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martes, 31 de marzo de 2015

Vulgaridad

Julio Martínez Molina

En el paso de unos años tomó nuestra casa. Está en el aire, sobrevuela la esquina, camina invisible por la acera, es dueña de los ómnibus, se impuso en el éter, monta coches, campea por los edificios multifamiliares, baña de su hedor las relaciones interpersonales.
La vulgaridad, agresivo y perjudicial antivalor, corroe la nobleza del alma, tiende a sentar la errónea concepción de que la ordinariez es el único modelo posible de vida, tienta al débil o influenciable por efecto de supervivencia habida cuenta de que lastima la proclividad a un proceder divergente en consecuencia con su nivel de expansión.

Hubo un momento histórico, parteaguas ético y moral -cual se ha escrito hasta el cansancio, derivado en gran parte, pero no toda, del cisma económico de los '90 y el consiguiente empoderamiento de las peores especies de la fauna social en la cadena alimenticia-, cuando confundimos el camino.
Existió un instante de un amanecer distinto, un segundo en la tarde de un día diferente, donde descargamos por el váter conceptos como clase, distinción, sensibilidad, sensatez, compostura, respeto. Entonces, esfumamos el tacto.
Fue un minuto aciago en el cual confundimos las inmortales binarias nociones vitales del Bien y el Mal. Trastocamos una esencia prístina de toda relación social, más allá de las ideologías, basada en el consenso de no subordinar paz e interés colectivo al arbitrio personal de desenfrenados sin topes contendores. 
Así, llegamos a la altura de 2015, presos en parte nada desdeñable de esa rampante desfachatez tan alejada de las buenas maneras, de esas actitudes soeces atentatorias de las costumbres y los proverbiales hábitos cordiales del cubano desde los albores del país.
Así, una familia, o hasta un solo miembro, puede tener en vilo al barrio completo mientras amplifica sus ignominias sonoras desde las nueve de la mañana, de lunes a domingo; así, un tipo puede abalánzarsele a otro, machete en mano, porque le pasó por delante al doblar; así, cualquiera entorpece el paso de peatones en su acera, porque hace de esta dominio particular para la mar de usos privados, desde jugar dominó hasta amontonar montañas de arena. Así, vemos a hombres sin camisa en los establecimientos públicos; a personas de cualquier sexo en short y chancletas dentro de hospitales, funerarias, instituciones oficiales. Así, escuchamos indecencias de todo tipo propaladas al lado de ancianos, niños, sin contemplaciones…
Es difícil vivir cuando la virtud tiene que pedirle perdón al vicio, para decirlo con palabras martianas. Tanto la pureza del decálogo cívico del Héroe Nacional como el de los padres fundadores de la nación no encuentran el eco pertinente en el entorno social cubano del siglo XXI, salvo islotes, oasis salvadores. Pero los oasis no resuelven los problemas colectivos en los desiertos. No se trata de pesimismo; sino de amarga constatación de realidad.
Esos “inclusivistas de postalita” o neohippystas naive en el mejor caso, que todo lo santifican -desde un video clip de reguetón a la manera de No hay Break, donde los cubanos nos matamos entre nosotros mismos como si fuera la Ruanda de 1994; un pelado con la crin de caballo en medio de un centro escolar o darle los micrófonos a contrarrevolucionarios para que hablen en la Plaza de la Revolución- tildarán de apocalípticas estas apreciaciones, claro.
En un Apocalipsis parecido a las zonas de guerra de las pandillas centroamericanas es en cuanto quisieran convertir nuestro escenario social algunos cuya actitud consciente no se basa para nada en la ignorancia, sino en una guía de acción encaminada a un objetivo anulatorio definido.
El panorama no es halagüeño pero no queda otra que combatir la ausencia de sentido común, la vulgaridad, la falta de respeto, la ausencia de comportamiento cívico en la sociedad. Los padres debemos apoyar, nunca cometer el grave error de censurar, a los buenos profesores y directores de escuelas que luchan contra ello. 56 años de sólida educación deben tener el suficiente peso para contrarrestar a lo ordinario en tanto actitud de vida.
El elemento perjudicial externo no puede marcar la hoja de ruta del hogar. Educación moral, instrucción, adquisición de cultura son propósitos de ineludible orientación en la célula primaria de la familia, más allá de los problemas, más allá de las carencias. Un ser humano culto y refinado nunca incurrirá en las incorrecciones bosquejadas en este espacio.

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