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lunes, 18 de noviembre de 2013

La trova cienfueguera sigue sin casa

Primera y única sede que tuvo la Casa de la Nueva trova en Cienfuegos. Hoy radica allí la gerencia de Artex.
Roberto Novo

Cuesta creerlo.
Cuesta saber que no exista una Casa de la Trova en la ciudad de Eusebio Delfín, de Marcelino Guerra, de Rafael Ortiz, de Adolfina Lazo y Manolo Acevedo, de Octavio Machado y Felito Molina… ¡de Benny Moré!
Tuvimos una Casa. Fue la segunda en inaugurarse en el país y en ella hicimos trova durante muchos años para suerte de jóvenes, y no tan jóvenes, que aún hoy añoran aquellos días. La Casa de la Trova (que casi nadie nombraba Casa de la Nueva Trova) fue una importantísima institución de la cultura cienfueguera. Por allí pasaron innumerables trovadores y artistas cubanos y foráneos. En ella Los Novo tuvimos una imprescindible escuela artística. Allí aprendimos a “trovar”. Y un buen día, o más bien un mal día a fin de cuentas, la casa pasó a ser la sede de la recién nacida Asociación Hermanos Saíz, que luego, en uno de sus vaivenes organizativos, la permutó con el inmueble que ocupaba la gerencia de Artex.

Alguien entendió y decidió que Cienfuegos no necesitaba una Casa de la Trova, y otro alguien lo ha seguido entendiendo y decidiendo muy a pesar de que hoy mismo la trova goza de buenísima salud en la ciudad y un poco más allá; ahí está aún trovando Lázaro García, fundador del Movimiento de la Nueva Trova junto a Silvio, Pablo, Noel y Vicente. Y al otro extremo están Nelson Valdés, Sadiel, Rolito, Juan Manuel, el Dúo Kre2 y muchos más.
Y estamos nosotros, Los Novo.  Pero no hay Casa. Y cuesta creerlo.
Aunque cuando se pasa revista, cuando se resume o se intenta ver un poco más profundo, descubrimos que no solo mi querida trova sufre de tal desamparo. Muchas instituciones culturales viven su peor momento existencial y conceptual. El cine, como en casi todo el país, ha naufragado en mares sin regreso. Encima del huracán tecnológico que lo condena al facilitarnos el último filme y traérnoslo hasta la comodidad del “pantalla plana” doméstico, se permite la venta de lo mismo clásicos y estrenos del séptimo arte que ácidos clip del reguetón de turno. Parece que a nadie, acá, le ha parecido correcta y útil la idea de acondicionar como debe ser el cine-teatro Luisa, de hacerlo un lugar confortable y preparado técnicamente para la realización de disímiles espectáculos, sin dejar por ello de proyectar audiovisuales. Sería, además, un buen y muy útil respiro para nuestro abuelito Terry.
El Piano-bar de la calle Santa Cruz agoniza. El Café cantante de la céntrica esquina de Prado y San Fernando amenaza con pasar a ser una tienda mayorista (como si en la ciudad no existiera otro lugar para tal empeño), aun cuando se continúa abogando por “reanimar” la cultura y es precisamente el Bulevar uno de los puntos neurálgicos de ese propósito. Los centros nocturnos que mejor salud exhiben no abren sus puertas para el médico, el maestro o la licenciada, mucho menos para el obrero de a pie y muchísimo “requetemenos” para quien pretenda buscar un poco de buen arte y espiritualidad al acompañar su cerveza o su mojito. Todos sabemos quién es el público fijo de tales centros nocturnos y hasta nos imaginamos cómo hacen para poder asistir casi diariamente sin que cunda el pánico en sus “misteriosos” bolsillos. Todos sabemos y, supongo, los funcionarios y directivos relacionados directamente con el tema, también tengan suficiente conocimiento del mismo.
Cada nueva reunión de artistas (como la reciente Asamblea  de la UNEAC) se torna verdadero rosario de quejas y alarmadas preocupaciones. Un párrafo (que bien conozco) del informe que nos leyó el presidente de la UNEAC el pasado 30 de octubre, decía más o menos: tráigase aquí cualquier informe o acta de pasadas reuniones y parecerá haber sido escrito este mismo amanecer.
¿Y entonces? Continuamos como en una pausa eterna. Se demora una eternidad la toma de una decisión práctica y lógica. Se ahogan y suprimen en la oscuridad de alguna gaveta proyectos e ideas valiosas, muchas veces porque las instancias superiores, desde sus refrigeradas oficinas capitalinas, indican, orientan y disponen otra cosa. Por eso en gran medida, a pesar de que tuvimos siempre un valioso movimiento de trovadores, nunca hemos podido reabrir el candado gigante y tozudo que cerró las puertas de aquella Casa en la que tanto buen arte se hacía.  Y lo peor es que no estoy diciendo casi nada nuevo. Solo he querido decir que la Trova cienfueguera sigue sin Casa. (Tomado del blog Novotrova)

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