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miércoles, 27 de agosto de 2014

Lo de menos es el plagio, Shakira (+ Vídeo)

Shakira, la globalizada, corporativa y supraestatal novia del blaugrana Gerard Piqué, entró por el aro a instancias de las exigencias de mercado.
Julio Martínez Molina

Como fue difundido en los medios, y usted acaso advirtió de soslayo aunque no le vayan estos líos, un juez federal estadounidense confirmó que el tema Loca, popularizado hace cuatro años por la cantante transnacional Shakira, plagia abiertamente a otro, del dominicano Ramón Arias Vázquez, hoy día bajo los derechos de la productora Mayimba Music.
De forma previa a la nacida en Colombia -hoy globalizada, corporativa y supraestatal novia del blaugrana Gerard Piqué-, el localizado numerito musical ya había sido objeto de fraude por el dominicano Edward Bello Pou (El Cata).

Resulta que la antes trigueña, ahora rubia como deben serlo las princesitas pop así tengan sangre árabe y latina en las entrañas, deberá responder a la justicia, en proceso que al menos a mí, reacio de siempre a chismes tales, me resulta del todo antiflojitínico. Ella pagará, o no, y aquí no ha pasado nada. Son aburridos paisajes noticiosos repetidos cada año, los cuales, más allá de su raíz de interés financiero por parte del demandante, resultan harto comunes en las estepas de la posmodernidad, cuando en la creación se experimenta el multiorgasmo del palimpsesto; la ordalía de la sobreescritura; el paroxismo de lo “meta”; “inter” e “hiper”. A niveles tales donde, en ocasiones, originales y versiones se muerden la cola, en espiral inevitable de fagocitación.
Infinitamente peor que el presunto plagio es lo sucedido con la carrera de Shakira Isabel Meparak Ripoll: ejemplo perfecto de cómo la industria musical del mainstream no suele metabolizar la irrupción de “electrones sueltos”. O se entra por su carril, o no se entra. Así de claro. La vocalizadora de Loca, Loba, Rabiosa u otros estropicios idénticos (como tantas otras colegas; no ha sido solo su caso, por supuesto) se plegó al dictado del molde mercantil, en desmedro de una obra que, al menos en su primer tramo, aparentaba apuntar hacia otro territorio no así de cosificado.
Alguna vez en esta mujer hubo verdad. García Márquez la elogiaba, ella citaba a Marx o Sartre. En la edad de la inocencia las letras iniciales de la “Alanis Morissette latinoamericana” sonaban genuinas; percibías cierto interés en la composición, creías su canto, apreciabas la singularidad de su peculiar timbre vocal. Eran los tiempos cuando la fórmula y el laboratorio todavía no se apoderaban de la arquitectura de su “edificio creativo”. Corrían los años de sus mejores fonogramas: Pies descalzos (1996), contentivo de la magnífica Estoy aquí; y ¿Dónde están los ladrones? (1998), que le dio cabida a Ciega, sordomuda; Ojos así o Moscas en la casa. Solía decir, a la sazón, cosas tan ingenuas como las siguientes: “Cuando me case me voy a ir a Barranquilla, para criar perros, dedicarme a leer y vivir en una casa junto al mar”. Era tan joven. Todo cambió. Las megaestrellas, los fenómenos de la industria, precisan posponer ilusiones. E igual cambiar imagen, ideales, objetivos.
Preparada con esmero para convertirla en otro tótem del pop más vacuo (estilización, delgadez, despojo de ropas, seudoerotización oscilante de la complacencia mayoritaria a parte de un público masculino que halló en sus sobreexplotadas caderas uno de los fetiches erógenos del siglo XXI hasta la comunidad lésbica en Can't remember to forget you, mcdonalización e impersonalización de concepto/discurso constituyen elementos cardinales de la mutación), ya Shakira no produce música, sino comida chatarra. Gusta a la mayoría, como las hamburguesas, pero no es alimento musical de calidad.
Androide servil de los conglomerados discográficos, su paso al crossover, al sajonizarse hacia 2001, el artificio vencería -paulatinamente, en cada nueva placa, salvo la puntual excepción de Fijación oral 1, de 2005-, a la humanidad, a resultas de lo cual su propuesta sonora (efímera, al encargo de determinado evento, al son de cierta tendencia dictada por el mercado) no se encuentra en posición de perdurar.
La cantante de 2014 -cuyo discurso oficial toma distancia en 180 grados del preconizado hace casi cuatro lustros, al refrendar ahora de forma confesa su sumisión femenina al parecer decisorio de su nueva pareja y con ello mutilar cualquier amago de independencia subyacente en sí- es capaz de fabricar un fonograma tan deplorable como Shakira, su décimo y peor trabajo disquero.
El crítico musical de la agencia AP lo reseñó así: “La artista de 37 años toma un papel secundario en cuanto a composición y producción, y la movida no resulta acertada. Dare (La La La), dirigida por Dr. Luke, Max Martin y otros, suena como una canción de Jennifer López, y ese no es un elogio (disculpa, Jenny). Aunque la participación de Shakira como jueza en The Voice ha sido placentera, su dueto con el también mentor Blake Shelton en el tema country Medicine es aburrido, pese a que fue escrito por la reconocida compositora de ese género musical Hillary Lindsey. Incluso el duetto con Rihanna, el primer sencillo Can't remember to forget you, parece un acto desesperado por un éxito pop. La canción carece de la energía esperada (…) y la colaboración se siente forzada (Rihanna y Shakira son ambas parte del sello Roc Nation). Las letras del álbum carecen de grandes emociones y de profundidad (…)”.
En fin, da igual si Loca fue un plagio; porque la Shakira toda de hoy día es una vana pompa de jabón.

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