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sábado, 15 de noviembre de 2014

Crítica de TV: Coronación y despojo de un rey en Atlantic City

La recién finalizada serie El imperio de la mafia, que pronto comenzara a transmitir la televisión cubana, es una de las construcciones audiovisuales a atender durante este siglo

Julio Martínez Molina

El imperio de la mafia (Boardwalk Empire, HBO 2010-2014) acaba de concluir, tras finalizar la exhibición de la quinta temporada en todo el globo el pasado 26 de octubre. Ha sido uno de los escasos sucesos televisivos mundiales que los muy descarriados programadores del medio en Cuba supieron atraer hacia su órbita; al menos durante su recta inicial. Se espera sea retomada en breve.
La cadena HBO, gestora con anterioridad de una serie básica sobre el género gansteril como Los Soprano, se caracteriza por configurar estos frescos epocales sobre un determinado fenómeno (el oeste en Deadwood, los circos ambulantes de fenómenos en Carnivale, los jóvenes genios de la informática en Sillicon Valley…).
Nunca, sin embargo, había realizado material alguno sobre la génesis de la mafia norteamericana, elemento identitario de su cultura.  
La apuesta fue sobre seguro. De productor ejecutivo, Martin Scorsese, el realizador de esa obra maestra del género en la pantalla grande titulada Uno de los nuestros, quien dirigió el piloto de los 56 episodios de la teleficción; de showrunner -creador- y guionista, Terence Winter, escritor de 25 capítulos de Los Soprano; un gran equipo técnico en estado de acople; Steve Buscemi incorporando el papel de su vida en el personaje protagónico de Nucky Thompson; espacio ambiental harto atrayente -la Atlantic City fundacional- y un libro base al cual extraerle rica materia prima: el ensayo Boardwalk Empire: The Birth, High Times, and Corruption of Atlantic City, de Nelson Johnson.
La “Ciudad del Vicio” en la costa este. Los años de la Prohibición. El demonio cobra cuerpo humano en una de sus tantas expresiones en la Tierra: los clanes mafiosos. Es el ambiente propicio para que tipos curtidos en la injusta ley de los hombres, muchachos que bucearon hacia las profundidades en busca de monedas arrojadas al mar por comodoros a quienes les llevaron luego a la cama la inocencia de una niña para prorrogar sus privilegios, se hagan de un puesto en la cadena evolutiva mediante valor, falta de escrúpulos, oportunismo, ambición e iniquidad. Es el Paraíso para gente de la guisa de Thompson, Lansky, Siegel, Torrio, Luciano, Maranzano, Colosimo, Masseria, Capone. Nuestra historia prefiere centrarse en el primero (aunque realmente apellidado Johnson, sí existió: fue el corrupto tesorero republicano que tuvo en el bolsillo a Atlantic City hasta mucho después de la Ley Seca), si bien los otros interactuarán consigo durante el amplio trayecto registrado por el relato telefictivo.
Dentro de su código amoral, Enoch “Nucky” Thompson (Buscemi) observa algunas reglas éticas derivadas de su modo de ver y conocer al mundo y los seres humanos a partir de su misma infancia. Puesto que desde el punto de vista argumental, tanto en el cine como en la televisión el gangteril describe el período oscilante de la ascensión a la caída de determinados jefes mafiosos, cuanto más trasciende aquí es justo la conformación de dicho personaje central, cuyas complejas contradicciones y pautas de comportamiento el creador Winter va decodificando informativamente a través del decurso de la obra, en labor no culminada a cabalidad hasta la temporada postrera. Especie de precuela, esta aborda, desde postulados cuasi freudianos, la tormentosa madeja psicológica que define y describe a Nucky, en existencia marcada, de prólogo a epílogo, por el afán de supervivencia.
Al drama criminal de HBO lo apuntalan además su nivel de complejidad y sutileza, la pertinente reflexión política/cultural sobre crucial lapso de la historia de los Estados Unidos en el siglo XX, el tejido y correlación de sus múltiples historias corales, la convergencia de sus líneas dramáticas, esa perfecta estructura dialogística, las magníficas interpretaciones (Kelly McDonald, Gretchen Moll, Michael Kenneth Williams, Michael Shannon y Vincent Piazza componen perfiles caracterológicos de mérito), el diálogo con el cine norteamericano de la etapa y la obra/estilo del propio Scorsese, el delineado de villanos antológicos (el Rosetti compuesto por Bobby Cannavale en la tercera temporada, el más rotundo), su cuidada fotografía redundante en la esplendente visualidad mantenida a lo largo de la serie y la extraordinaria ambientación de época asegurada por la precisión del diseño de producción (la reconstrucción espacial de la obra será de referencia de ahora en más).
No creo que la energía dedicada a la ambientación opere en detrimento del guion o del ritmo, cual apuntara algún crítico. Simplemente el relato requiere anuencia, complicidad, seguimiento, atención, lealtad. Fiel al sello HBO, estamos ante una teleserie que se toma su tiempo para concretar las soluciones narrativas, cuya cadencia, pausado ritmo y parsimonia pueden confundirse, por error, con densidad extrema. Confieso que hubo capítulos de par de temporadas que amodorraron mi retina, pero luego, culpable, los revisé para confirmar el yerro de mis cansados ojos. Me sucedió incluso con The Wire, de la misma cadena, y hasta con Breaking Bad y Mad Men, las piezas cumbres de AMC.
Boardwalk Empire quizá no sea una obra maestra (difícil concretar otra más en campo tan cerrado, tras El Padrino o la sombra de Scorsese) y por supuesto no poco de lo registrado en sus imágenes fue material temático trabajado con éxito de forma previa en el cine, pero sí constituye la más sobresaliente pieza que, en la historia de la televisión norteamericana, haya ventilado con tanta dignidad artística un período histórico de tamaña connotación social allí. 

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