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martes, 6 de enero de 2015

Tres preguntas básicas sobre el restablecimiento de relaciones entre Cuba y EEUU

Jesús Arboleya*

¿Qué pasó?

No conozco un solo analista que predijera la envergadura de los acuerdos alcanzados en las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos y debemos agradecérselo a ambos gobiernos.
La discreción alcanzada es muestra del interés de los involucrados, incluyendo el Papa Francisco y el gobierno de Canadá, reflejo del deseo mundial por resolver este problema.
Las negociaciones se desarrollaron con un alto grado de profesionalidad y en un clima de igualdad soberana y respeto mutuo, como había exigido la parte cubana, cuidando que todos los detalles reflejaran esta condición.

Ambos gobiernos lograron lo que querían:

- La liberación de personas que constituían un reclamo popular y un problema para la política exterior de los dos países.
- Obama aprovechó el momento para rediseñar su política hacia Cuba, establecer un legado histórico de su administración, fortalecer su imagen doméstica y eliminar un escollo en sus relaciones internacionales, especialmente en América Latina.
- Cuba, por su parte, obtuvo una victoria política de resonancia internacional que contribuyó al estímulo de la moral interna y se liberó, al menos en parte, de trabas que pesaban de manera extraordinaria sobre sus posibilidades de desarrollo económico.

¿Por qué pasó?

El gobierno de Estados Unidos actuó por razones que trascienden el caso de Cuba y responden tanto a sus intereses nacionales, como de manera específica a los del partido demócrata de cara a las elecciones de 2016.
Aunque la versión oficial norteamericana hace énfasis en la necesidad de cambiar los métodos de su política hacia Cuba, factores objetivos demuestran que no solo la inadecuación de los métodos hizo insostenible esa política.
Durante más de medio siglo, Cuba ha demostrado su capacidad para resistir una política subversiva integral, donde solo ha faltado la invasión militar directa. Una posibilidad siempre presente en la política exterior de Estados Unidos, que por diversas razones no se atrevió a aplicar en Cuba.
Como han reconocido el propio Obama y su secretario de Estado, John Kerry, la política contra Cuba terminó por aislar a los Estados Unidos a escala internacional y particularmente en América Latina, poniendo en peligro la propia existencia del sistema panamericano, a través del cual se ha articulado la hegemonía norteamericana en la región.
Devino, además, una política impopular en los Estados Unidos, contraria a grupos económicos interesados en el mercado cubano e incluso perdió mayoría en la base social que le servía de sustento dentro de la comunidad cubanoamericana, planteando oportunidades para el partido demócrata con vista a las elecciones de 2016, de manera especial en el estado de la Florida.

¿Qué podemos esperar?

La interrogante principal es la posible reversibilidad de las medidas tomadas por el gobierno de Obama, ya sea por la actuación de la mayoría republicana en el congreso o por un cambio en el escenario político, si triunfa el candidato de ese partido en las próximas elecciones.
El presidente Obama actuó dentro de las potestades ejecutivas que le otorga la ley Helms-Burton. Aunque ciertos congresistas, especialmente la extrema derecha cubanoamericana, tratarán de poner cuantos obstáculos sean posibles a la implementación de su política, para el congreso resultará muy difícil impedir que el presidente actúe hasta donde crea conveniente dentro del marco que le permite la ley.
De hecho, los republicanos no estarán en condiciones de presentar un bloque cohesionado contra estas decisiones, dado que importantes sectores republicanos también apoyan el cambio de la política hacia Cuba. No parece entonces que el tema de Cuba será el escogido por ese partido para articular un frente contra el presidente, como ocurrirá en otros asuntos de la política doméstica y exterior del país.
Sin embargo, Obama tampoco puede avanzar más allá si no es revocada la ley Helms-Burton y aquí los sectores republicanos que se oponen a los cambios tienen la posibilidad de impedir que el tema sea incluido en la agenda del congreso. La lógica indica que los líderes republicanos en ambas cámaras actuarán de esa manera, para impedir un cisma dentro del partido y así ya lo expresaron públicamente.
De resultas, el escenario más probable de la política hacia Cuba en los próximos dos años es que transcurrirá dentro de los límites que impone la ley Helms-Burton y sus avances dependerán de la voluntad del presidente.
Aunque es cierto que esta política puede ser modificada de un plumazo por cualquiera que asuma la presidencia en 2016, no resulta nada extraño en la conducción de la política exterior norteamericana, donde el presidente generalmente disfruta de estas facultades.
El sostenimiento de lo alcanzado dependerá entonces de los avances que se logren en los próximos dos años y los intereses económicos y políticos que, como resultado de esto, se desarrollen en Estados Unidos respecto a Cuba, influyendo en la actuación de quienquiera sea el futuro presidente de esa nación.
El reto de la política cubana será facilitar estos progresos, sin menoscabo de su soberanía y sus propios intereses nacionales. Un problema serán los conflictos resultantes del mantenimiento del bloqueo en muchos aspectos, problemas pendientes entre los dos países y la insistencia de Estados Unidos en mantener una política de “promoción de la democracia”, que implica una injerencia en los asuntos internos de Cuba.
Otros temas de confrontación surgirán de manera inevitable de las diferencias resultantes de la política exterior de ambos países. Prácticamente será un hecho en casi todos los escenarios internacionales, pero de manera especial en América Latina, donde la política norteamericana continúa siendo muy agresiva contra los gobiernos y los movimientos progresistas de la región.
El significado de la “normalización” de las relaciones recientemente alcanzado, será entonces lograr establecer un clima de convivencia entre dos contrarios, que en el proceso negociador tampoco ocultaron sus diferencias.
Con todo los inconvenientes que esto implica, ha sido un paso civilizador que ojalá sirva de ejemplo al resto del mundo y logre imponerse en el futuro que nos espera. (Tomado de Progreso Semanal)

(*) El autor, columnista de Progreso Semanal, es doctor en Ciencias Históricas. Ha publicado numerosos libros sobre las relaciones entre EEUU y Cuba, así como la comunidad cubano-americana.

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