria de Martí y Fidel, Rebeldía y Revolución son categorías gnoseológicas e históricas que es sensato tener en cuenta para potenciar nuestros valores.

(*) El autor es doctor en Ciencias Pedagógicas.

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