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domingo, 24 de agosto de 2014

Benny Moré, la alquimia del cariño (+ Vídeo)

Nadie sabe qué manos amorosas lo colocan en la diestra que también sostiene el bastón bruñido de tanta caricia, pero cada mañana la estatua del Benny en el Paseo del Prado amanece adornada con un girasol recién cortado. /Foto: Dorado
Francisco G. Navarro

A Benny Moré no le pasa con su bastón lo que a John Lennon con sus espejuelos montados al aire.
Al bastón de Benny Moré le sucede lo que a la punta de la barba del Caballero de París.
Hace casi una década que Bartolo es un caminante más en la ciudad que eligió como la favorita en su testamento sonoro. Sus pasos de bronce, calzados con zapatos de dos tonos, desandan el Paseo del Prado mientras hacen un guiño de torcer a la izquierda y dejarse querer en el Bulevar de San Fernando.
Los pantalones de batahola y el sombrero de ala ancha completan la rima en el poema del metal junto a la elegancia de la corbata y el saco, cuyos pliegues están casi tan bruñidos como la punta del bastón que antes hizo de batuta para revolucionar el pentagrama popular cubano.

Niños que se arrebujan contra su regazo, mujeres que le besan la mejilla antes de premiarle la mano con una flor, hombres que le pasan el brazo sobre los hombros como al mejor socio del barrio. Turistas nórdicos, latinos y asiáticos que inician y terminan sus caminatas atrapándolo en mil fotos. Una esquina que ahora es su esquina.
Y los ladrones fetichistas que no podrán hacer caja con su bastón como tantas veces lo hicieron con las gafas del Beatle del Vedado, porque lo lleva bien sujeto al sobaco derecho; y entonces al más optimista de los cleptómanos solo le queda esperar que un día la desenfunde y lo esgrima en alto como si estuviera de espaldas a la Tribu y el gesto viril volviera a sacar la mejor nota en el cuero del bongó y las cuerdas pareadas del tres. Pero aun así le resultaría difícil arrebatarle la batuta al hombrón de un metro con 82 centímetros que camina calmo, o parece caminar, como si la cadencia de un son gobernara sus trancos minerales.
De tanta caricia, del escolar espontáneo, la dama soñadora, el socio del solar, el nórdico boquiabierto, el rítmico latino y el asiático tecnológico, la punta del bastón, y un poco los pliegues del saco, brillan tanto como si la alquimia del cariño hubiera convertido el bronce en oro.

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