Julio Martínez Molina
La VII Cumbre de las Américas, a celebrarse en Ciudad de Panamá durante los días 10 y 11 del presente mes con la primera participación histórica de Cuba en tales encuentros hemisféricos, constituye uno de los sucesos noticiosos de mayor significado histórico y político en cuanto va de siglo en el continente americano.
No se trata de una reunión más, no. Aquí estarán en juego dos concepciones globales, dos filosofías de vida, dos posturas ideológicas, dos realidades económicas y dos modelos de desarrollo. Cada uno llegará a la mesa de diálogo con su guía de principios, sus razones y argumentos; si bien lo ideal sería que -como resultado de la interacción- pudiese generarse un ulterior proceso armónico en las relaciones: solo factible este desde la base del respeto, no injerencia e intervencionismo y convivencia pacífica de los pueblos.
A diferencia de los foros precedentes de Miami (1994); Santiago de Chile (1998); Québec (2001); Mar del Plata (2005); Puerto España (2009) y Cartagena de Indias (2012) el escenario de la actual cita es inédito. Como nunca antes en el decurso de dichas cumbres, EUA se encontrará ante el criterio unido, la posición común de una visión de izquierda democrática latinoamericana enfocada en reivindicar el ideal integracionista bolivariano y los preceptos de soberanía e independencia: enarbolados desde los próceres fundadores y el Congreso Anfictiónico hasta Fidel y Chávez, si bien solo observados de forma mancomunada en momentos puntuales de la trama pretérita regional. América Latina, al fin, luego de siglos de dominio colonialista e imperialista, traiciones, golpes, divergencias intestinas, asume en buena parte -aunque con excepciones, no somos ilusos- la decisión de fundarse en una misma causa de supervivencia: sabedores sus líderes y pueblos que el destino de la humanidad es del todo incierto si se deja en manos de Washington, sus planteamientos geoestratégicos y su globocracia corporativa.
El irracional designio imperial de calificar a Venezuela como “amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y la política exterior de EUA”, bloquearle sus cuentas y negar la entrada a funcionarios de dicho gobierno fue mecha inspiradora para calentar esa hoguera reivindicadora. Los personeros de Washington propalan ahora su “decepción” ante el rechazo latinoamericano a la nueva locura de la mayor potencia militar y económica de la historia. Eso da la medida de que todavía allí permanece la visión anquilosada e insolente -vista a estas alturas- de que en el “traspatio” estadounidense de doctrinas Monroes y garrotes se acatan las órdenes de la Casa Blanca.
Por el contrario, durante esta nueva hora de los hornos en la cual la historia estampó una necesaria voltereta, la región se compacta a favor de la justicia y un lógico orden sustentado en la igualdad, en contra de los “padres tutelares”, el poder transnacional, el entreguismo, el vasallaje y las alianzas comerciales espurias de cuyo resultado solo se beneficia el Norte pudiente, explotador histórico del Sur servil, fuente de materias primas y mano de obra barata.
En una zona declarada de paz, donde funcionan mecanismos de concertación a la manera del ALBA, CELAC, UNASUR u otros abocados a la misión cardinal de integrarnos para articular un proyecto de futuro válido, ninguna potencia extranjera que ha estado en guerra durante 222 de sus 239 años de fundada puede amenazar a un miembro de esta comunidad de naciones. En Panamá resonará la voz impugnadora, audible, del Bravo a la Patagonia.
Otro elemento esencial que favorece el sentimiento de unidad y la efervescencia patriótica (en el sentido martiano-bolivariano de patria grande latinoamericana asociado al término) a respirarse en la Cumbre será la primera participación de nuestro país, en tanto consecuencia de la exigencia colectiva de una región abocada a cambios y transformaciones de diverso signo; nunca como dádiva de Washington. Más de un centenar de representantes de la juventud, el empresariado y la sociedad civil cubana -la real, tangible; no la falaz e inventada por el decálogo de acción de la CIA con la anuencia lacaya de apóstatas y ganasalarios- en los Foros paralelos del cónclave contribuirá a perfilar ante el mundo la extraordinaria riqueza humana y moral resultado del proceso revolucionario. Latinoamericanistas, martianos y fidelistas, los cubanos apostarán en la Cumbre por la causa compartida de vivir en paz y desarrollo, sobre la premisa posible del respeto entre los pueblos y gobiernos, más allá de las diferencias ideológicas. No puede garantizar éxito el mañana de otro modo.
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