El Dr. Felipe Delgado, autor de la crónica que adjunto, es el primero de iquierda a derecha de los cuatro agachados. |
Jorge es director adjunto de Cooperación Médica Internacional de Cuba y jefe del grupo de 165 trabajadores sanitarios que viajó a Freetown. Felipe, médico epidemiólogo del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología de Cienfuegos. Ambos tienen a su haber varias misiones internacionales, y es sobre todo Felipe, vecino y buen amigo del editor de este blog, el de inclinación más pronunciada a escribir y publicar, tanto en medios especializados como en tradicionales, sus vivencias del quehacer solidario de nuestras brigadas médicas en África y otras partes del mundo en la que ha estado destacado.
La crónica que les comparto de inmediato, cuya publicación sirve a manera de regalo de cumpleaños, debe ser el primero de un grupo de trabajos que, como colaboración, me prometió el Dr. Felipe para los lectores de Fanal Cubano:
Héroes y santos cubanos en el Río del Diablo
Dr. Felipe Delgado Bustillo
La soleada mañana del sábado 6 de diciembre, de este, para muchos cubanos inolvidable año 2014, fue el momento escogido para invitar a un grupo de la Brigada Médica Cubana Henry Reeve, destinada a combatir la temible y contagiosa enfermedad en Port Loko, capital rural del distrito de igual nombre, a realizar una excursión matutina hasta el río Bankasoka.
El grupo estaba en vísperas de iniciar su trabajo en el Centro de Tratamiento de Ébola de la localidad, y como había visitado el lugar anteriormente, durante mi estancia preparatoria previa a su llegada, aceptaron gustosos la caminata de unos 7 kilómetros, fortificante para el cuerpo y el espíritu, pues se ofrecería a nuestros sentidos un panorama nuevo de la comunidad local y su feraz naturaleza.
En la lengua local, el kathemne, Bankasoka significa “El río del Diablo”. Es de impetuoso caudal y tiene rápidos que se deslizan sobre las rocas de ambas márgenes, provocando turbulencias y pequeñas olas. Es la corriente una expresión de vida constante y permanente movimiento. Varios mojamos nuestras manos en ese regalo de este amenazado paraíso terrenal. En su ribera sur está el bosque, que adorna, tupido e impenetrable, esta selva del África occidental. Árboles ancestrales, todavía sobrevivientes a la mano depredadora del hombre, lanzan, desde su follaje las mas variadas tonalidades del verde; claro ¿que otro color?, ese, que es el de la esperanza. Y en medio de tanta exuberancia, sobresale por tu talla gigantesca y poderosas ramas, el Cotton tree (árbol de algodón), que se me antoja, por su forma y tamaño, miembro de la familia arbórea de nuestra ceiba. Yo lo hice sagrado para mí. Cuentan que en abril de sus flores surgen blancos copos de algodón que son usados por los nativos del lugar para hilar y confeccionar diversos tejidos rústicos. Es el árbol nacional. Eso me lo ha dicho el señor Wilsen, un venerable patriarca septuagenario, que apacible, sentado en el diminuto portal de su pequeña tienda, se mantiene atento al decursar de la vida tranquila en estos parajes. Me ha ofrecido allegarme un libro de la historia del país.
En la margen norte, desde donde todos miramos ese espectáculo precioso, hay una hidroeléctrica en construcción. Las obras apagaron su ajetreo desde hace cuatro meses debido a la epidemia de Ébola. La compañía ejecutora se retiró por miedo a esta Peste moderna del Siglo XXI. Allí están las edificaciones, muy adelantadas, pero silenciosas y quietas; nada se mueve, solo el río les anuncia con su arrullo que un día sus cuerpos se unirán y harán una comunión eterna para traer la civilización a este pueblo. Seguro que nos miran, desde la latencia de su concreto y acero dormidos, y desde la inmóvil alta grúa, y nos dicen que un día ella revivirá y dará luz de esperanza a esta comarca.
El grupo de paso por el lugar atesora piedras, arena, pequeños pedazos de madera de los troncos ahogados en el lecho, otros toman muestras de agua en botellas, se accionan las cámaras a discreción. Suman cientos los gratuitos souvenires que nos llevamos de recuerdo.
Tanto durante la ida como en el regreso, en marcha sobre un terraplén de tierra rojiza, que es la que predomina por estos lares, desandamos la ruta con ánimo de exploradores, con deseos de no perder ni un detalle de aquel entorno nuevo y muy diferente al visto hasta entonces. Atravesamos una comarca semirural, distante de la periferia del pequeño centro comercial de Port Loko, donde nunca ha habido corriente eléctrica.
Todos, nuestros colaboradores y los vecinos, curiosos de ver al grupo de extraños, de diversos colores de piel, nos dábamos los buenos días, y nos saludábamos con el ademan del adiós o el saludo de la mano levantada. Good morning! A todos, a derecha e izquierda; a mujeres y niños; a las lavanderas del amanecer; a hombres que reposaban la mañana; a las vendedoras de pescado, fresco o seco; o de hojas de papa, que es alimento típico de la zona (cocinadas con carnes u otros alimentos); a las que ofertan otras chucherías. Llevan las cestas o bandejas con su mercadería sobre la cabeza, en un equilibrio increíble que solo aprenden y dominan estas hermanas y hermanos africanos. Gentileza por ambas partes, respeto del visitante hacia ellos, dueños de una tradición y cultura ajenas a las nuestras, pero que sabemos venerar pues tienen su valor y es su patrimonio. Vimos gente humilde, sencilla, y cuando deteníamos la marcha para tomar alguna foto, lo hacíamos sólo con el permiso consentido de ellos, y decíamos: /somos los cubanos que venimos a combatir el Ébola/ ¡Aah! ¡Gracias!, ¡Dios los bendiga!, gracias por venir, gracias por ayudarnos; entonces el corazón se nos hinchaba y la piel se emocionaba, que es decir, erizarse.
Pero lo más sensible vino de los niños, lo más puro, inocente y alegre de la vida, que a coro y a viva voz, entonaban “apoto”, vocablo que en su lengua local significa hombre blanco. Y las vocecitas, tiernas y cantarinas, seguían, ya en la distancia, repitiéndonos: apoto, apoto, apoto. Las madres miraban con complacencia ese intercambio de afecto y cariño entre sus hijos y esos extraños, que ya sabían habían llegado de Cuba para luchar contra la enfermedad que los diezma y llena de terror.
Estimados lectores -ojala puedan leer estas impresiones- les aseguro que fue una mañana memorable para todos: nos adentramos en un mundo nuevo, a pocos kilómetros del Centro de Observación y Tratamiento contra el Ébola, en donde pronto estaremos aliviando males del cuerpo, brindando compasión y salvando vidas. Entonces vino a mi memoria una vivencia en esta misma región africana, allá por el año 2011, durante la apertura de un hospital en la ciudad de Koforidua, en Ghana, donde los médicos cubanos serían la principal fuerza especializada, y se las narro:
El Obispo católico de la diócesis de la zona, en el acto inaugural, agradeció la presencia del personal médico cubano, que sabía, porque había sido informado de antemano, de su dedicación y altruismo. Frente a ese gesto de gentileza del alto dignatario, que decía una verdad inobjetable, solo atiné a responder: "Excelencia, somos misioneros de Cuba, misioneros cristianos, en otras palabras: misioneros enviados por Fidel, un gran humanista y cristiano, hacedor de sueños para que un mundo mejor sea posible".
Ustedes seguro entienden mí sentir: parados frente al Río del Diablo un grupo de héroes cubanos, vestidos de Santos humanistas, se comprometían y reafirmaban su voluntad de ayudar a este pueblo sufrido y enfermo, en su cuerpo y en su alma. El Diablo será expulsado, no hay dudas, y estos cubanos humildes pondrán su cuota de sacrifico en ese triunfo.
Port Loko, Comfort Guest House. Domingo 7 de diciembre de 2014.
(*) Según el último balance de la OMS publicado este lunes 8 de diciembre sobre la epidemia del Ébola, el mortal virus ha provocado la muerte de 6.331 personas entre los 17.800 casos de contagio detectados en los tres países más afectados de África Occidental; Sierra Leona pasó a ser la nación con mayor número de contagios (7.798), seguida de Liberia (7.719) y Guinea (2.283).
Dr. Felipe Delgado Bustillo, al leer su crónica no solo he sentido el placer que proporciona el recuento de hechos vividos sino saber que fueron las manos de un hijo de mi mismo terruño quien la escribió, y no hablo de alguien que pasa inadvertido por nuestra historia, pues tanto Usted como los valientes que lo acompañan merecen el respeto de su pueblo por estar a riesgo de sus propias vidas poniendo en alto el nombre de este país y mostrando al mundo el valor de los médicos que la Revolución Cubana formó, yo también digo ¡QUE DIOS LOS BENDIGA Y QUE ME DÉ SALUD PARA VERLOS REGRESAR COMO LO QUE SON: HÉROES! Felicidades en su cumpleaños.
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